Semana agitada en Colombia… Cambio de gabinete, críticas a la reforma a la salud filtradas a la prensa, revelaciones de las autoridades electorales sobre exceso de gastos en la campaña de Petro, hijo del presidente (Nicolás Petro) denunciado por su ex esposa por vínculos con cuestionados jefes políticos y enriquecimiento ilegal, pedido del presidente Gustavo Petro de investigar a su hijo y a su hermano por posibles abusos con el programa de “paz total”, enfrentamientos violentos entre campesinos y policía en zona petrolera del Caguán, muerte de dos campesinos y odioso crimen contra un policía, abrupta cancelación de vuelos por parte la compañía aérea Viva Air, radicación de proyectos de ley como el de “gestación subrogada”, presentación de la reforma laboral…. 

Yo le pregunto al lector: ¿se imagina que todo lo que pasó en estos días sea inaccesible dentro de 50 o 70 años? ¿Que quien quiera narrar el primer cambio de gabinete de Petro no encuentre ningún registro de esos hechos, que quien quiera contar el papel de la prensa en las revelaciones de escándalos ligados al hijo del presidente no pueda hacerlo, y quien quiera detallar los ires y venires de la reforma a la salud no tenga forma de ubicar los documentos?  

Algo así es lo que les sucede a los historiadores colombianos que tratan de trabajar sobre el siglo XX colombiano: en demasiadas ocasiones, no hay registro de los hechos, han sido desaparecidos archivos enteros, no hay colecciones de prensa, o las hay muy incompletas. Cuando hay documentos, están escondidos en una bodega inaccesible (a la que no se accede sin la ayuda de un conocido poderoso), o se debe contar con la autorización del “dueño” (pienso por ejemplo en el archivo Osorio Lizarazo, que pese a estar en una institución pública no se puede consultar sin el visto bueno de la familia, o en el archivo del Asilo Neuropsiquiátrico de Sibaté, que no se puede consultar si no se cuenta con el aval de la Beneficencia de Cundinamarca). O, peor, no existe un catálogo (me pasó recientemente en la Universidad Industrial de Santander: el archivo de esa importante universidad, que recientemente festejó su cumpleaños número 75, no tiene catálogo). 

La semana pasada detallé el caso del periódico Jornada, muy importante porque fue fundado por Gaitán, el mítico líder bogotano. Es una paradoja que Gaitán, que le puso tanto empeño a su periódico (“Jornada fue para él uno de sus más caros amores”, dice Luis David Peña, que fue colaborador del político y director del periódico), no se pueda citar correctamente, porque su periódico no se puede consultar completo en Colombia. 

La propia hija de Gaitán acuñó el término de “memoricidio” para hablar de la voluntad de borrar de la memoria colectiva parte de los registros históricos de su padre. Exactamente eso está pasando con nuestra historia, con nuestros protagonistas (grandes y pequeños), con los procesos vividos, con lo que constituye la materia de la nación. El caso de Gaitán es, de cierta forma, emblemático: pese a tener a una familia que vigila su herencia, y de haber tenido instituciones y dineros públicos para conservar sus fondos, hoy es prácticamente imposible consultar los archivos de Gaitán. La Comisión de la Verdad apoyó la digitalización de 160 mil documentos y del periódico Jornada, pero los colombianos no podemos aun consultar ese material, y lo que ha sido puesto en línea es inutilizable en el estado actual. 

¿Por qué se presenta esta situación de desaparición de fuentes, de retrasos en la difusión, de ausencia de catalogación, de mala indexación? ¿Por qué esta extrema negligencia con nuestra historia? Obviamente, hay varios elementos, no hay una explicación única, y el propósito de esta columna de opinión no es tanto responder a esta pregunta, como llamar la atención sobre el problema. 

Sólo señalaré que la prioridad que se le da a este rubro se traduce, necesariamente, en el monto de la asignación presupuestal. ¿Es suficiente el presupuesto y el personal para las organizaciones que se encargan de conservar los documentos que contienen la memoria de la nación, como la Biblioteca Nacional y en el Archivo General de la Nación? 

Estas dos instituciones dependen del Ministerio de Cultura, pero la dotación de este ministerio es de las más bajas (0,17% del monto del presupuesto nacional). Es decir, literalmente, le llegan las migajas del presupuesto, sobre todo si se compara con defensa y policía, que tienen el 11% del presupuesto. Lo que se le asigna a cultura es insignificante también si se compara con el gasto que eventualmente se le dedicará a los aviones de guerra (cuestan el equivalente al 5% del presupuesto).

Cuando fue alcalde de Bogotá, y posteriormente, cuando fue ministro de educación, Gaitán buscó, según sus propias palabras, “democratizar la cultura”. Pero no se contentó con el slogan: hizo cosas, verdaderas realizaciones por la cultura (realizó la primera feria del libro de Colombia, creó el primer salón nacional de artistas, desarrolló los conciertos populares, las exposiciones de arte, las bibliotecas rotatorias, el cine educativo). El “memoricidio” es ignorar todo esto, y también dejar abandonado este legado.

Es investigadora asociada de la Universidad Paris Diderot. Estudió ciencias políticas en la Universidad de los Andes, una maestría en historia latinoamericana en la Universidad Nacional de Colombia, una maestría en ciencias sociales en el Instituto de Estudios Superiores en Ciencias Sociales de Marsella...