Andrés Álvarez

A los economistas nos conocen popularmente como los herederos de las ideas de Adam Smith. Generalmente, para bien o para mal, se evoca la metáfora de la “mano invisible” enunciada por este patriarca de la Economía. Según la idea popular, esta figura literaria se refiere a la capacidad del mercado para hacer que los intereses individuales sean orientados espontáneamente al interés general; sin la intervención del Estado. Nuestro presidente Santos en un reciente acto de lanzamiento de las nuevas metodologías para la medición de la pobreza se refirió a “la mano oculta” que guía el crecimiento y a la necesidad de hacerla  visible a través de políticas activas del gobierno para reducir la pobreza. Las nuevas formas de medición de la pobreza que se presentaban al público son muy interesantes y sobre todo muy exigentes en términos de la forma en que se va a definir al pobre. Lo más interesante de la medida es que permite hacer seguimiento a los componentes en los que se mejora y en los que no cuando se trata de poner a la gente por encima de un nivel mínimo que la sociedad considera digno. Estas medidas permiten entonces superar la idea simplista de la pobreza definida por ingresos monetarios y poder tener en cuenta el impacto de las políticas sociales del Estado. El dato periodístico es que hemos reducido en más de 4% el número de pobres en Colombia y que desde finales de los 1990s la tendencia es positiva.

Volvamos a nuestro padre intelectual: Smith. Una metáfora menos conocida de este gran observador de la naciente sociedad de mercado es cercana al dicho popular “tiene más grande el ojo que la barriga”. La usamos, por ejemplo, para referirnos a alguien que pide un gigantesco plato de comida y termina comiendo sólo la mitad de éste. Pues Smith, de forma más o menos sarcástica, observaba que en la sociedad de mercado se producía un fenómeno redistributivo tan frecuente y poderoso como la llamada “mano invisible”. “Todos tenemos el estómago del mismo tamaño”, decía más o menos.  Por lo tanto, cuando un individuo, poseído por un espíritu empresarial irrefrenable y una gran ambición, se vuelve un industrioso agente económico en busca de su enriquecimiento personal, tarde o temprano habrá llenado su barriga y la fortuna que amasó se “desbordará de su mesa para caer en manos de los más pobres”. Frente a este efecto redistributivo de la sociedad de mercado a través de salpicar (spillovers) de la mesa de los ricos a la mesa de los pobres Smith llega a dos formas de ver la pobreza. Por un lado, él observa, usando una metáfora más, que en la sociedad de mercado hasta “el más pobre de los obreros vive mejor que un rey africano”. La pobreza en términos absolutos disminuye. Por otro lado, estas mejoras en la calidad de vida absoluta de los más pobres están acompañadas de una brecha creciente entre los más ricos y los más pobres de la sociedad.  La idea detrás de esto está ligada a los rendimientos crecientes de la “división del trabajo”. O como diríamos hoy: los rendimientos crecientes del capital humano y físico. Quien inicia su vida en una posición privilegiada de acceso a la educación y al capital ira más rápido hacia la riqueza y quien originalmente es más pobre mantendrá una velocidad de enriquecimiento más que proporcionalmente inferior, mientras no tenga las oportunidades del primero.

Esto me lleva a plantear una posición aguafiestas desde el punto de vista de un heredero de Smith, acerca de los recientes debates sobre la medición de la pobreza. El vaso medio lleno me dice que los frutos del crecimiento de los últimos años han permitido que el tren del progreso material logre tener un vagón en el que se pueden montar los más pobres y avanzar hacia condiciones de vida más dignas: menos mortalidad infantil, menos analfabetismo, menos viviendas insalubres, etc… Pero, por otro lado, y siguiendo metafórico como buen economista, los vagones de primera clase del tren cada vez están más lejos de los vagones de atrás. La desigualdad sigue siendo la estrella negra que marca a Colombia. Desde hace ya varios años que estamos peor clasificados en términos de índices de desigualdad que en la clasificación de la FIFA, que ya es mucho decir.

Esta dicotomía entre pobreza y desigualdad, que puede preocupar a algunos y a otros no, plantea un reto más difícil de enfrentar para un país en desarrollo que el simple enfoque de reducción de pobreza; ya de por sí complicadísimo. El asunto es que ni el mismo Smith pudo darnos pistas serias sobre la solución a este problema. En algunos pasajes resaltó la necesidad de un buen sistema educativo, incluyente y de buena calidad. En otros, menciona la necesidad de unas instituciones proveedoras de reglas de justicia adecuadas. Pero, estas fórmulas mágicas fallan casi siempre a la hora de ir al detalle: ¿es suficiente poder acceder a la primaria y no ser analfabeta en un mundo en donde el manejo de las tecnologías de la información son mucho más importantes que saber leer y escribir? La larga historia de las sociedades occidentales de mercado muestra una fuerte persistencia en la desigualdad. El economista francés Thomas Piketty ha estudiado la persistencia de las “grandes fortunas” en los países desarrollados. Él llega a la pesimista conclusión que la tendencia es a la permanencia de las desigualdades y que sólo los episodios de grandes guerras y grandes crisis económicas logran disminuir la concentración de las grandes fortunas. Pero al mismo tiempo la desigualdad se las arregla siempre para volver a resurgir y para restituir la tendencia. Así que como herederos de Smith seguiremos en las metáforas alusivas a la mitad llena del vaso.