Retomando dos entradas anteriores explico el que podría ser un antídoto eficaz para proteger a la primera infancia afectada por el desplazamiento y la violencia en el país: el apego saludable entre los niños y sus padres o cuidadores principales.

Por Andrés Moya (@Andr3sMoya)

En las dos entradas anteriores escribí sobre las consecuencias psicológicas de la violencia y su relación con la persistencia de la pobreza. En la primera, discutí sobre la forma en la que el desplazamiento, la exposición a la violencia y las afectaciones psicológicas en los adultos pueden generar una trampa de pobreza de comportamiento. En la segunda, discutí sobre la forma en la que éstos fenómenos comprometen el futuro de miles de niños en Colombia y pueden condenarlos a una situación de pobreza crónica en el futuro. Hoy quiero retomar estas dos entradas para contarles sobre un antídoto eficaz para proteger a la primera infancia afectada por el desplazamiento y la violencia en el país: el apego saludable entre los niños y sus padres o cuidadores principales.

Como les contaba, los primeros cinco años de vida son un periodo crítico del desarrollo de las personas, pues es cuando se desarrolla gran parte de la arquitectura cerebral, la expresión genética y las habilidades cognitivas y socioemocionales. Por lo tanto, lo que ocurre en estos primeros años determina en buena medida el potencial de las personas para ser exitosas a lo largo de su vida. Desafortunadamente, el proceso de desarrollo se ve truncado por la exposición a eventos adversos durante la primera infancia (ACEs por su sigla en inglés – Adverse Childhood Events), los cuales sobrecargan el sistema que el cuerpo usa para regular los niveles de estrés y generan una serie de efectos fisiológicos, neurológicos y emocionales devastadores.

Los ACES, por ejemplo, afectan negativamente la corteza pre-frontal, la cual es crítica para la regulación de actividades emocionales y cognitivas, y generan patrones emocionales de ansiedad y depresión. Como consecuencia, los ACEs comprometen el desarrollo cognitivo y socioemocional de los menores y su capacidad para concentrarse, seguir instrucciones, regular las emociones y recuperarse después de fracasos. Con el tiempo esto se traduce en un menor desempeño escolar, comportamientos adictivos, una mayor incidencia de enfermedades crónicas y menores ingresos, entre muchos otros efectos. En otras palabras, las adversidades durante la primera infancia y el estrés derivado de ellas afectan de manera profunda y permanente a las personas a lo largo de sus vidas. Por lo tanto es indispensable entender qué acciones o programas pueden mitigar el efecto de los ACEs y proteger a los miles de niños víctimas de la violencia y el desplazamiento en el país.

Un antídoto natural y efectivo para mitigar los efectos de la exposición a ACEs es el apego saludable entre los menores y sus padres o cuidadores principales. Aunque para algunos esto puede sonar extraño e incluso metafísico, los efectos de un apego saludable están soportados por distintos estudios en los campos de la genética, biología y neurociencia tanto en animales como en humanos. [1]  Éstos revelan que las relaciones de crianza saludables no sólo tienen efectos emocionales y de comportamiento, sino también bioquímicos, fisiológicos y genéticos. Por ejemplo, un apego seguro tiene efectos positivos y permanentes sobre el funcionamiento del sistema que regula el estrés, como también sobre el tamaño, la forma y la complejidad del cerebro. Así mismo, activa el segmento del genoma que controla la forma en la que el hipocampo procesa las hormonas del estrés, lo que se traduce en una mejor regulación de las emociones y en una menor incidencia de la ansiedad ante situaciones adversas o estresantes.

De hecho, dos estudios, que pueden encontrar aquí y aquí, revelan que los ACEs aumentan los niveles de cortisol (la hormona del estrés) en los menores sólo cuando madres no le prestan atención o no responden a sus necesidades emocionales. Es decir que cuando las madres responden con atención y sensibilidad a sus hijos, los efectos de las adversidades y los estresores ambientales, como la pobreza o la violencia, desaparecen casi por completo. Estos resultados se complementan con los de un estudio longitudinal que siguió por más de 30 años a 267 madres, quienes se encontraban en condiciones de pobreza, y a sus hijos. Los resultados de este estudio indican que la calidad del apego en el primer año de vida promueve las capacidades emocionales, sociales y cognitivas de las personas y predice el comportamiento y el éxito de las personas. Por lo tanto, hay evidencia robusta que muestra cómo el apego saludable durante la primera infancia protege a los menores de los efectos nocivos de los ACEs, genera resiliencia y tiene efectos psicológicos y fisiológicos que perduran toda la vida.

La pregunta que surge a partir de esta evidencia es cómo se puede fomentar la construcción de un apego saludable en un contexto de extrema adversidad como el que enfrentan los hogares desplazados y víctimas de la violencia. Esto porque las circunstancias del desplazamiento y la exposición a la violencia también pueden limitar la calidad parental.

Para dar algunas luces al respecto, con Jorge Cuartas y Arturo Harker estamos analizando los factores que afectan la calidad parental en Colombia a partir de los datos de la Encuesta Nacional de Calidad de Vida del 2013 (ECV-2013). [2] Aunque estos datos no permiten identificar las circunstancias o los efectos en hogares víctimas de la violencia, sí permiten analizar el papel que tiene la exposición a la violencia y otros factores sobre la frecuencia con la que los padres realizan actividades lúdicas y formativas con los menores y la probabilidad de negligencia o desatención total al menor (i.e. no realizar ninguna actividad con ellos). [3] En particular, nos concentramos en el nivel de ingresos de los hogares, el acceso a información sobre el proceso de crianza de los menores, la sensación de escasez monetaria[4] y la violencia a nivel municipal, medida como el promedio de la tasa de homicidios entre 2011 y 2013.

Un resumen de los resultados de esta investigación se encuentra en la Tabla 1, la cual presenta los efectos de estas variables sobre la probabilidad de no realizar ninguna actividad con el niño. Como se puede observar, el ingreso de los hogares parece tener un efecto negativo y estadísticamente significativo sobre la negligencia. Sin embargo, una vez controlamos por el acceso a la información, la percepción de escasez y la violencia a nivel municipal, el efecto del ingreso deja de ser significativo. Es decir que la riqueza de los hogares no es el factor fundamental que determina la frecuencia o calidad de las interacciones entre padres e hijos. Por el contrario, las circunstancias adversas, como la escasez monetaria y la violencia al nivel municipal, tienen un efecto significativo y aumentan la probabilidad de que el padre o la madre no realice ninguna actividad con el niño, mientras que el acceso a información reduce la incidencia de negligenciaEstos resultados, además, son robustos cuando analizamos los efectos sobre la frecuencia con la que se realiza cada actividad y van en la misma línea que los estudios internacionales que mencioné anteriormente.

Tabla 1. Determinantes de la Negligencia: Ingresos, Escasez y Exposición a la Violencia

A partir de estos resultados podemos intuir que los efectos de la percepción de escasez y la violencia son más severos en los hogares desplazados y víctimas de la violencia ya que la mayoría de ellos se encuentran en una situación de vulnerabilidad y pobreza crónica y, sobretodo, han estado expuestos a una multiplicidad de eventos violentos y choques adversos. Como menciona Alicia Lieberman, la directora del Centro de Investigaciones de Trauma Infantil de la Universidad de California, San Francisco, “las circunstancias de la vida de las madres usualmente desbordan su capacidad natural para hacer frente a las adversidades [y] cuando estamos bombardeados por la pobreza, la incertidumbre y el miedo, se requieren cualidades supra-humanas para proporcionar las condiciones para un apego seguro.”[5] Es decir que la calidad parental o el apego seguro no surgen en el vacío y que el tema no se reduce a que haya buenos o malos padres y madres.

Por el contrario, las adversidades a las que están expuestos los hogares no sólo afectan a los menores sino que también limitan la posibilidad de que se construyan lazos y apegos seguros entre ellos y sus padres y madres. Por lo tanto, se puede estar dando un círculo vicioso mediante el cual padres y menores son afectados psicológica y socialmente por las circunstancias que rodean al desplazamiento, y estas afectaciones le impiden a los padres construir lazos y apegos seguros con sus niños. Los menores que experimentaron directamente la violencia y el desplazamiento, o nacieron en hogares víctimas de la violencia y el desplazamiento, están entonces a merced de los efectos nocivos de las ACEs y tienen su futuro comprometido.

Este panorama plantea la necesidad de implementar un programa específico que integre la atención psicosocial a las víctimas y la promoción de un apego seguro con sus hijos menores de cinco años. De esta forma se podría promover la estabilidad psicoemocional de la población desplazada y además mitigar los efectos devastadores de la violencia y el desplazamiento en la primera infancia. Este es tal vez uno de los retos más importantes que enfrenta el país de cara a la construcción de una sociedad más justa y equitativa y a un proceso de postconflicto.

Por esta razón, junto con Raquel Bernal y Arturo Harker de la Universidad de Los Andes y Alicia Lieberman y Vilma Reyes del Programa de Trauma Infantil de la Universidad de California, San Francisco estamos implementando un programa que hemos llamado Semillas de Apego para la atención de madres víctimas de la violencia y niños entre cero y cinco años de edad. Semillas de Apego se basa en la intervención grupal de la Psicoterapia de Padres e Hijos el cual combina las teorías de trauma y apego seguro para dotar a las madres con herramientas que les permitan manejar sus traumas y construir un apego seguro con sus hijos. [6] En contextos de adversidad extrema, esta intervención ha sido efectiva para promover habilidades parentales de calidad, reducir la incidencia de síntomas de estrés postraumático en el cuidador principal y mitigar las consecuencias del estrés tóxico sobre la primera infancia.

Con Semillas de Apego esperamos contribuir al diseño implementación de iniciativas que permitan reparar las consecuencias negativas del conflicto en el país y que le den la oportunidad a miles de niños víctimas de la violencia de desarrollar su pleno potencial, a pesar de los entornos adversos que enfrentaron en sus primeros años de vida. Antes de finalizar el año escribiré contándoles sobre los resultados de la primera implementación de Semillas de Apego.

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[1] Entre estos estudios se encuentran: (1) Liu, D. et al., (1997) “Maternal Care, Hippocampal Glucocorticoid Receptors, And Hypothalamic-Pituitary-Adrenal Responses to Stress” Science 277; (2) Caldji, C. et al., (2000) “Variations in Maternal Care in Infancy Regulate the Development of Stress Reactivity” Biological Psychiatry 48; (iii) Sapolsky, R. M. (2004) “Mothering Style and Methylation” Nature Neuroscience 7; (iv) McGowan, P., et al., (2009) “Epigenetic Regulation of the Glucocorticoid Receptor un Human Brain Associates with Child Abuse” Nature Neuroscience 12.

[2] Cuartas, J.A., Harker, A., y Moya, A. (2015) “Decisiones sobre ciudado parental: teoría y evidencia para Colombia.” Universidad de Los Andes.

[3] Estas actividades incluyen (i) leer cuentos o mirar libros de dibujos,  (ii) jugar y hacer rondas, (iii) cantar canciones o tocar instrumentos musicales, (iv) contar cuentos o relatos, (v) ir al parque y (vi) hacer manualidades o actividades artísticas.

[4] La ECV-2013 proporciona la percepción de los hogares sobre si los ingresos (i) no alcanzan para cubrir los gastos mínimos, (ii) sólo alcanzan para cubrir los gastos mínimos, o (iii) cubren más que los gastos mínimos. Las primeras dos opciones permiten identificar la sensación de escasez monetaria severa o moderada.

[5] Alicia Lieberman en Tough, P. (2012) How Children Succeed: Grit, Curiosity and the Hidden Power of Character. Houghton Mifflin Harcourt, New York, pp. 39 (traducción propia).

[6] Lieberman y Van Horn. (2011). Psychotherapy with Infants and Young Children: Repairing the Effects of Stress and Trauma on Early Attachment. The Guilford Press