Por: Gustavo Duncan. 

Al hacer investigación social sobre la Colombia de las últimas décadas es imposible no remitirse a una generación de autores que han marcado nuestro trabajo. Algunos de ellos no solo los he leído sino que he tenido el privilegio intelectual de haberlos conocido: Francisco Thoumi, Fernán González, Alejandro Reyes, Francisco Leal, Gonzalo Sánchez, Marco Palacios, entre otros tantos que quizá olvide mencionar. Pero con uno de ellos tuve además una amistad entrañable. De esas amistades de verse una vez a la semana o cada quince días a reírse un poco, hablar boberías, tomarse unos tragos de single malt y muy eventualmente hablar de nuestro tema de investigación. Con Álvaro Camacho quien falleció hace unos pocos días tuve eso: los momentos insignificantes que construyen una entrañable amistad.

Este obituario quiero hacerlo sólo ante todo sobre el afecto de mi familia con Álvaro. De su trabajo intelectual ya se encargarán sus textos y los de otros autores que como yo hemos sido influenciados por su trabajo. Cualquiera que aluda a la relación ambigua entre fortalecimiento y debilitamiento del estado como consecuencia de la guerra contra las drogas está necesariamente haciendo un reconocimiento a su obra. Lo mismo que quien hable de cómo los distintos orígenes del paramilitarismo, fuera narcotraficante o paramilitar puro, llevaron a un fenómeno similar de ejércitos privados. Eso sin mencionar una obra suya menos conocida sobre la concentración del capital en Colombia. Podría referirme también a sus cualidades personales. Su integridad y su generosidad en el ámbito académico, donde se vive a codazo limpio, eran proverbiales. Pero imagino que muchos quienes no fueron cercanos a él podrían estar en desacuerdo. Eso no es importante mencionarlo aquí.

Lo que realmente me importa es poder expresar el sentimiento de pérdida en lo personal que me deja la ida de Álvaro. De alguien que llamaba a mis hijos sobrinos y no les fastidiaba su ruido cuando hacíamos catas de whisky. Que cuando corregía mis textos masacraba las comas y quedaban mucho más ágiles luego de sus sugerencias. Que hacía sentir cómoda a mi esposa a pesar de lo que poco se divierte con las charlas de intelectuales. Que prefería escabullirse a algún pequeño café a fumar tabaco y charlar en vez de hacer parte de conspiraciones para hacerse a puestos y a recursos en una universidad. Y que trataba a mi padre quien era amigo de su hermano menor Ricardo como otro amigo más.    

Al igual que Álvaro yo poco creo que exista alguna cosa después de la muerte pero si existe algo me gustaría volver a encontrarnos. A Nora, Ricardo, Juanita, Miguel y a su nieta Julia solo les puedo ofrecer el saludo más fraterno de alguien quien apreció y quiso a su esposo, hermano, padre y abuelo. Hasta siempre Álvaro. Muchas gracias por todo mi hermano.