Más timorato que un candidato que no va a debates, es un candidato que sólo va a debates si no va ningún otro candidato. Y más timorato que un candidato que sólo va a debates si no tiene rivales, es un candidato que sólo va a debates sin rivales y con escolta. 

Más timorato que un candidato que no va a debates, es un candidato que sólo va a debates si no va ningún otro candidato. Y más timorato que un candidato que sólo va a debates si no tiene rivales, es un candidato que sólo va a debates sin rivales y con escolta. 

Eso fue lo que pasó la noche del lunes en Hora 20. Juan Manuel Santos aceptó el reto de un boxeador peso mosca: fue a un debate solo, apenas con la moderadora y un par de periodistas. Y como si aún subsistiera algún riesgo, compró un seguro de vida: durante casi una hora y media tuvo a Néstor Humberto Martínez cuidándole la espalda.

Con la disciplina de los escoltas que esperaban a las afueras de Caracol, el abogado Martínez cuidó a Mr. Santos de los demás entrevistadores y, por supuesto, de sí mismo. (Ya sabemos que Mr. Santos es capaz de sacarse un ojo con el tenedor mientras come). Y claro, le masajeó la espalda en los ratos de tensión con agradables preguntas y paños de agua tibia.

Al comienzo de la entrevista, Luz María Sierra puso a trastabillar a Mr. Santos con preguntas sobre el episodio de la intermediación de J.J. Rendón con un grupo de narcotraficantes. De inmediato Martínez se abrió paso a codo limpio y sacó a Santos cargado de entre la multitud: 

De ahí en adelante Martínez inició lo que parecía la puesta en escena de un libreto ensayado.

En esta modalidad de entrevista-masaje no caben las contra-preguntas. Martínez iba chuleando temas mientras le preparaba un coctel a Mr. Santos. 
 

A estas alturas el escolta Martínez ya no estaba cuidando a Juan Manuel Santos sino a Nelson Mandela, a Mahatma Ghandi o a Martin Luther King. En la siguiente pregunta solo le faltó recitar el eslogan de la campaña.

El escolta, obnubilado por el carisma del jefe, se explayó en lisonjas. El jefe fingió indeferencia –jamás agredecerá el gesto– pero seguramente se relamió en privado.

Con el histrionismo de un actor malo (¿cuándo se ha visto a un escolta actuar bien?), Martínez también reveló uno que otro logro del gobierno. 

Eso sí, sin salirse jamás del libreto. Acá vemos de nuevo la armonía entre pregunta y respuesta; la química entre el escolta y su protegido.

“¡Qué bueno que me haya preguntado eso!” para no decir, “¡Qué bueno que lo traje!”. A estas alturas el Presidente ya está relajado. Atrás quedó la voz tensa de los primeros minutos y el odioso tono de algunas preguntas de los entrevistadores. Martínez, para terminar, retoma su posición de analista, se recuesta y, mientras se hala las tirantas con los dedos pulgares, sentencia: 

No es una paz cualquiera, no se confundan. Es La Paz de Mr. Santos. 

La entrevista termina sin mayores contratiempos. Este abogado gavirista y samperista y pastranista –o sea, santista– cumplió su misión con creces. En una ciudad tan insegura como Bogotá y en medio de gente tan poco confiable como un par de periodistas, sacó a Mr. Santos sin un rasguño y con la billetera en el bolsillo.