Nos decidimos a hacer un tríptico con la columna de la semana anterior y la próxima. Este tríptico se podría llamar los pelados. Esta columna es intermedia porque se quiere preguntar por la relación de los jóvenes con los adultos en el narcotráfico, de los pelados (las chingas) con el cucho, dejando para la próxima vez un esbozo de pregunta sobre la que tenemos muchas dudas: ¿existe un plan y una intención clara de las mafias por reclutar?.

Estamos expuestos a una escuela que analiza que la categoría de reclutamiento no aplica bien en las dinámicas urbanas del narcotráfico; más bien, “los pelados caen” (llegan y se postulan). Repasamos y repasamos la importancia de la socialización, la importancia del parche. Pero entonces, ¿qué tan articulado está ese adolescente (15 años), ese joven (24 años), a un adulto que le da ordenes claras y al que le tiene que rendir cuentas?

Es difícil envejecer en el barrio

En la constelación de combos (pandillas más peligrosas y mejor financiadas) abundan los pelados. Si uno está metido en los juegos y negocios de la violencia es bastante difícil llegar a viejo. Sería una exageración decir que es imposible llegar a viejo metido en el negocio desde un barrio pequeño, pero igual una pequeña exageración porque lo que suele pasar es que los que sobreviven y crecen dentro de la violencia en una esquina muy caliente se mudan o se vuelven móviles o una temporada en la cárcel es lo que los hace sobrevivir (y envejecer).

En estas se va formando el mito del cucho, el veterano, el que sobrevivió. Hay una cierta magia en pensar que era de por acá y ya “goleó”, “ya coronó”, “quién sabe en qué andará”, “es el duro y anda metido en todas las vueltas”. El barrio genera un gran afecto, una identidad básica, un código que carece de componentes de ilustración, es tautológico, pero es claro que se quiere al barrio como una forma de quererse así mismo sin mayor argumentación.

La magia consiste en ser y salir. En alguien que fue, que sigue con un hilo conectado y que ya está afuera. El problema es que en ciertas épocas, desde ciertos puntos de vista y en territorios exactos que logran abastecer el narcotráfico, la salida del barrio se ve posible por los negocios de la mafia. Él personaje que sale es el enlace y existe, es un personaje que se relata, pero no entendemos muy bien cómo entra y sale del territorio del combo, cómo entra, más allá de lo simbólico, a la vida de los pelados.

No es la droga, son las armas

Es mucho más fácil investigar sobre el tráfico de drogas que sobre el tráfico de armas. Como sociedad y en los medios de comunicación se sabe muchísimo más sobre drogas que sobre armas. Sabemos dónde venden drogas, “las plazas”, pero poco sabemos de las armerías, dónde alquilan armas para cometer homicidios, las caletas, la dinámica de la munición, la corrupción en Indumil y las relaciones internacionales con Centroamérica con Israel para el tráfico de armas.

Uno podría hacerle fácil la trazabilidad a la forma como llega la droga al barrio que financia a varios “combos”, las relaciones que se tejen con la misma, pero difícilmente, y con enormes áreas grises, podríamos calcular el asunto con las armas y el intermediario que se las entrega a los pelados.

Queda claro, por lo menos, en una entrevista hecha a un “promotor de combos”, que las armas no las consiguen los pelados. Este nos hablaba de cierto caos en el mundo de las redes de la violencia porque los pelados, habiéndose desorganizado las grandes estructuras de las AUC en Medellín, quedaron sueltos durante mucho tiempo y ahí empezaron a hacer transacciones con el microtráfico de drogas que les permitió independizarse.

Los grupos y las minúsculas organizaciones ganaron poder de negociación y se alejaron mucho de la condición de soldados y es como se explica buena parte de la escalada de homicidios que se estabilizó más que disminuir en Medellín. Ante la pregunta de por qué la situación no es peor, dice el entrevistado que los pelados más locos e indómitos del crimen, de ese tipo de pandillas, no han podido acceder a las redes del tráfico de armas.

El tal “promotor” hace un paralelo con Centroamérica donde nos señala que el narcotráfico en Colombia sigue siendo más “señorial” (más ordenado, de mayor tradición y controles) y nos deja claro que el fenómeno giró hacia una mayor concertación con los criminales jóvenes de barrio, sin dejarles tomar el control significativo.

El minifundio triunfó

Lo cierto es que estas redes se desorganizaron significativamente en Medellín, lo que invita a pensar en una parte de la tesis de Gustavo Duncan (que en abril expuso en la Casa Teatro El Poblado y Otraparte) sobre el poder de negociación que tuvo Escobar en desatar los criminales jóvenes de barrio que estaban en búsqueda de una reivindicación.

Es cierto que había una fuerza contenida, pero no era un asunto de desatar (como algunos podrían pensar), era un asunto de fustigar y lanzar contra la sociedad. Mientras que el pelado que termina sirviéndole al narcotráfico es víctima de una gran disciplina y de una jerarquía férrea, en la agenda del crimen juvenil no está la violencia indiscriminada y desaforada, ni tampoco el terrorismo.

Aún el crimen juvenil desatado no llega a niveles de violencia ni siquiera parecidos a la violencia terrorista de Escobar. Esto nos lleva a unas segunda historia y es la del control de las bandas y las pandillas de Escobar que está muy poco descrita y de la que también puede haber menos información estadística y muchos desaparecidos sin connotaciones y coyuntura política como para ser contabilizados.

La imagen de un Escobar que permitió la anarquía en el crimen juvenil está bastante alejada de la realidad y más bien tenemos que hablar del invento de una federación que estaba unida al interior por el terror que impartía el líder más violento entre ellos.

Reflexión final

Más allá de la federación de empresas criminales, las micro-empresas de las que están hechas las empresas criminales las vuelven acuosas y gaseoso en un estilo de minifundios urbanos: un barrio, una vecindad, una esquina o una cancha que es controlada por unos pelados.

Con el remoquete de ACCU, AUC, concretamente Bloque Metro, Cacique Nutibara y la Terraza, esto llegó a otra composición y era intentar diluir la federación articulando tales minifundios (los combos) a una coordinación general (Doble Cero, los Castaños y Don Berna según el momento en el que se vea).

En estos minifundios del narcotráfico que son los combos, vemos un reflejo en los minifundios del café que permitieron que la competitividad y la agresividad en el ascenso social logró darle  un nivel de calidad en el café paisa (Antioquia y el Eje Cafetero) a partir de los pequeños propietarios. Quizás esta movilidad social al margen, accidentada, no consensuada fue la misma que le dio supervivencia (capacidad epidémica de regeneración) y peligrosidad (efectividad violenta) al narcotráfico paisa a partir de una gran dispersión que siempre estuvo ahí, manteniéndose a partir de pequeñas empresas desautorizadas.

Estas micro-empresas pueden ser resistentes porque a veces es más efectivo cambiarle de dueño o lealtad que diluirlas, porque logran crear cierta identidad en el barrio y es efectivo mantener estos códigos, estas tradiciones desautorizadas. Lo cierto es que hay bandas en Medellín que llevan con un mismo nombre y relación territorial más de 20 años y sus miembros son eternamente jóvenes, nuevos jóvenes. Los jóvenes de estas bandas, tan vulnerables, tan erráticos, son absolutamente desechables para el negocio.

El fracaso de los jóvenes y su mortalidad es lo que ha hecho virtualmente inmortal y muy exitoso al narcotráfico.