Hace ya tanto rato que desapareció de nuestra sociedad la presunción de buena fe, seguramente como consecuencia de lo que algunos llaman la ley del atajo, y otros la ley del más fuerte, ambas promovidas desde las más altas esferas. Así que uno sospecha todo el tiempo de las buenas intenciones de lo que pasa a su alrededor, preparado para que no nos cojan nunca fuera de base. Y en esa carrera, nos llevamos por delante a un sinnúmero de buenas personas, hasta que ellas mismas aprenden a defenderse. Y esta actitud permeó todos los niveles y ámbitos de la sociedad, hasta que finalmente ya no sabemos en quién, cuándo y cómo confiar, empezando por el mismo Estado y sus altos dignatarios.
Ya lo comentaba no hace muchos días y con su también magistral pluma el maestro Osuna, a propósito de los trámites que usted, como ciudadano, tiene que sortear en caso de pérdida de su documento de identidad: un denuncio ante autoridad competente y la solicitud de duplicado ante la oficina de la registraduría más cercana a su vivienda o trabajo. Acto seguido se le expide un documento oficial, con foto, sello y firmas oficiales y todo, en el que se hace constar que su documento, el que va a ser de verdad, se encuentra en trámite y que el tal carné, el de mentiras y que usted tiene en su mano, casi lo acredita a usted como lo que usted es: usted.
Sin embargo si usted quisiera hacer uso de tal documento, además porque sin él usted no es usted, resulta que no puede. No es válido. No es auténtico. Así que usted deberá, usted mismo y no su registraduría, hacerlo autenticar ante otra registraduría, la principal, quien es la única facultada para autenticar sus propios documentos. ¿Sospecha la registraduría de ella misma? ¿Sospechan de Usted?¿Debe usted asumir el costo de la sospecha?
Cuando usted sale de un supermercado bogotano, después de realizar y pagar juiciosamente sus compras, a la salida y segundos después de pasar por la caja, un hosco vigilante va a abordarlo, sea usted hombre, mujer en embarazo, niña o anciano, y le va a solicitar, con cara de quien observa a un maleante, su recibo de pago. Y si usted lo perdió, se ha ganado un problema: ya es casi un delincuente. Y si cree que no lo refundió, pues a buscar entre los bolsillos, dejando a un lado o en el piso los paquetes, hasta que aparezca el papelillo salvador. O mirará en auxilio y suplicante a la cajera. Y usted, con rubor, tendrá que demostrar a un extraño, y a la vista de todos los demás clientes que usted es, además de inocente, bueno. Pero, ¿porqué? ¿acaso no es usted una buena persona? ¿no acaba usted de sufragar su mercado? ¿no hay acaso un sistema de vigilancia eficiente?
Cuando usted quiere contratar con el Estado, o va aposesionarse en algún cargo, es menester aportar toda suerte de documentos. Todos oficiales y en los que conste que usted no está siendo investigado, ni condenado, que no se ha robado un peso del Estado, que no ha cometido falla disciplinaria alguna. Y tiene usted entonces que dirigirse a todas y cada una de las entidades estatales, léase contraloría, procuraduría, personería, das, hacer cola, pagar para que le digan que usted es honorable y obtener un papel en donde conste que usted no es delincuente. ¿Pero acaso no es el mismo Estado el que está auto.-certificándose acerca de su honorabilidad? ¿Acaso todos esos trámites no fueron abolidos de tiempo atrás?
Así transcurre nuestra vida, entre notarias, autenticaciones, explicaciones, ruborizadas, súplicas, mientras otros, los de siempre, se siguen robando al Estado. Y a Usted y a mí. Y nuestra desconfianza sigue adelante, porque nos han hecho creer que nosotros somos los malos. Los perversos. Los que no funcionamos. A los que hay que vigilar, molestar, insultar. Y cada cuatro años renovamos nuestras esperanzas de que esto cambie. Por los siglos de los siglos.
Adenda. Finalmente hizo carrera lo que hace años propuso el mayor Nungo: ¨ Es mejor condenar a un inocente que soltar a un culpable ¨. Quién lo iba a creer.