Por: Daniel Mejia
Por: Daniel Mejia
Mucho se ha discutido acerca de si el producto interno bruto por habitante es un buen indicador de desarrollo económico. Si bien el PIB per cápita captura una dimensión de este intrincado proceso (el tamaño promedio del pedazo de la torta que le toca a cada habitante), no captura otros aspectos como su distribución y sus usos. En los últimos años se viene discutiendo sobre la pertinencia de usar indicadores de felicidad[1], reportados individualmente en las encuestas, para medir el nivel de bienestar de la población. En esta corta nota no quiero ahondar en los problemas y beneficios de este indicador, sino más bien señalar una posible disyuntiva inter-temporal entre que deben enfrentar los individuos entre los dos indicadores, felicidad y PIB per cápita.
Es muy simple pero poco se ha explorado. El proceso de crecimiento económico implica costos de corto plazo que los individuos deben enfrentar si quieren aprovechar las oportunidades. Por ejemplo, en épocas donde se observan tasas altas de progreso tecnológico, el retorno al trabajo y a la acumulación de capital humano crecen y esto hace que los individuos quieran trabajar y estudiar más (pero disfrutar menos del tiempo libre). Esto probablemente se refleja en caídas de los indicadores de felicidad y aumentos en los niveles del PIB por habitante. El punto concreto que quiero hacer es que si bien los individuos pueden enfrentar una disyuntiva de corto plazo entre felicidad e ingreso, la verdadera disyuntiva en la que se debería concentrar el análisis es entre felicidad hoy o felicidad mañana (o, como tradicionalmente se ha visto, ingreso hoy vs. ingreso mañana). ¿Pero, porque enfocarse en el análisis de la segunda disyuntiva y no de la primera? A mi juicio, porque el segundo deja claro que para crecer (o ser más feliz) hay que tomar decisiones que implican sacrificios. La primera no lo hace.
[1] Ver, por ejemplo, la columna de Fernando Carrillo hoy en El Espectador.
Por: Daniel Mejia