Por Marc Hofstetter

Colombia, como otros países del mundo, prohibió la comercialización de los bombillos incandescentes que nos acompañaron durante más de un siglo. La lógica para la prohibición es más o menos la siguiente:

El consumo de energía tiene consecuencias ambientales que los consumidores no tenemos en cuenta; los bombillos incandescentes desperdician cerca del 90% de la energía que consumen en calor; como son más baratos que la alternativa ahorradora de luz, los consumidores prefieren seguir comprándolos; lo anterior, a pesar de que, en principio, el gasto adicional en luz hace que al final terminen siendo más caros y que además los ahorradores de luz prometen durar varios años; una forma de forzarnos a tomar la “decisión correcta”, es decir, comprar los ahorradores de luz, es prohibiendo la alternativa.

A regañadientes hemos ido adoptando la nueva tecnología. Y digo a regañadientes porque los ahorradores de luz tienen sus bemoles. Por ejemplo, la luz que dan les resulta a muchos consumidores desagradable, tienen una estética discutible y muchos no funcionan bien si se quiere atenuar la luz. Además, la mayoría de los que venden en el mercado colombiano tiene mercurio. A pesar de eso, no he visto la primera campaña para que sean reciclados de manera apropiada. ¿Tarea para el Minambiente?

Y luego está el tema del ahorro. ¿De verdad ahorran energía y recursos para los usuarios los nuevos bombillos? Hay al menos dos razones que ponen en duda la promesa. La primera, que los consumidores cambiamos los hábitos en función de los precios. Así, si nos venden un servicio más barato tendemos a consumirlo más. Como los bombillos ahorradores por definición consumen menos energía, los consumidores dejamos las luces prendidas por más tiempo. Ahí se va un pedazo del ahorro.

Y en segundo lugar está el tema del precio. Los ahorradores cuestan por lo menos cinco veces más que los incandescentes. La promesa es que la vida útil es más larga y el mayor precio se compensa en parte por eso y en parte por el menor consumo energético. Pues bien, este año cambié dos bombillos incandescentes por ahorradores en mi casa. No han pasado tres meses y ambos se fundieron. La caja de uno decía “Duración, 8 años” y la del otro “12 años”. ¿Publicidad engañosa? ¿Tarea para la Superintendencia?

Y para los lectores ¿será hora de repensar la prohibición? ¿Afinar la regulación sobre las especificaciones de los nuevos bombillos?