En teoría entonces, un graduado promedio de bachillerato colombiano en la educación pública es una especie de Leonardo Da Vinci moderno que sabe de todo: física, química, cálculo, filosofía, literatura universal, “las ciencias econo?micas, poli?ticas y la filosofi?a”, además de ser deportista, artista y gestor social. Esto en teoría. En la práctica, el bachiller Colombiano promedio queda de último en las pruebas de PISA, y tiene un nivel de lectura y escritura que raya en el analfabetismo funcional. Los excesos e impertinencias de la ley 115 luego se multiplican en unos estándares que de estándares tienen bastante poco.
Para acceder a estudios de nivel doctoral en educación, ingeniería psicología, matemáticas o muchas otras disciplinas en cientos de las mejores universidades del mundo angloparlante, frecuentemente se requiere como criterio de admisión un examen, el famoso GRE. El examen evalúa tres destrezas fundamentales: compresión de lectura, habilidad numérica y escritura argumentativa. Dura unas cuatro horas. En Colombia, para certificarse como simple bachiller, el requerimiento es bastante más exigente. Hay que sentarse durante NUEVE horas a presentar un examen académico que mide, supone uno, mucho más que las tres destrezas que mide el el GRE (¿o no?) ¿Qué hace un estudiante Colombiano sentado nueve horas presentando el ICFES? (Sí, no le voy a decir “Saber 11”) ¿Qué conjunto de habilidades hay que medir en un examen académico que dure NUEVE horas? No serán las que se enseñan en el bachillerato público Colombiano, que por la evidencia disponible, son más bien escasas.
El examen del ICFES parece seguir siendo un misterio indescifrable para la inmensa mayoría de los más de 12.000 colegios de Colombia que ofrecen grado 11. Desde 1980, cuando se establecieron las pruebas censales para todos los graduados de educación media en el país, hemos recibido una y otra vez los mismos resultados. Que los bachilleres Colombianos no saben inglés. Que no saben leer, que “se rajaron en matemáticas” El diagnóstico es claro, crónico y aburridor. Es necesario que el ICFES sea algo más que un termómetro. Los esfuerzos del ICFES tienen que volverse de carácter más formativo que sumativo y más en coordinación con el Ministerio de Educación, coordinación que parece ser escasa (¿Cuánta gente del ICFES participa en Todos a aprender? ¿Por qué?), y francamente difícil en el confuso contexto normativo Colombiano, que tiene enquistado en su corazón una concepción decimonónica e impertinente de la educación, puesta de presente en la ley general de educación 115 de 1994.
La ley general 115 de 1994 dice que para la educación media (Artículo 31) las áreas obligatorias y fundamentales del currículo son no una ni dos ni tres, ni las cinco que ahora evalúa el ICFES, sino doce. Doce. En teoría entonces, un graduado promedio de bachillerato colombiano en la educación pública es una especie de Leonardo Da Vinci moderno que sabe de todo: física, química, cálculo, filosofía, literatura universal, “las ciencias econo?micas, poli?ticas y la filosofi?a”, además de ser deportista, artista y gestor social. Esto en teoría. En la práctica, el bachiller Colombiano promedio queda de último en las pruebas de PISA, y tiene un nivel de lectura y escritura que raya en el analfabetismo funcional. Los excesos e impertinencias de la ley 115 luego se multiplican en unos estándares que de estándares tienen bastante poco.
Los estándares son demasiados. En un análisis del año 2009, se cuentan cercanos a mil, teniendo en cuenta todas las áreas y niveles. Hoy pueden ser más. Son de obligatorio cumplimiento según la muy sobrevaluada ley 115, pero su uso como estándares, es limitado, porque son mil. Los colegios dicen que los cumplen de dientes para afuera, pero de dientes para adentro hacen lo que pueden o quieren, o simplemente los ignoran. No están numerados en las publicaciones oficiales, muchos no tienen secuencia temática o lógica de ningún tipo, no tienen identificadores únicos, y no siempre sirven para diseñar pruebas. A veces hay que hacer un arduo trabajo para tratar de adivinar que querían decir en realidad. Y ¿es ese es el insumo de diseño de pruebas que tiene el ICFES? Desde luego que no. Sería simplemente imposible diseñar pruebas con muchos de esos estándares. ¿Cuáles son entonces los que se usan? ¿Son de público conocimiento, como lo exigiría una visión verdaderamente formativa de la evaluación?
Ese es el confuso contexto normativo Colombiano en educación. Es muy difícil que los profesores y los colegios públicos en Colombia se crean eso de que hay que educar por competencias y no por contenidos, que hay que profundizar en los temas y que “menos es más”. Menos no es más sino imposible si se le presenta a los profesores y colegios doce áreas obligatorias y fundamentales del currículo y cientos de estándares que no son estándares ni si quiera en su redacción, y sólo hasta épocas recientes, en su presentación.
A estos excesos de normatividad se les suma un problema más de fondo, el de la pertinencia. ¿Está bien aspirar a que nuestros bachilleres sean esta especie de sabios europeos del siglo XIX que establece la ley 115 de 1994?. Depende del mundo en que uno viva. Si uno vive en una pequeña burbuja de privilegios dónde el estudiante de grado 11 debe reconocer (este es un estándar real) “la densidad e incompletitud de los números racionales a través de métodos numéricos, geométricos y algebraicos”, pues sí, muy buena la ley 115: reconoce ese momento certero e inevitable en que tantos bachilleres de nuestros colegios públicos entran a la universidad a deleitarse con las ambrosías del análisis numérico. Aquí en Colombia, por otro lado, los diseñadores de currículo, que desde luego, no son sólo expertos en sus disciplinas sino que tienen estudios avanzados en educación, recordarán de sus estudios sobre currículo que los currículos tienen una función socializante. La educación le debería permitir a los seres humanos comprender cómo es el mundo en el que viven, cómo funciona, cómo ha llegado a ser como es , y si se me permite, qué pueden hacer para mejorarlo. Una educación que no sirva para eso no sirve para nada, sino para la reproducción estéril del conocimiento por el conocimiento, sin contexto ni conexiones con la realidad y con la vida. O bueno, tampoco para nada: se pueden diseñar exámenes académicos de nueve horas de duración para darle de forma censal a todos los graduados de bachillerato en Colombia.
Superada la pequeña pesadilla burocrática que vivió el ICFES hace poco , sumado al retorno de su equipo técnico, y aprovechando la renovación que felizmente se de en el Ministerio de Educación, es el momento para coordinar esfuerzos y trabajar en una visión de educación pertinente y acorde con la realidad del país y sus necesidades sociales. Una visón centrada en las destrezas fundamentales para participar con libertad positiva en la sociedad, y al mismo tiempo respetuosa de los contextos y culturas del país. Una visión de educación en los que los resultados de pruebas académicas sean un insumo clave en la formación de maestros y la educación de estudiantes, y no sólo un termómetro permanentemente en rojo, recordándonos que estamos enfermos, en vez de darnos herramientas para curarnos.