El presidente Gustavo Petro está cometiendo el que será, si persiste, el más grave error de su gobierno: negarse a condenar los actos terroristas de Hamás del pasado 7 de octubre. Más allá de las reacciones internas y externas con su postura, para una persona que algún día creyó que la violencia era un método aceptable e incluso necesario para defender u promover una causa, este y otros hechos parecidos, son una especie de prueba ácida de si efectivamente, ahora, cree que la violencia puede o no tener alguna justificación.
Si el Presidente está convencido de los principios de la democracia liberal y de una ética de paz que predica todos los días, lo natural hubiese sido condenar el terrorismo de Hamás, sin más, sin invocar el contexto, sin explicaciones históricas o geopolíticas. Nada. El terrorismo es condenable, cualquiera sea la causa que invoque quien acude a él. Eso es todo. Así como le pareció al canciller Leyva hacerlo, que publicó un comunicado, que no creyó necesario consultar, por obvio y que Petro le hizo reescribir omitiendo precisamente eso que no podía dejar de decirse.
Aunque él no lo acepte, insistir en no condenar enfáticamente el terrorismo, le va a costar mucho a Petro en dos aspectos que parecieran ser para él esenciales: su discurso de “Colombia potencia de la vida” y su posicionamiento internacional. No es posible proclamarse “pacifista” a ultranza y dudar sobre cómo reaccionar ante un hecho terrorista de las dimensiones del ejecutado por Hamás. No es posible pretender liderazgo internacional si se deja confundir con Maduro, Ortega, Castro y Putin.
A la prueba a la que está sometido Petro y que está perdiendo, también estamos sometidos los demás, cuando se nos pregunta por la reacción “justa” que podría tener el estado agredido. Ahí tampoco debería haber asomo de duda por parte de nadie y desafortunadamente, en otra expresión del empate negativo que domina nuestra historia contemporánea, quienes más le exigen a Petro una postura desde una ética liberal, son quienes más parecen dispuestos a aceptar la política de “tierra arrasada” que ha decretado Israel.
El ejercicio de la fuerza, para que sea legítimo, tiene reglas. Eso es todo, también es fácil. Desde la perspectiva de los principios democráticos tampoco es posible apoyar a un Estado que desde el minuto uno decidió responder sin miramientos, sin reconocer límites, sin reparar por las afectaciones que pueden ocasionar en forma indiscriminada a más de dos millones de personas.
Lo que se mide, en lo que consiste la prueba, es la convicción pura y dura que cada uno tenemos de los principios y valores democráticos y humanitarios y ahí, lo deseable sería que ninguno dudáramos, pero si al que se le pregunta es a una señor que se llama Gustavo Petro, que en algún momento de su vida consideró el uso de la violencia como método aceptable para promover alguna causa y después prometió renunciar, para siempre, a ese método, la postura ya no es solo deseable sino obligatoria y tenemos derecho a reclamarla quienes hemos defendido férreamente su derecho a ejercer sus derechos en democracia, e incluso a ser nuestro Presidente y representarnos internacionalmente. En esta prueba, la de la condena de la violencia cualquiera sea la causa que se invoque, es en la única en la que Petro no nos puede fallar.
No sirve invocar la paz en términos generales. La salida de reclamar para que no haya “guerras” la tomamos como una evasiva inaceptable. No es de eso de lo que estamos hablando, de lo que hablamos es de un acto criminal inaceptable.
Y sí, cuando en Colombia nos han puesto una prueba de dimensiones parecidas muchos han fallado. Algunos, aún hoy, creen que las condiciones de injusticia de la sociedad justifican usar la violencia y muchos, desgraciadamente muchos, aún hoy, defienden la idea de que la reacción a un acto de esa naturaleza no tiene límites, sino un único fin, arrasar al “enemigo”. Así se han justificado y encontrado apoyo social guerrilleros, paramilitares, violadores sistemáticos de derechos humanos.
Es cierto que el Presidente Petro ha tenido una posición conocida en relación con el conflicto entre Israel y Palestina, que incluso se anticipó a pedir a Naciones Unidas acciones dirigidas a evitar actos como el que ocurrió hace una semana, pero, otra vez, en este caso y, al menos por ahora, justamente para poder avanzar en las otras discusiones, hay que comenzar por condenar el terrorismo y, como lo ha hecho la Unión Europea, exigir al agredido reaccionar en el marco del derecho.
Ojalá Petro acepte que está cometiendo un enorme error, que afecta su credibilidad, su posicionamiento actual y futuro, que se ponga del lado de la defensa de los derechos humanos cualquiera sea el violador o la causa que invoque.