La unión del Partido Verde al gobierno muestra lo que ya es evidente para muchos; Santos le gusta más a quienes no votaron por él que a quienes lo eligieron.
Muchos de los uribistas que votaron por Santos se sienten frustrados y engañados. Ellos creyeron –y no sin bases- que Santos sería la continuación del gobierno anterior. Veían en su servicio como Ministro de Defensa la mejor prueba de su compromiso con la seguridad democrática y los lineamientos básicos del gobierno anterior.
Santos no esperó para decepcionarlos. Invitó al gobierno los liberales –radicales enemigos de la coalición uribista- y los colocó en las posiciones con mucho poder. El resultado para los uribistas es evidente; los antiguos enemigos ahora investidos de poder estatal han iniciado una persecución política contra el uribismo.
Luego Santos se amisto -y de que manera- con Chávez, nuestro nuevo mejor amigo. Aquello sucede justo después de que el gobierno de Uribe denunciara la existencia de campamentos de las Farc y muchos de sus cabecillas en Venezuela. El vecino quedó como quería, amigo de los colombianos a pesar de haber pisoteado la seguridad interna de los colombianos, irrespetado no sólo las figuras políticas de la nación, sino los compromisos comerciales. Prometió pagar deudas que difícilmente pagará.
Y lo que es más grave, Santos descuidó la seguridad, como lo prueban los ataques a las poblaciones en el Cauca y otros municipios azotados por el terrorismo. Y para completar el descontento, Santos luego dar declaraciones en Corinto, una de las poblaciones brutalmente atacada por las Farc y en un acto catalogado como irrespetuoso e indolente, minimizó los hechos violentos celebrando una pírrica victoria contra Bolivia en fútbol; y terminó su intervención hablando con el Bolillo.
Al parecer quienes están más contentos con Santos son quienes no votaron por él, pues coinciden con los uribistas en que ha resultado diametralmente diferente a lo que se esperaba.
Todo esto nos invita a reflexionar sobre el vinculo entre los votantes y el elegido. ¿Qué tanto debiera obligar al elegido la voluntad de sus votantes? ¿La búsqueda del poder por el poder –esto es sin un ideario que represente a los ciudadanos que lo eligieron- es un riesgo para la democracia?