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Ya se nos juntó la fiesta del paro con la del fin de año. Sin duda, expresarnos es muy importante, pero ¿nos podemos inventar algo adicional?

Mientras el gobierno y el comité del paro (la élite original y la solapada) negocian las demandas sociales; mientras ocurre la gran conversación nacional del gobierno con los más de 300 expertos convocados alrededor de los ejes de crecimiento con equidad, medio ambiente, educación, paz, corrupción y transparencia, entre otros, ¿qué hacemos los ciudadanos?, ¿los de la calle?, ¿los indignados?; ¿seguimos protestando al ritmo de la cacerola?

La expresión de las emociones

Imaginemos el siguiente ejercicio: dos personas desconocidas tienen que decidir cómo distribuir $100.000 pesos. Una persona hace la oferta de cómo distribuirlos. La otra persona puede aceptar o rechazar la oferta. Si rechaza, ambos reciben $0 pesos, y si acepta, cada persona gana lo indicado en la oferta inicial. Este juego conocido en la literatura experimental como el juego del “Ultimátum” se ha replicado en miles de experimentos en el mundo. De hecho, décadas de investigación han encontrado que los participantes a quienes se les ofrece 20 por ciento o menos de los $100.000 pesos iniciales, rechazan en la mitad de los casos estas ofertas. La mayoría de la gente prefiere ganar 0 pesos a cualquier cifra positiva, si la distribución les parece injusta.

En variaciones de este experimento, Dan Houser y Erte Xiao muestran que, si dejamos que la gente exprese sus emociones, a través de una nota escrita manifestando su insatisfacción, aceptamos las distribuciones injustas más fácilmente. Por ejemplo, algo que antes era inaceptable, como una distribución de 80 por ciento para el que ofrece y 20 por ciento para el que recibe, ahora comienza a ser aceptable y solo rechazan la oferta en el 20 por ciento de los casos (frente a un 50 por ciento cuando no podían expresarse). Los investigadores concluyen que las emociones negativas, como rabia o desaprobación, son importantes de expresar, en este caso, aunque sea de manera escrita. El camino de la expresión, concluyen, es una alternativa eficiente a los castigos costosos, en este caso rechazar la oferta. 

De pronto es un paralelo algo forzado, pero considero que aquí hay una metáfora con el paro. Ante un gobierno, ante un Presidente que muchos desaprueban, la expresión de emociones es muy importante para canalizar el descontento incluso si no cambia nada y tenemos que esperar hasta las próximas elecciones.  En cambio, si reprimen la protesta social -la máxima expresión de emociones- todo será inaceptable y la gente de pronto no se aguantará hasta las próximas elecciones (lo cual, valga la pena decirlo ahora, considero un error por la inestabilidad de nuestras instituciones democráticas, pero ese es otro tema). 

Está claro entonces: expresar las emociones es liberador. Todos los que salimos alguno de estos días de paro, así lo sentimos:  conmovedor, empoderador, esperanzador. Eso no lo podemos negar y así lo recordaremos. Sin embargo, durante las marchas estábamos rodeados de gente con quienes coincidíamos en muchos temas y dejamos de oír a los que piensan distinto. Quizás nos polarizamos más.  

Mientras las élites hablan y la “gran” conversación nacional ocurre, el ciudadano de a pie necesita empezar a conversar con el que piensa distinto. Necesitamos una estrategia de largo plazo para empezar a construir una nueva narrativa nacional donde los extremos encontremos puntos de encuentro. Cierro con una idea.

Mercado Clandestino 

En una escena bien surreal, al mismo tiempo en que triste y absurdamente le disparaban a Dilan, a pocas cuadras de ese lugar, estábamos encerrados en el Teatro Faenza vendiendo conocimiento útil y no útil sobre el agua en un mercado clandestino, como parte de las actividades de la Comisión de la Verdad. Por 1.000 pesos, personas curiosas reservaban media hora con expertos para hablar y aprender o des-aprender. Mientras afuera había caos y miedo, adentro le apostábamos al diálogo y a la conversación con extraños. Yo creo que por ahí es la cosa.

 

 

Creo que para ampliar la conversación nacional y realmente construir a futuro entre ciudadanos, deberíamos establecer mesas de diálogo por la ciudad, garantizando que personas que piensan distinto se sienten hablar de temas concretos que los separan frente a frente: proceso de paz, política de drogas, derechos de la población Lgbti, aborto, feminismo, eutanasia, consulta previa, fracking, Uribe, Petro, metro elevado vs. subterráneo, etc., etc., etc. Un diálogo sin la anonimidad y la distancia que dan las redes sociales. Volver a un diálogo empático que es necesario cuando toca mirarse a los ojos.

Quizás, podríamos empezar con el experimento en las Universidades, con los estudiantes y profesores, que no son un grupo homogéneo y definitivamente no están todos del mismo lado. Imagino mesas como las de la foto en las plazoletas universitarias donde estudiantes, profesores, empleados, invitados, empiecen a dialogar sobre estos temas con extraños o incluso con “rivales”. Creo que podría ser un comienzo simbólico para acortar las distancias entre aquellos que pensamos distinto: conversaciones clandestinas con el único objetivo de volver a oírnos e intentar entendernos.

 

Es la directora del Centro de Estudios sobre Seguridad y Drogas (Cesed), profesora titular de la Facultad de Economía de la Universidad de los Andes y miembro fundador del Centro de los Objetivo de Desarrollo Sostenible para América Latina y el Caribe (Cods). Estudió economía en la Universidad de...