Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
Hay mugre por donde se analice el tema. A mí me huelen feo la instalación de las canecas, algunos de los ataques en su contra y ni hablar de los argumentos para defenderlas.
Enrique Peñalosa, con la instalación de 80.736 pares de canecas de basura en el espacio público, destapó un basurero. Hay mugre por donde se analice el tema. A mí me huelen feo la instalación de las canecas, algunos de los ataques en su contra y ni hablar de los argumentos para defenderlas.
El debate no se hizo esperar cuando los ciudadanos vimos la eficiente instalación masiva de estas canecas. Con gracia, Carlos Cortés mostró que en algunos sitios hay una verdadera invasión.
Bueno, mucha gente ha visto la invasión de canecas en la ciudad. También me critican por insinuar corrupción. Por ahora les comparto algunas fotos: — Carlos Cortés (@CarlosCortes) July 9, 2019
Según reportes, cada par de canecas vale $1.839.000 pesos, lo que multiplicando implicaría un costo total de $148,473,504,000 (casi 150 mil millones de pesos). Otras noticias cifran la inversión total en 45 mil millones de pesos. La razón de la discrepancia no la he logrado establecer, pero como veremos la divergencia no altera la esencia de mi argumento. Aclara la Uaesp que el 32 por ciento lo pagan los usuarios vía tarifa. ¿El 68 por ciento restante? Los concesionarios. Ejem…es decir, los usuarios, pues al final nosotros sostenemos a los concesionarios.
Pongamos en perspectiva la cifra. Ahora que la “economía naranja” es la bandera improvisada de moda, 150 mil millones es más que el presupuesto de inversión del año 2018 de todo el Ministerio de Cultura, que reportó una apropiación vigente a 31 de diciembre por cerca de 115 mil millones de pesos.
Esencialmente coincide, para más comparación, con la apropiación que el Departamento de Prosperidad Social hizo en 2018 para atender a las víctimas del desplazamiento. Es decir, la cifra es grande aún comparada con programas de envergadura nacional.
Yendo a lo local, el costo de un bus de Transmilenio y su mantenimiento por 12 años se estima en 4.600 millones de pesos, así que esto equivale a unos 32 buses de Transmilenio operando por 12 años, o unos 387 articulados en un año. El salario mensual de un patrullero en el 2018 es 1.52 millones de pesos. Las canecas valdrían entonces cerca de 98 mil salarios mensuales de patrulleros, o unos 8.2 miles de salarios anuales. Así es: el salario anual de más de 8 mil patrulleros.
Podemos seguir con las comparaciones, pero el punto es que no es una cosa menor. Aún si tomamos la cifra de 45 mil millones como la correcta, la comparación con estos costos de referencia sigue revelando la inversión descomunal. Y eso que no estamos contando el valor de la operación que, con el tiempo entre bolsas y recolección, engrosará la inversión inicial.
Válido, entonces, preguntarse si el gasto se justifica. Para mí, la respuesta es un rotundo no.
Para empezar, se puede cuestionar de entrada la noción misma de que el espacio público debe ofrecer canecas abundantes para la gente. Un amigo me contaba que en Japón la gente barre la acera de enfrente de afuera hacia adentro. Lo opuesto a nuestra costumbre de “limpiar” el polvo hacia la calle. Las numerosas canecas públicas comparten esa lógica al decirle al ciudadano: “usted puede botar la basura en el espacio público, acá está el lugar designado para ello”.
Aunque nos parezca radical, un modelo alternativo dice: “en el espacio público hay pocas canecas, porque cada ciudadano se ocupa de su mugre”. Para explicar esta idea mejor, viene al caso otro amigo que me contaba de su alivio con las canecas de Peñalosa, pues ahora bota ahí la bolsa de popó de su perro, en lugar de llevarla a su casa. Esta defensa es más bien un ataque: precisamente, hay menos popó en las calles si cada ciudadano lo lleva a su casa para sacarlo el día designado de retiro de basuras, en lugar de ponerlo en las canecas de la vía pública. ¡Mi amigo ensucia la ciudad más ahora que antes, y le cuesta a la ciudad más ahora que antes!
Consistente con esto, lejos de ver ahora menos basura en las calles, lo que yo he visto cerca a donde vivo y donde trabajo es más basura: más gente aprovechando la comodidad de la basura en las canecas, produciendo bolsadas de desechos. Además, no siempre permanecen cerradas y ordenadas antes de que pase el camión cuando son ubicadas en el piso para su recolección.
Algunos objetarán que mi amigo y vecinos son muy decentes y el destino alternativo de muchas de las bolsas de popó y otros residuos no es, tristemente, la casa de quienes la producen, sino las calles, alcantarillas, y andenes. A mi testimonio de “antes/después” con más basura en mi barrio otros podrán mostrar menos basura desperdigada en el piso gracias a las canecas. Pero este argumento no se sostiene para apoyar la iniciativa de Peñalosa pues sus mismos defensores insisten que lo más fundamental ahora es educar sobre el deshecho apropiado de los residuos en las canecas del espacio público. Lo que no explican es por qué esa educación no puede hacerse para que cada cual se ocupe de su basura, reducir la que va a las calles, y ahorrarnos lo de un año de salarios para 8.000 patrulleros.
Otros podrán insistir en que las canecas sí son necesarias porque en ocasiones es muy difícil llevar el desecho hasta otro lugar. Este punto lo concedo. Tienen razón. La ciudad debe tener algunas canecas públicas. Pero el punto no es válido para defender las canecas de Peñalosa, atiborradas cada 15 metros en muchos tramos y a razón de una por cada 90 habitantes.
Es razonable, sí, la ubicación de algunas canecas en lugares donde se producen residuos y los ciudadanos tienen pocas alternativas distintas para deshacerse de ellos. Los parques son un buen ejemplo. Contrario a la presunción oficial, calles comerciales no lo son tanto, pues los establecimientos de comercio pueden ofrecer canecas para sus clientes. De nuevo, se trata de aportar cada uno en lugar de transferir la responsabilidad a la ciudad a un altísimo costo.
Las canecas de Peñalosa son, en fin, un verdadero desperdicio de recursos escasos. Aún aceptando que se requieren algunas canecas, es imposible justificar la alocada instalación masiva, con un desembolso que podría destinarse a miles de necesidades urgentes (adecuar los andenes para coches de bebés y sillas de ruedas, para darles apenas una idea).
Pero lo feo no solo ha sido la política sino el debate. De los ataques contra las canecas preocupan por supuesto quienes decidieron quemarlas, perdiendo cualquier autoridad en una discusión que se trata, precisamente, de cuidar los recursos públicos. Eso, junto con el robo de las canecas, debemos rechazarlo todos sin importar si apoyamos o no la medida.
También es delicado lanzar acusaciones de corrupción sin indicios claros. Lo que no resta importancia a que, ante una decisión tan costosa y cuestionable, tanto los ciudadanos como los entes de control debemos prender alarmas sobre los móviles. ¿Fue incompetencia, o hay además algo indebido? La pregunta, no los insultos sin fundamento, es válida y debe investigarse.
En el debate quedó retratada también la polarización ciudadana. Por eso, titular “La basura de Peñalosa” llama más la atención que “Algunos aportes sobre el debate de las canecas”. En la otra orilla, un sofisma frecuente que encontré contra quienes cuestionamos la decisión fue confundir la parte con el todo, y llevar el argumento al extremo. Por ejemplo, cuestionar las canecas implicaría apoyar o validar su destrucción o robo. O significaría desconocer cualquier logro de esta administración (¿acaso no quieres colegios, ni jardines infantiles, ni programas de prevención en salud?). Estrategia que, hábilmente, siguió la propia administración en redes sociales.
Decidimos unirnos a las denuncias de las fotos de canecas que abundan en la ciudad. Pero encontramos algo muy preocupante. No son sólo las canecas, es todo. Abrimos hilo para denunciar tanta gestión. pic.twitter.com/Q0PxVDY0E5 — Alcaldía de Bogotá (@Bogota) July 23, 2019
Y claro, todo esto en una alcaldía que se enorgullece de ser “impopular pero eficiente”, más iluminada y sabia que los ciudadanos en todas las materias, actitud que difícilmente le permitirá algún día aprender de sus errores.