Por: Diego Amador
Yo no sé cómo hacen los que tienen twitter. Hace varios años que me salí, cansado de vivir pendiente de treinta y ocho discusiones al mismo tiempo, la indignación del día, quién peleó con quién y quiénes hicieron las paces. Era desgastante. Y eso que anduve en twitter antes de las elecciones de 2014, del plebiscito y la ideología de género. Antes incluso de Uber. No habíamos hablado todavía del metro elevado de Peñalosa, los coscorrones de Vargas Lleras ni el referendo de Viviane Morales. Pura paz.
No me sirvió de nada. Por más de que le hui a ese ring de boxeo virtual, el ambiente caldeado en que vivimos es imposible de ignorar. Y claramente no soy la primera persona en hastiarse de la polarización en la que nos movemos. Aquí, en Estados Unidos, Europa o el resto de América Latina es lo mismo. Todos nos preguntamos cómo llegamos al estado en el que andamos. ¿Qué explica que el mundo sea, o nos parezca, mucho más polarizado ahora que hace 10 o 15 años?
Últimamente se habla mucho del rol que juega el sesgo de confirmación en todo esto. Para los que jamás hayan oído del término, sesgo de confirmación no es mucho más que decir que uno ve lo que quiere ver. Menos coloquialmente, se dice que hay sesgo de confirmación si una persona interpreta o recuerda la información y evidencia a la que se enfrenta de tal forma que refuerce y confirme sus creencias iniciales. Es algo que vemos por todos lados, no sólo en política. Desde que tengo uso de razón, por ejemplo, mi mamá me ha dicho que no me enfríe porque me da gripa. Yo, con un tonito contestón que no se me quita desde que me cambió la voz, siempre le he dicho el frio no da gripa. Que ponerme una chaqueta más cuando salgo para la casa a las 7 de la noche no hace diferencia en la probabilidad de que yo me contagie. Pero me da gripa frecuentemente y para mi mamá es prueba de su teoría, pues yo nunca me abrigo tanto como ella quisiera.
La existencia del sesgo de confirmación es tremendamente decepcionante para el debate política. Implica, por ejemplo, que discutir con base en hechos y evidencia con personas con posturas opuestas a las nuestras puede llevarnos a exacerbar las diferencias y “enrancharnos” a cada uno en nuestra posición en lugar de encontrar puntos de consenso.
Sumado al sesgo de confirmación, se ha criticado bastante la forma en que nos enfrentamos a una muestra seleccionada de información en redes sociales. Facebook, Google, Youtube y demás plataformas digitales cuentan con algoritmos sofisticados que eligen qué información mostrarnos. El ejemplo de Facebook es el más claro: como el negocio depende de que estemos felices consumiendo contenido a través de ellos, Facebook se encarga de mostrarnos cosas que cree que nos van a gustar. Una apuesta bastante segura es mostrarnos cosas que se parezcan a cosas que hemos visto y nos han gustado en el pasado. Si usted lee y le da “me gusta” a artículos y posts que hablan sobre los problemas éticos del consumo de proteína animal y la crianza masiva de animales para consumo humano, Facebook muy felizmente va a mostrarle todo lo que comparten sus demás amigos vegetarianos.
¿Cómo se relacionan el sesgo de confirmación y la información seleccionada con la polarización? El argumento normalmente va así. En un mundo polarizado como el de hoy, nos enfrentamos, por cuenta de la selección de información de las redes sociales, a información que generalmente tiende a estar de acuerdo con nuestras creencias y posturas iniciales. Nos exponemos así a pocos puntos de vista distintos a los nuestros. Pero, aún enfrentados a la misma información, el sesgo de confirmación hace que la usemos e interpretemos de tal forma que se ajuste y refuerce esas posturas. Dos personas con posturas diferentes, entonces, terminan cada vez más alejadas en sus posiciones, más convencidas de que el resto del mundo piensa como ellas y más afianzadas en la “veracidad” de lo que piensan.
Creo, sin embargo, que hay otro elemento que juega un papel importante en todo esto y ayuda a explicar la forma en que los políticos usan la polarización a su favor. Para simplificar, llamémoslo tribalismo, aunque va más allá de eso. Cuando las personas decidimos tomar partido, nos metemos en un bando y de ahí no nos saca nadie. Una vez nos ponemos la camiseta de un equipo, la defendemos a muerte. No valen argumentos en contra. Igual que cuando un amigo o familiar se pelea con alguien y uno lo defiende así no tenga la razón, una vez hemos decidido que somos de los del sí o los del no, que defendemos la reserva van der Hammen o que pensamos que ahí solo hay potreros, es difícil devolverse. Somos tercos y orgullosos. Nadie quiere aceptar que está equivocado -perdón, que el otro tiene un punto válido- especialmente después de haberse definido a sí mismo como parte de los de un lado del argumento.
Los políticos, aun cuando muchas veces parezcan decir solo idioteces, son hábiles en el arte de la comunicación. Si les conviene, entonces, van a tratar de crear bandos y obligar a (algunas) personas a escoger de qué lado están. Trump es el más hábil para hacer esto. Muchos se preguntaban hace unas semanas por qué él había decidido volver la discusión sobre la protesta de algunos jugadores de la NFL durante el himno al principio de los partidos en un asunto de debate nacional. El mundo se le vino encima y muchos atletas y personalidades del deporte terminaron tomando partido en contra suya. Pero, al mismo tiempo, miles de espectadores- en general conservadores, patrioteros y simpatizantes de sus posturas- pasaron de ignorar las protestas a indignarse ante ellas, tomando partido por Trump. Una de las cosas más horribles que ha dicho el actual presidente de EEUU (es difícil elegir) fue cuando aseguró que podría matar a alguien en la quinta avenida y la gente igual votaría por él. Dolorosamente es bastante cierto. Para los estadounidenses que ya tomaron partido por Trump en la polarización Trump/ Anti-Trump, no hay argumento que valga. Están comprometidos con la causa, cualquiera que sea, y la defenderán a muerte.
Esta táctica la sufrimos en Colombia durante los 8 años del gobierno de Uribe. Es el famoso teflón. Uribe logró convertir todo el debate político en Colombia durante su gobierno en una elección entre él y las FARC. Algunos de quienes apoyaron al gobierno en ese entonces se desencantaron, pero la base uribista que hoy permanece jamás dejará de ser uribista. No importa qué haga o diga ni cuánto se contradiga a sí mismo, quienes se declaran a sí mismos “seguidores del presidente Uribe” lo apoyarán pase lo que pase. Sería muy difícil para alguien que ha seguido apoyándolo a pesar de los “falsos positivos”, el DAS o la parapolítica, dejar de apoyarlo ahora. Sería aceptar de un momento a otro que estuvo equivocado todo este tiempo. No importa qué tan de derecha o de izquierda seamos, orgullosos somos todos.
Esta táctica de generar bandos no sólo crea teflón. La vemos constantemente, algunas veces de forma efectiva y otras de manera infructuosa. El Plebiscito fue un caso obvio. El NO, ya lo sabemos, hábilmente logró pegarle al plebiscito una cantidad de dicotomías de este tipo (impuestos, matrimonio homosexual, etc.). Pero desde el SÍ también se trató, aunque sin lograrlo muy bien. Muchos trataron (tratamos) de plantear el plebiscito como Guerra o Paz. No funcionó. Una de las defensas más hábiles de los opositores al proceso de Paz fue la famosa “Paz sí, pero no así”. Esa simple idea les dio la posibilidad a muchas personas de oponerse al proceso sin tener que definirse a sí mismo como un “amigo de la guerra”.
¿Qué nos espera entonces en esta delicia de campaña presidencial con más candidatos que convocados a la Selección Colombia? Cosas horrorosas, seguramente, entre ellas muchos candidatos tratando de obligar a los electores a tomar partido en un debate de este estilo. Eso era el referendo fallido de Viviane Morales. Si ese referendo se hubiera dado, quienes habrían votado a favor de restringir las adopciones solo a parejas heterosexuales habrían quedado matriculados en el bando de los de la senadora. Qué forma tan efectiva de crearse una base política. Se nos viene también ahora el referendo anti-corrupción. Y no se les haga raro que vengan más propuestas de referendos. Eso sí, siempre sobre temas emocionales, de esos que indignan al electorado y despiertan pasiones. No habrá referendo sobre la meta de inflación del Banco de la República.
Y se viene, sobre todo, más de lo mismo con el proceso de paz, siempre plagado de sesgo de confirmación. Cualquier noticia medianamente relacionada va a ser interpretada como una confirmación de que el proceso de paz fue un fracaso o como evidencia de su éxito. Y a quienes se han opuesto al proceso, a quienes les conviene que la elección sea un nuevo plebiscito, seguirán tratando de “abrochar” a los opositores del proceso de su lado apelando a su tribalismo, a la indignación y la furia. Se nos viene mucho más de esa derecha berraca.
No es fácil pensar en qué hacer ante todo esto. El sesgo de confirmación y el tribalismo son instintivos, las redes sociales seguirán mostrándonos lo que nos gusta ver y los políticos seguirán explotando cualquier oportunidad para genera votos. Podemos, eso sí, tratar de bajarle a las revoluciones, no entrar en una discusión a menos que estemos dispuestos a aceptar que el otro tiene puntos válidos, aprender a diferenciar entre ceder y perder. Será difícil, pero podemos estar pendientes de cuando un político trate de despertar nuestra rabia contra un grupo de personas. Les aseguro que en esos casos gana el político y perdemos todos. Tratemos de reconocer siempre la humanidad del otro. Que levante la mano el que esté conmigo.
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Bonus track: Difícil, eso sí, no indignarse ante lo que estamos viendo con la Corte Suprema de Justicia. Tan normalizada está la corrupción en este país, además, que no conozco a la primera persona sorprendida con todo esto.