Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
Nuestros síntomas desaconsejan una promoción indiscriminada del emprendimiento o de ciertos sectores, y más bien sugieren que la debilidad de nuestro Estado está en la base del problema.
¿Sabe que un habitante de Estados Unidos tiene en promedio un ingreso entre cuatro y cinco veces superior al del habitante promedio en Colombia (sí, más de cuatro veces!)? ¿Se ha puesto a pensar por qué? Al final hay tres opciones: o en Colombia hay una menor proporción de la población trabajando para generar ingresos para todos, o el trabajador promedio colombiano trabaja menos horas que el gringo, o, el trabajador promedio colombiano genera menos valor por hora trabajada.
Pues bien, resulta que la proporción de gente que trabaja es más o menos igual en los dos países, que el trabajador promedio colombiano trabaja más horas que su colega del norte, y que por tanto el problema está en que genera menos valor por hora trabajada. A ese valor por esfuerzo invertido en la producción es a lo que llamamos productividad.
Que la productividad por trabajador en Colombia sea solo el 20% de aquella en Estados Unidos está en el centro del problema de desarrollo del país, de la tan cacareada necesidad de incrementar nuestro crecimiento potencial. En buena hora el gobierno, especialmente desde la vicepresidencia y diversas consejerías, ha expresado que el aumento de productividad de la economía es una de sus prioridades, y que la plasmará en una agenda integrada.
Convertir ese discurso pro-productividad en una realidad de mayor crecimiento económico requiere más que voluntad política. Es indispensable un diagnóstico claro de las distintas aristas del problema. ¿En qué dimensiones se manifiesta ese déficit de productividad relativo al mundo desarrollado? Sin ese diagnóstico es fácil quedarse en lugares comunes: que hay que impulsar el emprendimiento, que la formalización, que la innovación. Sí, ¿pero de qué tipo, en qué sectores y por qué? La evidencia, que debería ser el pilar de la política pública, muchas veces pasa de agache.
Esa evidencia señala cuatro síntomas dicientes, cruciales para identificar la enfermedad de fondo:
- Las brechas de productividad están presentes en todos los sectores de producción (sí, incluyendo los de la Economía Naranja). Es decir, el problema no es nuestra estructura productiva. Ni siquiera su falta de diversificación, aunque ésta resulta preocupante por otras muchas razones.
- La diferencia tal vez más protuberante entre el aparato productivo estadounidense y el colombiano (en realidad, el latinoamericano) es la enorme prevalencia de microempresas y el gigantesco peso de éstas en el empleo. Las cifras más comprensivas para 2005–último dato existente para Colombia—hablan de que los establecimientos de menos de 10 empleados representan el 87% de los establecimientos y el 32% del empleo de la manufactura en Colombia, comparados con el 50% de los establecimientos y el 4% del empleo en Estados Unidos. Algo similar pasa en los demás sectores. Y esto es preocupante porque la enorme mayoría de esas microempresas nunca crece de allí, síntoma de que no sólo son muy pequeñas sino también poco productivas.
- Y mucha de esa diferencia se concentra en la informalidad. Si miramos sólo a los asalariados formales, la proporción de éstos en microestablecimientos no difiere tanto de la de Estados Unidos (en la manufactura 8% en Colombia vs 4% en USA). Mientras tanto, en la informalidad más del 70% de los empleados tiene menos de 8 compañeros en el trabajo. Y, un trabajador informal gana (y probablemente produce) 40% menos que el formal del mismo sector que tiene similar educación, edad, sexo.
- Aún fuera de la microempresarialidad y la informalidad, hay deficiencias de productividad importantes. Éstas se derivan en buena parte de un cierto déficit relativo de empresas súper estrella: el crecimiento de una súper estrella manufacturera en USA más que duplica el de la súper estrella colombiana.
Por supuesto, estos síntomas son sólo eso, síntomas. En ninguna forma dicen que acabando con las microempresas o la informalidad quedamos mágicamente productivos, así como acallar la tos no va a curar la pulmonía. Pero, los síntomas sí sugieren algo sobre la enfermedad subyacente, y algo sobre la que podemos descartar.
En particular, nuestros síntomas desaconsejan una promoción indiscriminada del emprendimiento, y apostarle a que impulsar unos ciertos sectores será lo que jalone el crecimiento. Y más bien aconsejan preguntarse por qué es que los emprendimientos más prometedores no están creciendo más y en cambio muchos que no lo son logran quedarse en el mercado y absorber buena parte de la fuerza laboral remunerándola muy mal. Y por qué habiendo empleos formales y en empresas muy productivas una enorme proporción de los trabajadores no logra migrar a esos empleos.
En la base de la respuesta parece estar la debilidad de nuestras instituciones. Debilidad para proveer los bienes públicos que la productividad requiere, desde carreteras hasta justicia eficaz. Debilidad para flexibilizar la formación de talento humano buscando no sólo cobertura, sino calidad, pertinencia, diversidad, así como capacidad para ayudar a los trabajadores de vieja data a adaptarse a los cambios del ambiente productivo. Debilidad para hacer cumplir las regulaciones y normas de las distintas actividades productivas, que no sólo dan seguridad al consumidor sino que someten a las empresas al rigor de la competencia, pero de una competencia justa, que es la base de la motivación para innovar. Debilidad para desarrollar formas de relación de los productores con el Estado que de facto sean sencillas, transparentes, equitativos y ágiles, desde el pago de impuestos hasta el lobby. Debilidad para resistir las presiones de los productores poderosos para conseguir gabelas.
Claro, esas agendas sólo darían frutos en el muy largo plazo. Y es difícil “vender” que se está trabajando por la productividad cuando la agenda busca mejorar la capacidad del Estado para asegurar que los proveedores informales de turismo de aventura cumplen las normas de seguridad, cuando se agiliza la justicia, o cuando se estimula la competencia y la evaluación en la provisión de educación técnica y tecnológica. Mucho más fácil mostrar que se hace algo en este campo lanzando un programa de formalización o bajando impuestos a los productores, políticas seguramente válidas pero muy insuficientes porque no solucionan las causas más profundas del problema. Ojalá el gobierno apueste en grande, aunque ese grande sea poco visible.