Por: Javier Sabogal, invitado especial de Tío Conejo
La semana pasada se celebraron los 25 años del famoso desastre del Exxon Valdez, un barco petrolero de ese nombre que derramó aproximadamente 11 millones de galones de petróleo en las costas de Alaska. Este episodio aún sobrevive en la memoria colectiva, entre otras cosas, porque miles de animales murieron, incluyendo 250.000 aves y 2.800 nutrias marinas.
Al mismo tiempo, en Colombia las noticias nos abrumaron con el desastre ambiental del Casanare, en el que más de 20.000 animales han muerto, entre ellos chigüiros, peces, tortugas, reses, cerdos y babillas. Como en el caso del Exxon Valdez, muchos han tratado de culpar a la industria del petróleo.
Sin embargo, esta vez no es tan fácil señalarlos como culpables. En este caso, los afectados no están bañados de petróleo, sino que se ven sedientos y moribundos, ya que no encontraron agua. Entonces, ¿quién tuvo la culpa? Difícil de saber en un país de leguleyos, como afirma El Espectador.
Parece que ahora hay otro culpable para todo: el cambio climático. Y es que siempre es más fácil hacer como algunos líderes religiosos que al no encontrar respuesta a lo que pasa, le echan la responsabilidad de todo a la mano de Dios. El cambio climático es el perfecto conejillo de indias. Como el clima se nos sale de las manos tenemos la excusa para no tomar acciones, lo cual resulta ser una salida fácil y peligrosa.
Por supuesto que el clima está cambiando y los impactos son y serán considerables (a propósito, acaba de salir el nuevo informe del Panel de Científicos sobre el tema), por lo que hay que tomar acciones frente a este fenómeno. Pero no podemos responsabilizar al clima de todo lo que pasa.
Hace unos años se planteaba que el conflicto en Darfur podría ser el primero causado por el cambio climático, incluso investigadores de renombre como Jeffrey Sachs lo alcanzaron a proclamar. En Colombia, varios dijeron que el cambio climático había generado la famosa ola invernal que tanto daño causó. Es cierto que el cambio climático hace que los fenómenos naturales como El Niño y La Niña sean más intensos y frecuentes, pero es muy difícil atribuirle la responsabilidad de un evento específico al calentamiento de la tierra.
En estos casos, como en el de Casanare, no sólo ha sido el clima errático y cambiante el causante de todo: la mano del hombre también tiene mucho que ver. La deforestación, la industria extractiva, los cambios en el uso del suelo, tienen impactos en medio ambiente. Por lo tanto, hay mucho que podemos hacer para que la próxima vez los fenómenos climáticos extremos –los cuales serán más frecuentes y más fuertes, según la literatura científica — no nos den tan duro. Cuidar las rondas de los ríos, proteger ecosistemas que ayudan a amortiguar los impactos, son recetas que se repiten cada vez que pasan estas cosas, y que hay que tomarlas enserio.
Entre otros, la industria extractiva debe ser más cuidadosa y no tomar decisiones solamente a partir de las ganancias que obtendrían a corto plazo. Esto también lo debería hacer el gobierno que tiene una responsabilidad de largo plazo y que no sólo puede pensar en la plata que le entra al erario público en el periodo en el que está en el poder (aunque que a veces pareciera que ni siquiera entra lo que se supone debería).
Estamos en un momento crítico y ya se están disparando las alarmas de advertencia sobre los impactos de la industria extractiva. Pronto vendrá el auge de los combustibles fósiles no convencionales, como los crudos extra pesados y el “Shale Gas”. Para explotar este tipo de combustibles, se utiliza el fraccionamiento hidráulico (en inglés fracking), una práctica que tiene un gran impacto sobre el agua. Si no empezamos a tener una planeación responsable y dejamos que las cosas sigan como van, puede que en el futuro sí tengamos un Exxon Valdez en el que se pueda acusar directamente al sector extractivo de las tragedias ambientales debidas a la ausencia del agua.
Eso le contaron, desde Casanare, a Tío Conejo.
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