Cierto es que la popularidad del Presidente, sobre todo en los estratos bajos de la población, ha venido cayendo; que un distinguido político, al que algunos llaman “El Putin de los Andes”, es, ahora, duro opositor. También lo es que para implementar la estrategia de vivienda se ha designado a quien podría competirle a Santos en los próximos comicios. Y que para unas eventuales negociaciones con los alzados en armas, el Gobierno requiere -o, al menos, parece creerlo- una amplia sintonía con el “Pueblo”.
Cierto es que la popularidad del Presidente, sobre todo en los estratos bajos de la población, ha venido cayendo; que un distinguido político, al que algunos llaman “El Putin de los Andes”, es, ahora, duro opositor. También lo es que para implementar la estrategia de vivienda se ha designado a quien podría competirle a Santos en los próximos comicios. Y que para unas eventuales negociaciones con los alzados en armas, el Gobierno requiere -o, al menos, parece creerlo- una amplia sintonía con el “Pueblo”.
Se ha dicho que la simultaneidad de estos eventos con el lanzamiento de una política que no fue mencionada durante la campaña presidencial,en el Plan Nacional de Desarrollo o en ningún otro documento público del Gobierno, constituye demostración palmaria de politiquería. ¿De veras?
Parodiando a Santos podría decirse que “Si aprovechar el momento político es politiquería, soy politiquero”. En efecto: la regla vigente en la actualidad consiste en que el presidente en ejercicio puede ser reelegido para el periodo inmediatamente siguiente. Y como es así, quien hoy ejerce el cargo se prepara para buscar, de nuevo, el favor de las urnas. Lo hace mediante jugadas que son elementales: sacando de la contienda a uno de sus rivales potenciales, aunque lanzándolo para el 2018; y notificándole a los partidos que hacen parte de su coalición que, en efecto, va por la reelección.
Cuestión diferente es que esta figura, que fue sistemáticamente excluida desde el siglo XIX de las reglas constitucionales, sea una opción conveniente. El Congreso en su momento rompió los precedentes para hacerla posible, proceso este cuya legitimidad ahora luce manchada por la ocurrencia de ciertos episodios que no han sido cabalmente esclarecidos por la Justicia. Como sabemos, congresistas hay que han sido condenados por haber vendido su voto, aunque no está definido quienes fueron los compradores.
La Corte Constitucional dio vía libre, en su momento, a la reelección. No le pareció grave que la reforma se aplicara a quien ejercía el cargo, lo que a mi juicio creó un grave precedente. Todos nos escandalizaríamos si antes de que finalice el torneo de fútbol, por petición de uno de los equipos, se modifican las reglas de juego para disponer que este no termina en la fecha que había sido establecida sino en una posterior. Si el deporte es cosa seria, más lo es la política.
Haya tenido o no la razón la Corte constitucional en su momento, la reelección es hoy posible. No le pidamos a Santos que se abstenga de buscarla. Y no lo tildemos de politiquero por hacerlo.
La glosa siguiente es que la repartición gratuita de casas a “los más pobres de los pobres” es una política populista. No lo creo, en principio. Entiendo por populista una política que se diseña en función de la coyuntura y que no es sostenible en el largo plazo. Por supuesto, el programa puede resultar mal aunque el Gobierno tiene capacidades institucionales y financieras suficientes para operarlo. Todo depende de que sea bien diseñado y, lo que es más complejo, correctamente implementado.
Los retos son enormes. El gobierno central puede tener los recursos financieros pero carece de las tierras para construir las viviendas; esta variable crítica depende de los municipios. Habrá que ver si los lotes aparecen, los constructores hacen bien su tarea, las casas se adjudican con buen criterio y se implementan programas para que los adjudicatarios puedan tener un ingreso estable: tener casa cuando se tiene hambre es una solución a medias.
No obstante que el éxito no está garantizado, vale la pena intentarlo. Los estratos más bajos de la población no son elegibles para recibir créditos a quince años de plazo, no importa la magnitud del subsidio que se les conceda. El grado de pobreza de los eventuales beneficiarios es abrumador, como lo es la estructura del ingreso y la riqueza en nuestro país.
Salvo que ocurra un desastre fiscal, que podría suceder si la economía mundial se hunde de nuevo en la recesión, el presupuesto nacional puede albergar el programa, aunque bien haría Santos en tomar en cuenta las recomendaciones de prudencia en el gasto que recientemente ha hecho públicas el Fondo Monetario.
Queda por resolver el calificativo, que Santos mismo se adjudica, de “traidor a su clase”. En realidad, la noción de clase social de Marx es hoy obsoleta. Si alguna vez hubiere sido cierto que burgueses y proletarios libran una lucha sin cuartel en la cual estos inexorablemente han de triunfar, en el mundo actual los grupos de interés son muchos más y ya nadie cree en la inevitabilidad de la Revolución Comunista.
Pero más allá de este anacronismo teórico, lejos está el Presidente de ser un traidor a su grupo o clase social. Los suyos no han dejado de reconocerlo como tal dado que entienden que lo que hace les beneficia. Hay, pues, una gotica de demagogia en esa auto promocionada “traición”. Es, me parece, un pecado menor. “Ego te absolvo”.
………
En adelante, esta columna aparecerá quincenalmente.