Ser incapaces de creer en el ‘soy capaz’ no es simple cinismo. Es casi un acto de defensa propia.
Hoy a las siete de la mañana se enlazaron las principales emisoras del país para presentar la campaña ‘Soy capaz’. Una bachata con el coro “¡Vamos Colombia, todos a perdonar!” le abrió el paso a Hernán Peláez, quien hizo las veces de maestro de esta breve ceremonia: describió la iniciativa como una “causa común para sacar adelante al país”, y le dio la palabra a cada uno de los directores de medios abordo.
¿Usted de qué es capaz?, les preguntó Hernán Peláez a los directores de RCN, Caracol, La W, La FM, Blu Radio, Candela y Olímpica Estéreo. Soy capaz de perdonar y de pedir perdón, soy capaz de escuchar, soy capaz de hacer un mejor país, soy capaz de respetar, soy capaz de aceptar y de aportar, soy capaz de mirar más allá. Julio Sánchez es capaz de todo eso y, según propuso, de decir todo eso una vez al mes.
No tardaron en llegar las críticas por Twitter. Que se trata de una cosa superficial, dicen unos; que es una campaña santista, agregan otros. Habría más bien que fusionar las dos: la misma paz superflua que vendió Santos en su reelección es la que ahora ofrece un sector de la sociedad civil liderado por los medios. Una paz de eslóganes, camisetas y canciones. Un elogio a la comodidad.
La lista de buenos propósitos de Sánchez, Arizmendi, Dávila y compañía, parece la de un taxista o un cajero de un banco, no la de los hombres y mujeres que manejan la agenda noticiosa de este país. Nada mejor que la realidad para ilustrar esa incongruencia: ‘Soy capaz’ vio la luz un día después de que El Espectador revelara que Natalia Springer asesora al fiscal Eduardo Montealegre (por 895 millones de pesos) mientras habla de los mismos temas en La FM y El Tiempo. En ese reportaje también se confirma que Semana tiene un cada vez más lucrativo negocio organizándole foros a entidades estatales (en este caso, por 140 millones de pesos para hablar, cómo no, de paz).
Es injusto dejar a Springer y a Semana solos en el paredón cuando se trata de actividades paralelas bastante comunes entre medios y periodistas. Detrás de cámaras se dice que hay un periodista que promociona eventos en los que tiene inversiones, que otro es lobista, que aquel está en la nómina de tal o cual entidad, y que allá hay uno que recibe comisiones de alguna empresa privada. Todo eso sin hablar de los negocios y amistades de los propietarios de esos medios. Y digo que “se dice” porque solo tenemos información a cuentagotas.
Si los directores radiales van a proponer soluciones, que asuman su responsabilidad en esta coyuntura. Si quieren aportar a la reconstrucción de esta democracia, que empiecen por el principio: hay que acabar con el pacto de silencio en el que están inmersos. La falta de transparencia de quienes controlan el debate público es uno de los problemas de Colombia, y omitir el tema no hará que desaparezca. Al contrario, alimentará el ambiente de acusaciones, especulaciones y desinformación que sobre este punto vemos hoy en día en redes sociales.
El síntoma más claro de la frágil legitimidad del periodismo lo vimos en la misma presentación de la campaña. Al escoger a Hernán Peláez como la voz cantante, los promotores de la campaña se blindaron contra el primer reproche. Imaginen ustedes a Vicky Dávila, Julio Sánchez o Darío Arizmendi como portavoces de un mensaje central de reconciliación. Autogol en el primer minuto. Peláez es de los pocos patrimonios de credibilidad que le quedan a la radio colombiana. Él era el plan A y el B y el C.
Para muchos resulta inaceptable que la paz y la reconciliación se reduzcan a declamar palabras bonitas. A Mr. Santos le aceptamos ese cuento para evitar uno peor, y ahora enfrentamos el riesgo de que los medios lo ayuden con una mano de pintura que de paso les sirva a ellos para tapar sus propias grietas. Ser incapaces de creer en el ‘soy capaz’ no es simple cinismo. Es casi un acto de defensa propia.