Que los miembros de la Junta Directiva del Banco de la República sean de una sola universidad, de la elite de Bogotá, refleja el tipo de sociedad que tenemos.

 

Que todos, sí todos, los miembros de la Junta Directiva del Banco Central de Colombia provengan de la misma universidad de élite de Bogotá es una muestra del tipo de sociedad que tenemos y de que la desigualdad es de lejos el mayor mal que soportamos.

Cada respuesta a la crítica es una confirmación de la tesis.

Que en la Junta ha habido profesionales muy destacados provenientes de otras universidades. Esa afirmación, que es cierta, lo que prueba es que vamos empeorando. Nunca había sido así, por el contrario, en el pasado hubo esfuerzos porque la composición de quien ostenta la máxima autoridad económica del país reflejara algo de la pluralidad de la sociedad.

Que la Universidad de los Andes lleva varios años siendo la mejor o al menos una de las dos mejores universidades del país y que por tanto sus profesionales tienen todos los méritos para ocupar, por ejemplo, todos los cargos de la Junta del Banco. Esa afirmación, que es cierta, solo confirma la enorme desigualdad en la calidad de los bienes y servicios básicos que se proveen en Colombia.

No hay que insistir en la calidad de la educación que reciben los de aquí o los de allá y aunque varias de las universidades públicas se ubican en los primeros lugares de los rankings de calidad, lo cierto es que sus egresados encuentran menores oportunidades en los cargos directivos del Estado. En el gabinete ministerial hay dos o tres de dieciocho, en la Corte Constitucional solo uno y en el Banco, claro, ninguno.

En economía, que es tan valorada la formación académica, incluso mucho más que la experiencia, cabe preguntarse por la distribución regional de las personas que han alcanzado un título de maestría o de doctorado, o por la distribución entre universidades de profesores que han alcanzado esos títulos. Ahora hay una posibilidad de que con el descubrimiento de las herramientas virtuales algunas universidades no bogotanas, como la Tecnológica del Chocó, puedan tener profesores de altas calidades en su nómina. Ya veremos si alguien se atreve.

Que los resultados de la gestión del Banco han sido buenos y que Colombia ha tenido una política económica con mejor desempeño que la de la mayoría de los países de la región. En gracia de discusión aceptemos que también es cierto, pero también por falta de una visión más heterogénea las desigualdades se han profundizado.

Podemos haber tenido un desempeño económico aceptable, mejoras importantes en indicadores sociales y reducción de la pobreza, logros que se deben en parte a esa tecnocracia que estudió en alguna universidad de los Estados Unidos, que se tomó los centros de decisión económica, que se rota los cargos en centros de estudios y que disfruta, en el entre tanto, de la burocracia internacional en Washington.

Que ninguna fórmula para reducir la desigualdad haya funcionado y que prácticamente ninguna región históricamente marginada ha logrado siquiera acercarse a niveles de desarrollo de las cuatro ciudades donde se ha concentrado el crecimiento económico se debe también a que entienden más la lógica del mercado en Chicago que las reglas informales de las zonas populares de Colombia

Así como, por ejemplo, hay un movimiento, absolutamente necesario, para exigir que haya visiones femeninas en los espacios académicos, de discusión y decisión, también debería haber uno que exigiera mayor diversidad regional, social, cultural en espacios como la Junta Directiva.

Es tan profunda la división estamental en Colombia que se refleja también en el Estado, con efectos negativos, pero también positivos.

Si se compara el origen social de jueces y magistrados con el de los miembros de los gabinetes ministeriales, de las cúpulas de las fuerzas armadas o del Congreso quizás se podrían encontrar explicaciones a hechos históricos como, por ejemplo, por qué en Colombia no hubo una dictadura militar como en casi todo el resto de América Latina o porqué hay mayores grados de independencia judicial que en muchos países del mundo. Los círculos sociales en que se mueven militares o magistrados difieren mucho de aquellos en los que participan la mayoría de los ministros y de los que toman las decisiones económicas.

No hay muchos otros países en que el clasismo de la sociedad se marque de forma tan profunda desde el lugar de nacimiento, el colegio, la universidad, el barrio hasta llegar a los más altos cargos estatales.

Casi no ha habido estudios sobre el tema, tal vez solo unos ensayos hechos por Adolfo Meisel sobre el origen regional de los ministros, pero sería interesante documentar el hecho de que profesionales provenientes de unas universidades terminen concentrando su ejercicio en unas agencias del estado y no en otras y a partir de allí evaluar el tipo de decisiones que se toman.

No me gusta hacer alusiones personales, pero como avizoro las críticas debo aclarar que tengo profunda admiración por la Universidad de Los Andes, mi hijo estudió allí, tuve el honor de dictar clases en esa Universidad, quisiera mucho poder volver a hacerlo algún día, incluso me matriculé ahí dos veces en un posgrado que no logré terminar por tener que trabajar, publiqué algún texto académico con el sello editorial de esa Universidad, soy amigo de quienes son o han sido miembros de su Consejo Directivo o son profesores, incluidos destacados economistas.

Es más quisiera mucho que el próximo Presidente de la República fuera el actual rector de la Universidad porque estoy seguro que ayudaría a combatir esas enormes desigualdades que se expresan en eso: ¡que todos sean de Los Andes! No hay derecho

Héctor Riveros Serrato es un abogado bogotano, experto en temas de derecho constitucional, egresado de la Universidad Externado de Colombia, donde ha sido profesor por varios años en diversos temas de derecho público. Es analista político, consultor en áreas de gobernabilidad y gestión pública...