Por Jorge Tovar Seguir a @JorgeATovar
No es extraño que si durante muchos años un grupo tiene el poder político, al perderlo, la otrora oposición tienda a gobernar a favor de su electorado y en contra de los demás. El problema es que esa estrategia puede tener efectos contraproducentes particularmente si la situación descrita se da a nivel local.
Esto sucede actualmente en Bogotá. Escrito está en el programa de gobierno: se va a “disminuir el ingreso disponible de los ricos”. El problema es que el diagnóstico es equivocado. Pareciera que es rico todo el que sea clase media para arriba, más o menos de estrato tres hacía arriba.
Así, una de las primeras decisiones del actual gobierno de Bogotá fue cancelar el Plan Zonal del Norte. Quizás lo único positivo que legó el pasado gobierno del Polo Democrático. Pero no sólo se bloqueó la expansión de la ciudad por el norte sino también por el sur. Simultáneamente se decidió no vender agua en bloque a las zonas rurales de los municipios de la Sabana de Bogotá. Bloqueado el norte, el sur y la Sabana no queda más que densificar para superar el déficit habitacional crónico de la ciudad. Pero esto, entendí en algún Foro de Vivienda en el que participé a finales del año pasado, tendrá que hacerse con una promotora distrital de vivienda. Como con la basura el objetivo será garantizar que los privados no manejen el negocio.
Lo anterior se hace bajo el precepto de que el constructor privado se apropia de rentas que no debería. Pero en Bogotá no sólo se presiona al sector privado. También a los hogares de ciertos segmentos. El caso extremo se da con recibos de valorización que llegaron hasta por $45.000.000. La señora, dueña del predio, decía en radio la semana pasada que su casa de 40 años no tiene alcantarillado. Eso sí, ante su queja la respuesta de algún funcionario del Distrito era que “ella manejaba Ferraris”. La argumentación “técnica”, por supuesto, es lamentable. La clase media, aquella que logró adquirir vivienda en estrato 3, 4 ó 5 se castiga por ser “rica”.
Bogotá me recuerda la triste historia de Detroit. La otrora poderosa urbe de los EE.UU. es hoy una ciudad en decadencia. Recientemente el documentalista chileno Camilo José Vergara proponía mantener a Detroit en ruinas. Según el debería ser la “primera Acrópolis Americana”. Bogotá, por supuesto, no está hoy en esos niveles de decadencia. Pero sí comparte algunos aspectos que vale la pena anotar. Detroit en 1970 era una ciudad con el 55% de población blanca. En 2008 ese porcentaje era del 11%. Eso, por supuesto, no tendría importancia sino fuera porque allí la correlación entre la claridad del color de la piel y el ingreso es positiva.
En 1974 ganó la alcaldía de Detroit Coleman Young, militante comprometido con la defensa de los derechos civiles en los Estados Unidos. Antes de ser alcalde estuvo en el Senado del Estado y además de apoyar decisivas medidas contra la segregación racial también impulsó un impuesto local a la renta. Su objetivo, loable, crear una sociedad más justa. El resultado fue una desbandada de los ciudadanos adinerados y los recaudos apenas si aumentaron. Su gobierno buscaba favorecer a la población negra, más pobre y desprotegida. Pero su estilo era de choque directo con la población blanca. El establecimiento debía acabarse. Esto le concedió un apoyo popular que lo tuvo en el cargo hasta 1994. El resultado no fue sólo el éxodo de las élites blancas. También abandonó la ciudad la clase media. Hoy, Detroit es postulada por un latinoamericano a ser Acrópolis.
La teoría es simple. A nivel local es difícil imponer medidas restrictivas contra cierto segmento de la población porque no es excesivamente complicado encontrar alternativas. En Colombia la movilidad es más difícil que en los Estados Unidos porque en Bogotá aún está presente de manera decisiva el Gobierno Central y porque son pocas las opciones de buena parte de esa clase media para reubicarse. Pero lo están haciendo. La industria en Bogotá busca mudarse a las afueras. La Sabana crece sin control ni orden. En Bogotá no es despreciable la población que busca no estar en ella. Se pretende evitar estos movimientos bloqueando la expansión de la ciudad, no vendiendo agua. Pero la presión es demasiado fuerte y la energías que se desperdician buscando apretar lo justo para extraer rentas pero no forzar movimientos migratorios significativos debería mejor enfocarse en acciones proactivas estructurales y de beneficio para el conjunto de la población.
La solución, en esencia, no pasa por polarizar la ciudad entre ricos y pobres. La solución es fortalecer el capital humano. En ese sentido tiene razón Felipe Barrera en una reciente columna. Hay que proveer educación gratuita con la esperanza de lograr los retornos que marca la teoría. Pero no sólo la educación primaria. También la secundaria, tecnológica y superior. No sólo en cobertura. También, y sobre todo en calidad. Con un presupuesto nunca visto en educación ¿por qué no se conoce masivamente el programa de fortalecimiento de calidad de la educación pública en Bogotá? ¿Cuáles son los planes de reforma de la Universidad Distrital para que le dispute a la Universidad Nacional o a la de Antioquia el ser la mejor universidad pública del país?
Inmerso en una triste lucha de clases se amenaza con modificar el cobro de la valorización tal que estrato 1 y estrato 2 no paguen. El subsidio a la educación es imprescindible. El subsidio para adquirir vivienda se puede ver como un stock y es necesario. Pero el subsidio de vivienda, visto como un flujo, aquel por vivir, es el camino equivocado. Envuelto en estas disputas clasistas se presume equivocadamente que los carros son de los ricos y se plantean días sin carros adicionales como solución para un problema de movilidad mucho más estructural.
Lo viene a decir Edward Glaeser en su magnífico escrito sobre el triunfo de las ciudades hablando de Detroit y Boston (otro caso de gobierno segmentario a comienzos del siglo XX). A los ricos no hay que echarlos. A los ricos hay que aprovecharlos para fomentar la inversión y el desarrollo de la ciudad. Añado yo. Es en este punto donde debe intervenir el Gobierno Distrital. Acciones para promover la formalidad, desarrollo serio del transporte público e impulsar decisivamente la mejora del capital humano son las que se quisiera ver de los gobernantes.