Estamos distraídos.
La reforma a la salud, la reforma pensional, la reforma laboral, las facultades extraordinarias en el Plan de Desarrollo, la paz total, el secuestro de los policías, el helicóptero de la vicepresidenta, las acusaciones contra el hijo y el hermano del presidente parecen haber distraído a los opinadores de otros temas importantes.
Quizás el más importante es la emergencia de la inteligencia artificial, que puede cambiar la realidad en pocos años, y que va a transformar la economía del mundo.
Imaginarse el futuro siempre ha sido difícil, y es especialmente difícil imaginarse un futuro radicalmente distinto al presente; es casi imposible imaginar cambios grandes (en alguna medida, el problema de la respuesta al cambio climático ha sido, en parte, una falla de la imaginación). Cambios aún más grandes (cambios que no son progresivos sino exponenciales) son aún más inimaginables. La inteligencia artificial implica una transformación de este tipo.
El tono del presidente, sumado a una visión anacrónica del progreso económico que parece compartir la mayoría de su gabinete, ha hecho que la discusión sobre el futuro esté marcada, hoy, por ideas obsoletas (estatistas y, en el peor de los casos, de decrecimiento) basadas en premisas envejecidas y en una visión inflada del rol de Colombia en la lucha contra el cambio climático, y no en la realidad.
La realidad es que el mundo está a punto de presenciar una transformación tecnológica que algunos consideran más significativa que la electricidad o el fuego y que, si sale mal, puede implicar una catástrofe que pondrá en riesgo el futuro de la humanidad.
Sólo esta semana, Google anunció que implementará inteligencia artificial en sus productos, Microsoft lanzó Copilot y OpenAI lanzó GPT-4. Cada uno es más impresionante que el anterior y muchísimo más poderoso que los programas que salieron hace unos meses.
Programas como estos van a transformar la lucha contra el cambio climático, la agricultura, la educación y la crianza, la industria y, muy probablemente, todo lo que hoy nos resulta normal y previsible. La inteligencia artificial ya puede reemplazar a desarrolladores de páginas de internet, a programadores, y, más temprano que tarde, a muchos abogados. Otras profesiones basadas en el análisis de información, como la medicina, también cambiarán radicalmente, al igual que el periodismo o la consultoría.
Colombia no será inmune a estas transformaciones, y, al igual que la mayoría de los países del mundo, no se está preparando adecuadamente para ninguno de estos cambios.
Quizás, lo más preocupante no es que no estemos preparados, sino que ni siquiera estamos preparándonos para prepararnos. Y esa falta de preparación, esta distracción y esa falta de curiosidad pueden ser costosísimas.
El Plan Nacional de Desarrollo no menciona ni una sola vez la palabra “futuro”. Tampoco menciona la inteligencia artificial. La política de reindustrialización que presentó el gobierno hace unas semanas habla de la importancia de la tecnología, pero tampoco menciona la inteligencia artificial. De hecho, si uno le quita las referencias a la “transición energética”, la política industrial de este gobierno podría ser la política de reindustrialización de 1980, y, si uno quita la referencia a los aviones, la de 1880. Esta política está buscando crear empleos en industrias que muy rápidamente van a automatizar los trabajos que hoy generan.
Como en todas las democracias semi funcionales, en Colombia lo urgente se traga lo importante (en los regímenes autoritarios y dirigistas esto parece ser aún peor), y los sesgos ideológicos y de corto plazo, que invaden las discusiones públicas y privadas, hacen casi imposible imaginar y prepararse para el futuro.
Es paradójico que un gobierno que habla tanto del cambio y del progreso se olvide de considerar y planear la respuesta de Colombia a la emergencia de la inteligencia artificial. Así como tenemos políticas de adaptación al cambio climático, necesitamos políticas de adaptación a esta tecnología.
Para prepararnos adecuadamente, es fundamental mejorar la educación básica en matemáticas, ciencias y programación, lo que permitirá a la gente anticiparse y responder a las demandas de la industria digital. Además, es necesario apoyar las iniciativas que ya hay en universidades, y fortalecer los programas de becas para maestrías y doctorados en estos temas, asegurándonos de que aquellas personas que decidan estudiar afuera tengan incentivos para regresar.
También, se debe crear una agencia para la transformación digital y para la inteligencia artificial que empiece a regularla a través de un CONPES, a implementarla en los distintos sectores, y que sea un interlocutor técnico y político autorizado con la industria nacional e internacional que garantice que los debates sobre tecnología en Colombia estén coordinados con lo que en realidad está pasando en el mundo.
Es crucial que empecemos discusiones públicas e informadas sobre los riesgos y los impactos de la inteligencia artificial sobre la democracia y sobre la desigualdad económica.
Por eso, es muy importante que nuestros líderes tengan una noción, por lo menos básica, sobre los retos y las oportunidades que implica esta tecnología.