Por Marc Hofstetter
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Los cacaoteros acaban de levantar su paro. Lo hicieron tras la promesa del gobierno de subsidiar el precio de cada kilogramo en $800. En números redondos el regalo será de 32.000 millones anuales. Por cada peso producido les regalamos un poco más de 20 centavos.
Los cafeteros aun no levantan el suyo. Como dije con ellos el dilema que enfrentamos es grande. No pueden vivir de la nostalgia. Pero tampoco de la caridad. Por ahora nos inclinamos por los segundo pues el gobierno ha prometido $600.000 millones en regalos. De nuestros impuestos se irían en promedio al bolsillo de cada caficultor cerca de $1.200.000 al año. Pero serán más.
Los transportadores también tienen su paro. Algo más de 300.000 camioneros le enviaron su carta de peticiones al gobierno. Entre otras cosas piden una rebaja de $2000 en el galón de combustible. Eso costaría cerca de cinco billones de pesos anuales. (Al menos esta es una petición que favorecería a todo el transporte de carga y pasajeros, público y privado).
Y no podía faltar la Bogotá Humana. Con bombos y platillos, con diva a bordo, la ciudad empieza a sacar de circulación a los vehículos de tracción animal. Escudada en una sentencia de la Corte Constitucional que ordena ofrecerles a los afectados alternativas de trabajo, la administración distrital les va a regalar a cada uno de los zorreros registrados un poco más de 21 millones de pesos. ¡Sí, 21 millones! No hay plata para arreglar la troncal de la Caracas pero nos gastamos más de 60.000 millones en poco menos de 3000 caballos viejos.
¿Por qué los impuestos que recogemos con tanto esfuerzo se van a unas pocas manos? ¿Por qué nos parece aceptable que si unos pocos manotean con suficiente vehemencia el gobierno les ofrece nuestra billetera? ¿Por qué el repetido discurso del Ministro de Hacienda según el cual le gustan las medidas transversales y no las ayudas sectoriales se queda en sólo eso, un discurso? Algo anda mal en una democracia en la que los recursos no fluyen hacia las bolsas del bien común sino a las arcas de los que más vociferan, como cuando en un colegio las golosinas terminan en el bolsillo del matón de turno.