Por Juan Camilo Cárdenas
¿Es generar, destruir o mantener puestos de trabajo, una decisión esencialmente fundamentada en el criterio de optimizar las ganancias del empleador? Es una pregunta que parece ingenua para unos e idiota para otros. La generación de empleo sigue siendo la obsesión de gobernantes y analistas y sobre todo la espada de Damocles de muchos candidatos que enfrentan una elección o su reelección.
Si miramos por el lado de los individuos como ciudadanos y consumidores ya existe suficiente documentación soportando la idea cada vez más aceptada de que estamos dispuestos a sacrificar en nuestro bienestar material personal a cambio de mejorar el bienestar de otros o del medio ambiente o en general del bien común. No sorprende de hecho que la revista Time haya escogido a Elinor Ostrom como una de las 100 personas mas influyentes este año, dado su aporte a pensar como la sociedad resuelve estos dilemas de los comunes a partir de la auto-gestión.
Sin embargo, menos parece discutirse en el ámbito de los individuos como generadores de empleo, y de ver la creación de puestos de trabajo como un fin de interés común a una sociedad y no simplemente como un punto de equilibrio del mercado laboral en el que la oferta y la demanda determinan el número de contratos laborales y el salario al que se pagan.
Una de las fuentes más interesantes de reflexión sobre este problema surge de la investigación de campo del profesor de Truman Bewley (Yale) sobre la pregunta de porqué los salarios no caen en una recesión. Desde un análisis básico económico en una recesión deberían bajar los precios –y de hecho lo hacen, de todo aquello cuya demanda cae por la recesión, excepto los salarios a pesar de que la demanda de trabajo claramente sufre. El trabajo de Bewley sugiere que los empresarios no bajan los salarios pagados a sus empleados por temor a destruir la moral de su equipo humano. ¿Es esto generosidad o altruismo? Es probablemente una estrategia que permite mantener la empresa en funcionamiento en los momentos en que mas depende de que sus trabajadores tengan la voluntad y el ánimo para mantenerla a flote.
Hay además evidencia experimental de lo que se denomina el “intercambio de regalos” (gift exchange) en donde los empleadores deciden subir los salarios por encima de lo que el mercado sugeriría, y donde los trabajadores corresponden dicha señal o regalo con una mayor productividad de su esfuerzo. Este resultado de paso se ha postulado como una posible explicación al fenómeno de desempleo involuntario.
Sobre lo que no parecer haber mayor evidencia o investigación al respecto es sobre el acto de crear nuevos puestos de trabajo como una acción deliberada de los empleadores para aportar a algo de interés común como es la reducción del desempleo.
A propósito de esta discusión, e inspirado en una reflexión de Ariel Rubenstein, he venido replicando el siguiente ejercicio durante los últimos 3 años en un curso de postgrado en economía con ya cerca de 80 estudiantes. La razón del ejercicio de Rubenstein es preguntarnos por cuál mensaje nos están transmitiendo las herramientas de análisis económico y en particular para esta pregunta esencial sobre la creación o destrucción de empleo y la generación de utilidades para la empresa.
En este ejercicio los estudiantes reciben información hipotética sobre una empresa que esencialmente utiliza como factor de producción mano de obra no calificada y que actualmente cuenta con 196 trabajadores (piensen en una empresa de mensajería que recoge y distribuye correo y paquetes). El estudiante debe realizar una recomendación del número de trabajadores que debe seguir contratando y cuántos despedir de acuerdo a una proyección de las ganancias de la empresa en función de los trabajadores.
Los estudiantes reciben además esta instrucción explícita: “NOTA: este ejercicio no tiene respuesta correcta. Use sus criterios personales para responder a la pregunta al final de la hoja.”. y la pregunta concreta que deben contestar es: “Yo recomendaría continuar contratando _______ de los 196 empleados de la compañía.”. En ningún momento se sugirió que el estudiante debería maximizar las ganancias de la empresa, simplemente que usara su mejor criterio personal.
La mitad de los estudiantes recibieron al azar la información en forma de tabla (derecha) y la otra mitad en forma de ecuación (izquierda). Como verá el lector que quiera jugar con una ecuación tan sencilla, cada herramienta es un espejo e la otra.
En primer lugar es claro que una buena cantidad de personas recomienda niveles de despido que no corresponden a la solución que solo maximiza las ganancias de la empresa (es decir despedir 96 empleados y quedarse solo con 100). Sin embargo, aquellos que recibieron la información en forma de ecuación eran fueron mas propensos a recomendar dicha solución de botar 96 y dejar 100, y perfectamente consistente con el resultado de Rubenstein en varias disciplinas y cursos en que lo ha hecho.
Los resultados claramente muestran un efecto directo de la herramienta sobre la respuesta del estudiante. Los estudiantes que tuvieron como herramienta la ecuación despidieron casi 30 trabajadores más que los que vieron la información en la tabla. Este resultado es robusto para cada año, y estadísticamente significativo a nivel de toda la muestra y cada submuestra como se ve en las gráficas y la regresión rápida adicional:
Dos puntos finales. De ninguna manera pretendo descalificar el uso de las herramientas matemáticas en la economía, todo lo contrario, creo que quienes han diabolizado su uso en la disciplina están sugiriendo que la solución a este matrimonio de las matemáticas y las ciencias sociales es “botar el sofá”. La pregunta mas bien es sobre cómo usamos esas herramientas.
Y la segunda pregunta aún mas interesante, creería yo, es si de la misma manera que los ciudadanos-consumidores están dispuestos a contribuir voluntariamente al interés común, los empresarios bajo las mismas condiciones de contexto y normas sociales estarían dispuestos a crear empleo como una forma de reducir uno de los males comunes mas apremiantes como el de satisfacer el derecho de cada ciudadano a tener un trabajo digno que le permita aportar a la sociedad y vivir del mismo.