Por Carolina Maldonado Carreño
Una de las polémicas alrededor del alcalde Petro tiene que ver con su cambio de opinión frente a los jardines infantiles. Esto a raíz de una entrevista para Semana en la que habló de tener 8.000 jardines en los que el distrito aporte recursos, en vez de los 1.000 jardines propios de la Secretaría de Integración Social (SDIS) que había prometido. Sin entrar en el debate de si el cambio de opinión del Alcalde es condenable o no, es importante pensar mejor la conveniencia de esa nueva propuesta.
En principio, tener 8.000 jardines es mejor que tener 1.000 si de cobertura se trata. La realidad es que en Bogotá la mitad de los niños de cero a cinco años no asisten a un jardín infantil, y la falta de cupos no se va a poder resolver a punta de Jardines SDIS por su elevado costo.
Por otro lado, si entregar recursos del distrito a particulares hace que 8.000 jardines tengan profesores bien (o al menos mejor) formados, más dotación, y ayudas en nutrición y salud, la estrategia del Alcalde representa una mejora indiscutible en términos de calidad. Esos jardines cofinanciados por el distrito serían obviamente mejores que aquellos que dependen exclusivamente de las pensiones que pagan los padres de familia para sobrevivir. Y ciertamente los niños que asistan a esos jardines estarán mejor que aquellos que asisten a alguna modalidad informal de cuidado en el que una vecina los mantiene en su casa durante el día. Entonces, cambiar jardines malos o cuidado informal, por jardines cofinanciados de mejor calidad es una estrategia aceptable.
Sin embargo, es riesgoso pensar en aumentar la oferta de educación inicial de esta manera sin que la ciudad haya hecho una evaluación seria y reciente de los beneficios para el desarrollo de los niños de las modalidades de cuidado que actualmente existen. Por ejemplo, si se tienen en cuenta los problemas que el programa de Hogares Comunitarios ha mostrado tener, no es claro que la ciudad deba invertir en una modalidad similar de cuidado infantil. A menos claro, que una evaluación seria demuestre que esta alternativa sí contribuye al desarrollo de los niños. Y esa evidencia no existe. La última evaluación que hizo la ciudad fue en el 2003, y desde entonces la oferta de jardines de la ciudad ha cambiado notoriamente.
Es bueno recordar que la investigación internacional ha mostrado de manera reiterada que asistir a un jardín de baja calidad tiene consecuencias negativas para los niños y para la sociedad a largo plazo. No es claro entonces que 8.000 jardines sean mejor que 1.000. Ojalá no se siguieran invirtiendo recursos en educación inicial (tanto en la ciudad como en el resto del país) sin tener evidencia de que los programas existentes efectivamente promueven el desarrollo de los niños. El riesgo de hacerlo es mucho peor que desperdiciar esos recursos. El riesgo en este caso es afectar de manera negativa el desarrollo de los niños más vulnerables.