Tres razones para pensar que el sistema de créditos condonables del programa Ser Pilo Paga no incentiva a los estudiantes a terminar sus estudios. 

Por David Bardey

Como lo mencioné en una entrada previa, me parece que las becas “Ser pilo paga” son una iniciativa que se inscribe en una dirección más que deseable, pues es precisamente este tipo de medidas que promueve una mayor equidad, incrementará la movilidad social y que constituye un intento para romper la barrera invisible de la segregación social (¡Digo invisible porque, como nos acostumbramos tanto a ella, tendemos a no verla, o por lo menos, a subestimar sus costos para la sociedad!). A pesar de que sigo apoyando esta iniciativa impulsada por la enérgica Ministra Gina Parody, he leído y escuchado críticas a este programa de becas que me parecen interesantes y que pueden contribuir a su mejoramiento. En esta entrada, me enfoco en el tema de que esta beca es realmente un crédito condonable, como lo abordan Catherine Rodríguez en este blog y Rodolfo Arango en una de sus columnas, desde puntos de vista relativamente opuestos. En esta entrada, doy los argumentos económicos a favor de la modalidad de becas y explico porque creo que domina la modalidad actual de los créditos condonables.

En palabras sencillas, un crédito condonable y una beca son equivalentes cuando le va bien al estudiante y que éste termina su carrera y se gradúa, mientras que si su desempeño académico no es el esperado, es decir no termina su carrera, éste debe reembolsar el dinero recibido durante sus estudios. En el caso de  las becas “Ser pilo paga”, este último escenario se vuelve un tema muy delicado porque por definición, los beneficiarios provienen de familias que ya se encuentran en una situación económica precaria y en desventaja.

Cualquiera que sea nuestra posición o sensibilidad política, creo que estamos todos de acuerdo de que la inversión en educación genera para un país retornos sociales que van mucho más allá de la suma de los retornos privados. En otras palabras, además del hecho de que la gente que se ha educado puede disfrutar de mejores condiciones económicas, una economía, y más generalmente la sociedad en su totalidad, funcionan mucho mejor cuando crece la proporción de gente educada. Sin embargo, como cualquier inversión, se debe reconocer que la inversión en educación contiene riesgos, en el caso de nuestra discusión, el riesgo de que los estudiantes no terminen su carrera, lo que en alguna medida puede conducir a un desperdicio de recursos. La pregunta a la cual debemos entonces responder es la siguiente: ¿quiénes deben asumir este riesgo: el Estado a partir de los impuestos de todos, en particular de los más favorecidos, o los hogares de estratos 1, 2 y 3 que son los beneficiarios de estas becas, pero que ya están expuestos a muchos riesgos por su situación económica precaria? La respuesta a esta pregunta me parece obvia. Desde un punto de vista de economía pública, las becas son una inversión social en el sentido que es la sociedad entera que se beneficia de eso, por lo cual es la sociedad que debe asumir el riesgo, y no solamente los menos desfavorecidos que la componen. Este planteamiento parece también en adecuación con un prisma más sociológico, en particular si aplicamos algunas de las recomendaciones del sociólogo alemán Ulrich Beck sobre la repartición adecuada de los riesgos en una sociedad.

Para volver a nuestra pregunta en términos más concretos, una de las preocupaciones expresadas por Rodolfo Arango se basa en que las tasas de deserción son altas en el sistema universitario colombiano, basándose en promedios efectivamente bastante aterradores. No obstante, Catherine Rodríguez nos mostró en su última entrada una gráfica que revela que estos promedios deben ser ajustados, pues no estamos hablando de la población estudiantil en general, sino de estudiantes seleccionados por ser “pilos” y recargados de motivación por la oportunidad que se les está ofreciendo. Catherine lo ilustra de manera elocuente tomando en consideración las estadísticas de los estudiantes que se benefician de las becas “Quiero estudiar” de la Universidad de Los Andes, programa que ya tiene varios años de implementación y que nos ofrece por lo tanto una distancia temporal razonable para abordar esta pregunta empírica. Las cifras expuestas en la entrada de Catherine revelan efectivamente que los estudiantes de este programa se caracterizan por tasas de deserción menores al promedio de la población estudiantil. Mejor dicho, para predecir la tasa de deserción de los estudiantes beneficiarios de las becas, se debe calcular una probabilidad condicional, es decir ajustando el promedio por algunas variables de control. En eso Catherine tiene razón. Sin embargo, aunque la deserción sería más baja de la que plantea Rodolfo, no concuerdo con la conclusión de Catherine. Al contrario, interpreto más bien estas cifras como un respaldo a que las becas deben ser becas de verdad y no créditos condonables.

En efecto, Catherine evoca la teoría de los incentivos para justificar que un crédito condonable puede ser mejor que una beca. El razonamiento es que como no se pueden observar los esfuerzos realizados por parte de los estudiantes, los cuales incrementan la probabilidad de llegar a un “final feliz”, i.e. poder graduarse, entonces se justifica introducir incentivos financieros para suavizar este problema de “riesgo moral”. Todo el resto igual, los estudiantes deberían tener mayores incentivos para esforzarse por el temor de tener que reembolsar el dinero de la beca que representa una amenaza creíble, lo que debería reducir la deserción.

Veo por lo menos tres problemas en este razonamiento. Primero una rama más moderna/contemporánea de la teoría de los incentivos impulsada entre otros por Benabou y Tirole, y seguramente más adaptada para responder a nuestra pregunta, nos enseña que la introducción de incentivos financieros puede ser contra-producente cuando los individuos, en nuestro caso los estudiantes, se caracterizan por una motivación intrínseca importante. En este caso, los incentivos financieros tienden a sustituirse a la motivación intrínseca, de tal forma que los esfuerzos que podrían realizar los estudiantes disminuirían. Doy un par de ejemplos para ilustrar este fenómeno, aunque quiero aclarar que no se relacionan directamente con nuestro tema. En la ciudad de Nueva York se observó una caída de las donaciones de sangre cuando los donantes empezaron en recibir dinero por sus donaciones. Otro ejemplo ilustrativo, esta vez con incentivos financieros negativos, ocurrió cuando los padres tuvieron que pagar multas en algunas escuelas en Israel por llevar tarde a sus hijos a las clases. La introducción de estas multas no permitió resolver el problema, al contrario, los retrasos se incrementaron. Aplicando la lógica de esta teoría a nuestra pregunta, dudo que los estudiantes becados, muy motivados como bien menciona Catherine, hagan mayores esfuerzos por esta modalidad de crédito condonable. Creo más bien que en el mejor de los casos harían el mismo esfuerzo. Pero también puede pasar que por razones psicológicas, sintiendo la espada de Demócles encima por tener que reembolsar el crédito en caso de no poder terminar sus estudios, les pondría una presión tal, que ésta puede afectar negativamente su desempeño académico. Mejor dicho, hasta si se contempla únicamente un criterio de eficiencia, dejando por fuera consideraciones de equidad, tendría muchas dudas de que la modalidad del crédito condonable sea la mejor opción para disminuir la deserción.

Segundo, así estuviera equivocado en mi punto anterior de la motivación intrinseca, o si preferimos aplicar la teoría más clásica/antigua de los incentivos en la cual los agentes son todos homoeconomicus, no creo que podríamos inferir de esta teoría que sea necesariamente mejor que la beca siga la modalidad de crédito condonabe. En efecto, la teoría de los incentivos nos enseña que la introducción de incentivos financieros, si bien suaviza el problema de riesgo moral, i.e. en nuestro caso disminuye la deserción, crea a su turno ineficiencias por transferir riesgo a individuos que tienen aversión al riesgo. La introducción de los incentivos financieros se justifica entonces solamente si las ganancias de eficiencia por la disminución del riesgo moral hacen más que compensar la pérdida de bienestar de los individuos por tener que enfrentar este riesgo. Como creo en las cifras de Catherine, me parece entonces obvio que el problema de riesgo moral será muy limitado y por lo tanto que la ganancia asociada a la reducción de este riesgo moral (¡en caso que haya!) no compensará la pérdida de bienestar generada por transferir el riesgo a los hogares más pobres. De nuevo, y hasta si aplicamos una visión totalmente homoeconomicus,  el argumento de los incentivos no justifica transferir el riesgo a los estudiantes vía la modalidad de créditos condonables.

Tercero, esta pregunta de becas versus créditos condonables depende también del concepto de justicia social que manejamos, entre otros, si tenemos una visión muy utilitarista a la Bentham o, si nuestras preferencias sociales se inscriben más en un concepto Rawlsiano, lo cual consiste en priorizar la asignación de los recursos a los individuos que se encuentran en las “peores situaciones”. Si nuestro concepto de justicia social se acerca al criterio de Rawls, a priori preferimos evitar empeorar la situación de estudiantes que ya se encuentran en situaciones precarias exigiendo el reembolso de una suma de dinero importante, pues si no se gradúan tendrán probablemente una trayectoria profesional menos exitosa (por lo menos en promedio). Los menores retornos de sus años de educación, asociados a la situación económica precaria del hogar de donde vienen, pueden concretamente poner a los estudiantes que no logren terminar sus estudios en situaciones terribles, lo que Rodolfo denominó el “dulce envenenado”.    

Quiero recordar que el propósito de este programa de becas es promover una mayor equidad a través de un mayor acceso a la educación superior por un lado, y que este mayor acceso se acompañe de un incremento de la meritocracia por otro lado. Si realmente se quiere cumplir con estos dos propósitos, creo que es importante poner a los estudiantes en situaciones muy parecidas. Si queremos equidad real de acceso a la educación, en particular a la educación superior, hay que aceptar que todos los estudiantes, sin diferencia, pueden fracasar en el intento, tanto los becados como los no becados. Al contrario, si unos pueden fracasar con pocas consecuencias, mientras que otros no pueden fracasar sin poner en peligro los recursos y el bienestar de sus familias, el programa pierde automáticamente su propósito de mejorar la equidad. Sería una lástima porque como lo podemos inferir a partir de las estadísticas que mostró Catherine en su entrada, a priori la deserción entre los becados no será un problema, o de menor relevancia.

Para concluir, los economistas tendemos en ver trade-off eficiencia-equidad en todas partes. En este caso, creo que estamos al frente de una oportunidad increíble, pues se podría mejorar a la vez la eficiencia y la equidad pasando de créditos condonables a becas. Por lo anterior, ¡Ministra, adelante, confío que lo puede hacer, y superar las dificultades jurídicas que eso implica!

Adenda-1: Quiero dar las gracias a mis estudiantes de Introducción a la Microeconomía con quien he tenido la oportunidad de discutir esta pregunta. Me han compartido puntos de vista que me han parecido muy interesantes y que sin duda, han influido mi entendimiento y mi punto de vista respecto al tema de estas becas.

Adenda-2: No quise entrar en el debate de la reforma agraria que lanzó el profesor Jim Robinson y sus contradictores por mis conocimientos muy limitados del tema. En todo caso, creo que los intercambios de puntos de vista fueron muy interesante y diría que es un aporte más del profesor Robinson al debate sobres las instituciones en Colombia. Sin embargo, creo que Jim Robinson dio un “papayazo” citando a Vicente Castaño para el modelo agrario en Colombia (aunque aclaro en su respuesta que obviamente que no quería decir que el modelo de Castaño era el modelo a seguir). Pues aun si Castaño hubiera tenido un punto acertado una vez en su vida, el resto de su “obra” hace que en todo caso es mejor no referirse a este personaje. Por ejemplo, estoy en favor de que no se hagan experimentos médicos sobre animales. Para defender esta causa, evitaría recordar que el primer gobierno que prohibió los experimentos sobre los animales fue el régimen nazi de Adolfo Hitler en el año 1934.