De inmaculado semi Dios Uribe está pasando a ídolo terrenal con pies de barro. Lo destapado en estos 6 meses sobre sus 8 años en el poder explica bien la angustia por la segunda reelección.

Ese era el único mecanismo que garantizaba seguir escondiendo debajo del tapete de su popularidad la enorme corrupción gubernamental.

De inmaculado semi Dios Uribe está pasando a ídolo terrenal con pies de barro. Lo destapado en estos 6 meses sobre sus 8 años en el poder explica bien la angustia por la segunda reelección.

Ese era el único mecanismo que garantizaba seguir escondiendo debajo del tapete de su popularidad la enorme corrupción gubernamental.

La cascada de escándalos no está saliendo ahora porque las evidencias hayan aparecido de repente, sino porque cambió el gobierno. Fabio Valencia Cossio repartía a manos llenas contratos de obra en cárceles y municipalidades, a la par que parcelaba Estupefacientes a favor principalmente de políticos conservadores. Con los salditos de Estupefacientes se financiaba a los Nule las obras que el gobierno concesionaba porque no podía financiar. Entre las necesidades del Ministerio del Interior y el talento del Ministerio de Transporte, las contrataciones de vías e infraestructura se volvieron un carrusel de enriquecimiento ilícito para Nules de variado pelambre.

Uribito y su mini sucesor feriaban subsidios de campesinos para terratenientes, que casualmente luego les daban apoyo electoral. Sembrar para cosechar era la consigna. De ñapa los dos ministricos dejaban que el Incoder, bajo su supuesto control, facilitara la contrarreforma agraria narcoparamilitar. Y para rematar la ronda, la Superintendencia de Notariado dejaba que la fueran titulando. La piñata generalizada había empezado con la primera reelección y se exacerbó con la segunda.

El Ejecutivo escogía a dedo a quien descontarle, o sea regalarle, impuestos de todos los colombianos. Eso se llamaba confianza inversionista. Mientras tanto, Acción Social exigía rigurosos criterios y seguimientos a familias pobres para ser merecedoras de un subsidio. Eso se llamaba cohesión social.

Pero no todo era corrupción para llevarse la bolsa. Otra porción importante del legado uribista era mera manipulación para agrandarse la imagen. Durante el gobierno de Uribe se asesinaron jóvenes inocentes para presentarlos como bajas de guerrilleros, sólo para inflar las estadísticas de resultados contra las Farc y capitalizarlas en popularidad.

Para lo mismo, aceptaron que los paramilitares desmovilizaran dos militantes de “apoyo” por cada paramilitar “armado”. Así se llegó a los 32.000 desmovilizados con 13.000 armas. Más de la mitad, de las armas y los desmovilizados, eran chiviados. ¡Qué importaba! Detalles menores frente a los superiores intereses de la Patria, dignamente logrados por un Presidente que no sólo puso en el fin del fin a la culebra sino también al paramilitarismo! Eso se llamaba seguridad democrática.

Vender semejante legado como legítimo y protegerlo de periodistas y jueces entrometidos implicó un esfuerzo DAScomunal. Decenas de ruedas de prensa, cientos de consejos comunitarios y miles de apariciones en público, unas más cargadito de tigre que otras. Se requirió, además, concentrar la inteligencia. Planear chuzadas, programar escándalos, desacreditar unas fuentes, consentir otras, criminalizar opositores, hacer filtraciones medio-controladas, infiltrar señoras de los tintos, colar grabadoras, enviar sufragios, etc, etc, etc. ¡Con razón se reventaron el DAS y los Montesinos criollos! Nadie, humanamente, aguanta ese ritmo de trabajar, trabajar y trabajar!

Pero Uribe siempre ha sabido que éstos son meros gajes del oficio. Nada que una calculada y exitosa campaña electoral no pueda limpiar. Por eso, el ídolo se apresta a sacudirse el barro en esta campaña electoral. La fórmula nunca le ha fallado. Hasta ahora.


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Blog Claudia López