Hablar de la visión de los medios de comunicación desde el marxismo es un asunto complejo porque no existe tal cosa como el marxismo. Hay distintas perspectivas y escuelas, que muchas veces no son compatibles entre sí. Sin embargo, podría arriesgarme a decir que hay un elemento en común o un núcleo mínimo en todas esas escuelas: el espacio mediático en las sociedades capitalistas contemporáneas es una cancha inclinada a favor de los sectores económicamente poderosos y del sistema económico vigente.
Pero el diablo está en los detalles. En este caso, en las razones que los teóricos marxistas aducen para sostener semejante tesis. Uno podría pensar que la razón es que los periodistas son operadores de mala fe que manipulan a la opinión pública. A pesar de que haya uno que otro despistado de izquierda que piensa y diga tal cosa, lo cierto es que ningún teórico marxista serio ha planteado tal cosa.
La razón principal para decir que el espacio mediático está inclinado a favor de los poderes económicos es que los medios de comunicación no son inmunes a las jerarquías y relaciones de poder que existen en la sociedad. Esto no se reduce al hecho de que los grandes medios son propiedad de grandes grupos económicos (aunque esto no debe dejarse de lado).
Hay también otros fenómenos que muestran que las jerarquías del sistema económico operan también en la esfera mediática. Los expertos o especialistas consultados como voces autorizadas para ciertos temas (en especial, los económicos) tienen una especial afinidad con los intereses de los capitalistas. Esto lleva a la construcción de ciertos marcos de opinión que establecen un límite implícito entre lo que puede o no ser pensado frente a un problema o una situación.
También, la formación universitaria de los periodistas tiene pocos componentes de crítica o, al menos, de discusión sobre el sistema económico. Por último, la competencia por la audiencia lleva a una tecnificación más sofisticada de la comunicación, lo que implica que hay que tener recursos económicos para ser realmente visible en el espacio mediático.
Adicionalmente, desde una perspectiva marxista se plantearía que los periodistas suelen ser poco conscientes de cómo y por qué las jerarquías del sistema económico se replican en su actividad. El periodismo suele concebirse a sí mismo como un contrapoder, pero su concepción del poder proviene de un liberalismo estrecho: el poder se identifica casi que únicamente con la acción del ejecutivo. Y aunque es claro que el ejecutivo es fuente de arbitrariedades y tiene que ser controlado y denunciado, el poder social y económico, que es también fuente de arbitrariedades y despotismo, queda por fuera de esa ecuación.
Esto último también se relaciona con una de las críticas fundamentales desde la óptica marxista: no existe, ni puede existir la neutralidad descriptiva y/o valorativa. Max Horkheimer, en su texto clásico titulado Teoría tradicional y teoría crítica, asegura que la neutralidad es imposible porque no existe algo así como un espectador puro. Toda observación de la realidad implica su transformación interpretativa y valorativa. Nadie puede ver la sociedad desde la galería, como si viésemos una película en el cine, porque todos los que habitamos la sociedad estamos dentro de la película.
Incluso, la creencia de que uno puede tomar distancia y ver las cosas de forma neutral, como si fuese un espectador ajeno a las circunstancias, proviene de la odiosa explotación del hombre por el hombre. Son aquellos que se han liberado del trabajo manual y lo han dejado en manos ajenas los que tienen la falsa sensación de vivir por encima de los demás y sus necesidades cotidianas, hasta tal punto de contemplar los problemas de la sociedad como si se tratara de una película distinta de la propia vida.
Pero, de acuerdo con la perspectiva marxista, la idea de neutralidad no solo es imposible sino que tiene efectos indeseados. La observación supuestamente neutral, a la hora de afrontar el conflicto social y político, crea falsas equivalencias entre las pretensiones de los ricos y los pobres e iguala lo que no es igual.
Ahora bien, todas estas críticas no significan que la perspectiva marxista avale las restricciones a la libertad de prensa por parte del gobierno dentro de una democracia liberal. El ideal liberal de la libertad de prensa puede ser problemático e insuficiente, pero tanto para Engels (véase: Sobre la acción política de la clase obrera) como para Rosa Luxemburgo (véase: Sobre la Revolución Rusa), la libertad de prensa y el debate abierto y libre es una condición imprescindible para la politización del proletariado y la realización del ideal de la revolución social.
Aunque los ejemplos del totalitarismo con fraseología marxista de la Unión Soviética y sus satélites (muertos y vivientes) contradicen esta idea, hay que decir que las críticas más interesantes y las denuncias de sus peligros están también en el propio marxismo (el eurocomunismo y la propia Rosa Luxemburgo dan cuenta de ello).
Con esto en mente, llegamos a la cuestión de si el gobierno de Petro tiene o no una visión más o menos marxista de los medios de comunicación. Pero la primera cuestión que debemos abordar es si el gobierno de Petro (o el propio presidente) tiene algo de marxismo. La respuesta es: no. El M-19, de donde proviene ideológicamente el presidente, comparte el mismo eclecticismo ideológico del mandatario: lo del Sancocho Nacional de Bateman tenía –y tiene– su expresión en las ideas filosóficas. Tanto así que podemos saltar de Negri a Foucault y a Hegel en una misma línea argumental (lo cual no es necesariamente malo porque el discurso político no es igual al discurso filosófico).
Aunque la preocupación por la justicia social y el destino de los pobres sea algo que comparten Petro y el marxismo, el presidente ve en su programa reformista la clave para alcanzar una democracia real y verdadera, y no ve en las reformas –como lo hizo el marxismo socialdemócrata reformista en Europa– un medio para generar la transición a un sistema económico no capitalista. Esto es lo que explica el afán del presidente por pasar absolutamente todas sus reformas en su periodo. Un gobierno reformista con orientación marxista tendría, así suene más paradójico, más método estratégico y jugaría al tiempo histórico de largo plazo, ya sea para esperar una transición gradual o buscando una oportunidad para el (a)salto en la Historia.
Al igual que la izquierda y el marxismo, Petro tiene una visión escéptica de los medios de comunicación y considera que defienden intereses de los sectores económicamente poderosos. Pero denunciar la relación entre los medios y los intereses del capital no lo hace a uno marxista ni anticapitalista. En sentido estricto, Petro no se opone al capitalismo, se opone a un tipo de capitalismo basado en la extracción de materias primas; quiere un capitalismo de productos del conocimiento –o del cerebro, como tanto le gusta decir– porque, a diferencia del marxismo, para el que el capitalismo es un veneno impotable, el capitalismo puede ser una presa del Sancocho Nacional con ciertos condimentos como la transición energética o la reforma agraria.
Es cierto que el presidente en su polemización con los medios ha utilizado expresiones desobligantes, inadecuadas en boca del jefe del Estado, pero hablar de la relación entre los medios de comunicación y el poder económico –sin apelativos personales, sin el maniqueísmo simplón de los periodistas como manipuladores de la opinión– es siempre sano para la democracia. Los marxistas y la izquierda son famosos por dudar de la democracia liberal, pero una democracia que no duda de sí misma no avanza en la conquista de derechos y en la corrección de las injusticias.