La tragedia de Mocoa mostró a un Presidente distinto al que nos habíamos acostumbrado en estos siete años.

La tragedia de Mocoa mostró a un Presidente distinto al que nos habíamos acostumbrado en estos siete años: llegó oportunamente, pareció genuinamente conmovido con el dolor de los damnificados, estuvo atento hasta de los detalles, tomó las decisiones rápido, durmió un par de noches en el lugar de los acontecimientos.

Ah y estaba en Colombia, bueno por azar, en realidad, debía estar en Cuba, pero pocas horas antes había cancelado el viaje. Oficialmente se dijo que por estar atento de la crisis venezolana que estaba en un momento de gran tensión por la usurpación que de las funciones de la asamblea había hecho el Tribunal Supremo. Hay quienes dicen que el verdadero motivo de la cancelación del viaje es una nueva estrategia en la que evita al castro-chavismo porque ha encontrado que efectivamente esa leyenda la ha comprado un porcentaje importante de la opinión.

Sea por lo que fuese, Santos llegó a las 11 de la mañana del sábado pasado a Mocoa. La tragedia había ocurrido unas horas antes. Lo hizo acompañado del equipo correcto. Asumió el control y eso –sin duda- posibilitó una atención oportuna de la situación. Caminó las calles donde había ocurrido la tragedia, fue al hospital. En fin.

Al Presidente se le ha criticado, con razón, durante todo este tiempo, que parece distraído, que da la sensación de no conectarse con las necesidades de los más pobres, que lo motivan mucho más los escenarios internacionales y la foto con la Reina Isabel que las poblaciones de la Costa Pacífica, por decir cualquier cosa.

Esta vez fue distinto. Logró transmitir una conexión auténtica con la situación, no parecía posando para la foto sino verdaderamente tratando de entender la situación, medir su verdadera dimensión y tomando las decisiones que tocaba. Volvió a Bogotá para reunir el Consejo de Ministros, decretar la emergencia económica y social, ordenar unos traslados presupuestales, tomar dos o tres decisiones pendientes de otros temas y volvió a Mocoa.

Llevó botas pantaneras y literalmente se metió al barro. La primera dama también estuvo atenta de la situación de los niños afectados y dio instrucciones en la distribución de la ayuda humanitaria. Ella también parecía más compenetrada que otras veces. No parecían cumpliendo un libreto.

Pareciera haber una nueva actitud presidencial o al menos una nueva estrategia gubernamental que pone a Santos más conectado con los sentimientos de la gente. Hace unos días en su encuentro con Timochenko había evitado las fotos.

Claro que el Presidente sigue convencido que ha hecho un gran gobierno y que el deterioro de su imagen se debe a que no se han comunicado bien los resultados y por tanto comete el enorme error de quejarse del cubrimiento que hacen los medios y la torpeza de insinuar que los “ricos” influyan en los contenidos para generar una percepción más positiva de la realidad que la pesimista que impera.

Es probable que gaste más plata en publicidad oficial que -por bonita que quede- ha demostrado que no ayuda a mejorar la imagen del gobernante. Un buen ejemplo de eso es el gobierno de Bogotá, pero con lo de Mocoa Santos parece haber entendido que más importante que todo eso, lo verdaderamente crucial es su actitud.

El de Mocoa es un Presidente muy distinto al despistado de los paros campesinos, al descuidado de Gramalote, al superficial de Londres, al desentendido de la reforma a la salud, al indiferente de otras tragedias.

En Bogotá, Santos presidió una reunión de coordinación del sector de infraestructura y anunció que asumiría personalmente la tarea que había tenido Germán Vargas en los últimos años. Ojalá lo hiciera también con otros sectores en los que la falta de línea presidencial es evidente como el de la política criminal para citar un ejemplo cualquiera en el que la controversia entre el Fiscal y los ministros de justicia denotan que Santos no ha siquiera preguntado sobre el tema.

El Presidente y la canciller han hecho lo que tocaba en los últimos hechos relacionados con Venezuela. Desde el manejo prudente de la provocación de instalar un contingente de soldados venezolanos en territorio colombiano hasta la actitud en la inútil OEA y en las declaraciones oficiales sobre el tema, todo ha estado calculado correctamente y sin caer en las trampas que la oposición pone todos los días.

Santos encargó la vocería oficial a Alfonso Prada, su nuevo Secretario general. En un gobierno copado por la elite bogotana la llegada de Prada ayuda a conectar con la realidad. No es socio del Country Club, no juega golf en sus ratos libres, no habla la mitad en inglés y la mitad en español, estudió en la Libre una universidad a donde va la clase media, lo que ha logrado en términos de éxito profesional no lo ha heredado. Es mucho más parecido al colombiano promedio que quienes han rodeado a Santos hasta ahora y eso es una buena noticia. Prada, además, es un hombre inteligente, serio y conciliador que debería ayudar a cambiar la imagen, que pareciera coincidir con la realidad, de que en el palacio presidencial había una guerra de poderes a muerte.

No sé si el cambio va a ser duradero. No sé si Santos vuelva a Mocoa. Es probable que vuelva a incurrir en los mismos errores en los que ha caído en estos siete años. El Presidente les da enorme importancia a cosas que el colombiano corriente no le da ningún valor o le parece incluso negativo como ingreso del país a la Ocde y debe estar preparando su viaje a Portugal a encontrarse con el Papa y aprovechará para alguna foto con alguien de la realeza europea. En unas pocas semanas podremos decir si verdadera y finalmente cambió Santos o si fue una ilusión pasajera.

Héctor Riveros Serrato es un abogado bogotano, experto en temas de derecho constitucional, egresado de la Universidad Externado de Colombia, donde ha sido profesor por varios años en diversos temas de derecho público. Es analista político, consultor en áreas de gobernabilidad y gestión pública...