La idea de un ingreso mínimo universal para todo ciudadano vuelve a discutirse. Una propuesta desde la economía que se había olvidado y que se revive en tiempos de Utopía. ¡Discutámosla!

Por Andrés Álvarez @aalvarezgallo

Las transformaciones políticas recientes en América Latina parecen sugerir que nos movemos hacia la derecha o al menos hacia el centro derecha. Argentina es el caso emblemático, pero hay vientos de cambio fuertes en Cuba, Venezuela y Bolivia. Los primeros de la clase seguimos siendo los países con políticas entre conservadoras y social demócratas, pero lejos de las utopías de izquierda. 

Pero otra cosa está pasando en las economías más desarrolladas y en particular en el mundo anglosajón. Al menos en el mundo de las discusiones intelectuales y con un reflejo no despreciable en las batallas electorales. Bernie (Sanders) parece ocupar un espacio casi olvidado en el espectro político norteamericano desde los tiempos de Reagan. Un reformismo radical y abiertamente de izquierda, que asusta a muchos, pero que ilusiona a jóvenes y los más liberales (en la acepción gringa de la palabra). Sin entrar en el ecléctico panorama de las izquierdas más radicales que han resurgido en España, Italia, Francia y en el mismísimo Reino Unido. 

Estás nuevas izquierdas son diversas y oscilan entre nostalgias de formas comunistas-anarquistas, como los Bakunin contemporáneos de Marx, hasta militantes de un renovado New-Deal a la manera de Bernie. Sin embargo, todos tienen en común un gusto por una idea que parecía utópica hace algunos años: la renta mínima universal (RBU). Que puede entenderse desde las dos caras de la moneda (izquierda y derecha respectivamente); o bien como un subsidio monetario de monto fijo y no condicional que se daría a toda la población, o bien como un impuesto negativo al ingreso (ver este sitio para una amplia discusión al respecto de la RBU).

La RBU, vuelve al pugilato con la ayuda de dos importantes economistas de moda: Thomas Piketty y Anthony Atkinson. Del primero ya es empalagoso hablar. Del segundo se ha oído un poco menos en los medios colombianos. Y es precisamente de sus ideas en las que quiero concentrar la atención. 

En su más reciente libro, Desigualdad: ¿Qué se puede hacer?, Atkinson plantea una serie de propuestas concretas sobre cómo atacar la creciente desigualdad en el mundo. Sobre todo en el mundo desarrollado. Dentro de muchas propuestas que apuntan a renovar las formas abolidas del Estado de Bienestar, se propone la instauración de la RBU

Esta idea no es nueva. Para no ir demasiado lejos en el tiempo, se puede señalar que la creación del Estado de Bienestar moderno en Inglaterra, que se desprende del Plan Beveridge (ver algo del informe aquí) en plena segunda guerra mundial (1942), contenía la idea de una transferencia básica sin condiciones para garantizar un mínimo de vida para todos sin importar la condición de la persona en el mercado laboral. En plata blanca esto significaba que incluso a quien decidiera voluntariamente no trabajar se le debería garantizar un mínimo vital en condiciones dignas. 

Esta propuesta puede levantar ampolla por varias razones. Existen dos que son sistemáticamente mencionadas en contra de la RBU. La primera es que un subsidio de esta naturaleza aumentaría lo que se conoce como el salario de reserva. Es decir que la gente solo estaría dispuesta a trabajar en el mercado laboral formal si se le paga más. La segunda es que se desincentiva el esfuerzo y puede crear trampas de pobreza por esta razón. 

Precisamente por esto último, desde los años 1990 las recetas para salir de la pobreza se han concentrado en las transferencias condicionadas. Es decir en subsidios que obligan a que los receptores adopten comportamientos específicos. Familias en Acción es el caso más claro de esta idea en nuestro país, con condiciones de escolarización de los niños, entre otras. 

La propuesta de Atkinson es muy interesante precisamente porque es una forma intermedia de la RBU clásica, sin contrapartida, y las transferencias condicionales. La idea central consiste en un ingreso ciudadano que se entregaría a todos los adultos por igual, en esto es universal. Pero, que pida en contrapartida a quienes no están vinculados al mercado laboral formal a participar de la vida en sociedad. Puede ser trabajando en actividades de valor colectivo o incluso simplemente mostrando un esfuerzo suficiente en la búsqueda de un trabajo formal. 

Estas actividades no deberían tomar la mayor parte del tiempo del ciudadano y tienen por objetivo una inserción social y una participación activa en la vida de la comunidad. Unido a esto está la idea que sustenta profundamente a la RBU y es que esta permite a los individuos realizar sus proyectos de vida en condiciones materiales dignas de manera que la búsqueda de la realización individual sea además compatible con el reconocimiento de que esta búsqueda se puede lograr precisamente gracias a que vivimos en una sociedad. Que la vida en sociedad es más que la suma de las partes y el valor en el que la sociedad excede a la suma de las partes es precisamente en que vivir en sociedad permite y garantiza la realización de los proyectos de los individuos, que en circunstancias de aislamiento sería imposible.

Ahora que estamos pensando en el post-conflicto, en la reforma tributaria estructural y en otras Utopías de este estilo, porque no tomarnos en serio las propuestas de Atkinson y de los reformistas. Tomarnos en serio la posibilidad de adoptar una renta ciudadana que cree condiciones mínimas para la realización de proyectos de vida en sociedad.