Por: Casa de las Estrategias.
En varias columnas hemos mostrado que una de las sofisticaciones de la guerra contra las drogas ha sido medicalizar al consumidor de drogas a través de discursos expertos que crean un sujeto “enfermo” con una enfermedad que suele llamarse “toxicomanía”. Aquí por lo tanto queremos hacer un breve repaso de las formas como aparece la toxicomanía y las implicaciones que han tenido estos discursos.
Estas enfermedades y discursos alrededor de éstas, son construcciones específicas que Antonio Escohotado reconoce desde principios del siglo XIX con los tratados de etnobotánica y clasificaciones de diferentes plantas alrededor del mundo. Alrededor de esto, empieza a aparecer la toxicología como una disciplina que, más allá de los conocimientos biológicos, involucraba también a la psicología y a la antropología. Estos conocimientos, por lo tanto, empiezan a teorizar y proponer sobre sustancias que antes eran de uso normal y frecuente como el opio o el láudano.  
Con la aparición de este universo de conocimientos y expertos aparecen también los sujetos a estudiar o a “tratar”. Lo que aparece aquí es que, si en el siglo XVI a los que usaban cierto tipo de drogas se les llamaba brujos y debían declararse arrepentidos, así como ayudar a “cazar” a otros, en el siglo XIX con la aparición de estos discursos se buscaba que los toxicómanos se declararan como enfermos y se enfrentarán a cualquier ejercicio de rehabilitación que implicara ser denominado como tal.
Con las culpas que representaba esto y los discursos médicos aparecen otros niveles de rechazo hacia los “nuevos” toxicómanos y por ende las primeras posturas prohibicionistas. De esta suerte, los consumidores se asociaban principalmente, como lo explica Derrida, al “(…) no-trabajo, la irracionalidad, la improductividad, la delincuencia, la enfermedad y los gastos sociales que esto conllevaba (…)” (1997). Por lo tanto, lo que se rechazaba no era el toxicomaníaco como tal, sino actitudes solitarias y desocializantes que podrían ir en contra de entornos sociales pro consumo y de expansión del capitalismo. Adicionalmente, lo que explica Derrida, es que el problema no era el goce o placer de las drogas, sino que éste goce provenía de sensaciones y experiencias por fuera de lo que se conocía como “verdad” o realidad específica.  
El punto en común que se encuentra entre el trabajo de Antonio Escohotado (Historia General de las Drogas) y la entrevista a Jacques Derrida  (Retóricas de la Droga) es que con la aparición del discurso de la toxicología se destruye por completo la voluntad de los consumidores o en este caso de los toxicomaníacos, en tanto se les somete a ciertas prescripciones y comportamientos ante una sociedad que se los exige. Desde este análisis lo que se detecta es que estos conceptos, relativamente nuevos, desligan cualquier experiencia entre sujetos y drogas, como puede ser el placer, la creación y las experiencias místicas, reduciéndolas sólo a un problema del quehacer médico.
Para el caso colombiano, aparece la palabra toxicomanía con el decreto 1669 de 1964. Aquí lo que cambia es que si antes los consumidores eran enviados a colonias agrícolas o trabajo comunitario, con este decreto eran tratados desde medidas de sanidad pública y en sitios especiales donde se daba la “rehabilitación” de estos. Luego en 1986 con el Estatuto Nacional de Estupefacientes (ENE), se dan las definiciones legales alrededor del tema de drogas, aquí la definición que se da para “toxicomanía” es la dependencia a sustancias consideradas médicamente como tóxicas.
Lo que llama la atención de esto, y recordando una columna pasada donde entrevistamos a un  toxicólogo, es que cualquier sustancia es potencialmente tóxica según sus cantidades, por lo que declarar algo tóxico o no dependerá de la cantidad más que de la sustancia como tal. Sin embargo, en el Estatuto se marcan específicamente a las drogas como tóxicas, más por su significación histórica, que por la definición técnica de lo que se considera tóxico.
Aquí lo que se detecta es que con este estatuto y sus respectivas modificaciones posteriores es que, a pesar de que hay un intento por no estigmatizar las drogas como tal, sino como una apuesta por ayudar a consumidores que estén viendo afectado su salud por este consumo, en la práctica (tanto operativa de la fuerza pública como moral) no hay una diferenciación clara y conocimiento técnico sobre las cantidades y frecuencias para constituir la dependencia como los verdaderos efectos de drogas de uso más frecuente como la mariguana. Adicionalmente y a pesar de que han existido decenas de discursos médicos en pro de posturas prohibicionistas, todavía se ve cierta incoherencia en estos, en tanto claramente han marcado sus discursos alrededor de sustancias consideradas social o moralmente dañinas, antes de que el discurso científico las considerara como realmente peligrosas para la salud.
En conclusión es un gran avance en descriminalizar a las personas que consumen drogas, pero este avance no se da si por el contrario son puestos en el centro médico del debate y terminan siendo victimizados como enfermos y constantemente vigilados como tal. Como es el caso de Uruguay donde muchas de las medidas que acompañan el tema de la legalización, son sistemas de información y grandes centros para consumidores que finalmente terminan destruyendo cualquier pulsión y decisión responsable de consumo.