En esta entrada voy a discutir uno de los mecanismos que explican la persistencia intergeneracional de la pobreza, quizás el más importante: la relación que existe entre las adversidades a una edad temprana y el desarrollo cognitivo y socioemocional de los niños.
Por Andrés Moya (@Andr3sMoya)
En la entrada de la semana pasada, Andrés Álvarez discutió el panorama desolador que encontró el libro Equidad y movilidad social. Diagnósticos y propuestas para la transformación de la sociedad colombiana. El libro no sólo confirma lo que ya todos sabemos, que la sociedad Colombiana es una de las más desiguales del mundo, sino que también resalta los patrones limitados de movilidad social y las barreras que enfrentan las personas pobres y sus hijos, así como aquellas de clase media, para subir a la cima de la pirámide. En este sentido, las circunstancias en las que nace cada Colombiano determinan en buena medida su futuro.
Como bien lo decía Andrés, atacar el problema de la movilidad es entonces una de las tareas urgentes que enfrentamos en el país, sobretodo de cara a un eventual postconflicto. Para esto, es importante entender primero cuáles son los mecanismos que explican la persistencia intergeneracional de la pobreza. En esta entrada voy a discutir uno de estos mecanismos, quizás el más importante: la relación que existe entre las adversidades a una edad temprana y el desarrollo cognitivo y socioemocional de los niños. También voy a discutir cómo la violencia y el desplazamiento pueden estar profundizando este mecanismo de transmisión de la pobreza.
Para empezar, podemos ver que las desigualdades en el desarrollo entre grupos socioeconómicos aparecen a una edad temprana. Los datos de la Encuesta Longitudinal de la Universidad de los Andes (ELCA) revelan que a los 3 años de edad ya existen brechas en el desarrollo cognitivo – medido a partir del puntaje en las Pruebas de Vocabulario de Imágenes Visuales Peabody (TVIP)– entre niños cuyos hogares están en el cuartil más bajo de ingresos y aquellos cuyos hogares están en el cuartil más alto de ingresos (ver Figura 1). Además, todo indica que las brechas permanecen relativamente constantes a medida que los niños crecen. Por lo tanto, ni la educación ni las diferencias en la calidad de la educación entre los dos grupos contribuyen a reducir o ampliar las brechas que ya existían antes de que los niños entraran al colegio. De la misma forma, los datos de la ELCA nos indican que en el país existen brechas en el desarrollo de habilidades socioemocionales -entre las cuales se encuentran la motivación, el autocontrol y la perseverancia, entre otras- y que estas brechas también aparecen a una edad temprana. Esto plantea un panorama preocupante ya que las habilidades cognitivas y socioemocionales determinan en gran medida el éxito social y económico de las personas: tienen efectos de largo plazo sobre los niveles de educación y de ingreso, el comportamiento pro-social y la salud, entre otras dimensiones. En este vinculo pueden ver un artículo de James Heckman en donde resume la evidencia sobre la importancia de las habilidades cognitivas y socioemocionales.
Figura 1. Brechas en desarrollo cognitivo.
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Fuente: CEDE (2014).
Lo anterior sugiere que las brechas en el desarrollo cognitivo y socioemocional de los niños en Colombia se van a traducir en brechas en los niveles de ingreso y bienestar futuros y que constituyen, por lo tanto, en la semilla de la persistencia de la pobreza y la desigualdad en el país. En otra palabras, los niños que nacen en hogares pobres van a tener un desarrollo cognitivo y socioemocional inapropiado y por debajo del de los niños que nacen en hogares más ricos, lo cual va a determinar que sean pobres cuando adultos.
Vale la pena preguntarse por qué el desarrollo de niños de tan solo 40 meses de nacidos es tan diferente para los distintos niveles socioeconómicos. Por varios años, las explicaciones tradicionales se centraron en el efecto de la genética o la riqueza; es decir, que en los hogares pudientes los padres tienen mejores genes o más recursos que les permiten invertir más en los hijos, realizar actividades de estimulación temprana, mandarlos a mejores colegios o acceder a mejor información sobre las actividades y cuidados apropiados. Sin embargo, la evidencia de la última década demuestra que ni la genética ni la riqueza explican por sí solas la aparición de estas brechas. Por el contrario, los factores fundamentales son el entorno en el que nacen los niños y la exposición a adversidades a una edad temprana.
En 2002, Vincent Felitti, un médico asociado a Kaiser-Permanente, una entidad prestadora de salud en Estados Unidos, analizó la relación que existe entre la salud y las adversidades durante la infancia (ACE por su siglas en inglés). Para esto cruzó las historias clínicas de 17,241 adultos con las de un pequeño cuestionario en donde se identificaban eventos que ocurrieron en los primeros cinco años de vida. Estos eventos incluían haber sufrido abuso físico, emocional o sexual, o haber nacido en un hogar disfuncional en donde un miembro del hogar estuviera en la cárcel, fuera alcohólico, adicto a alguna droga, tuviera depresión o tendencias suicidas o en donde el padre hubiera biológico muerto. Los resultados de este estudio fueron sorprendentes pues evidenciaron que una mayor exposición a eventos adversos tenía impactos negativos y severos sobre la salud más de 30 años después. Por ejemplo, las personas que reportaron haber estado expuestas a más eventos adversos tenían una probabilidad más alta de sufrir un derrame cerebral, de tener cáncer o diabetes, de ser alcohólicas u obesas, de contraer una enfermedad de transmisión sexual o de haber cometido suicido, entre otras (ver Figura 2).
Figura 2. Riesgos para la salud y experiencias adversas durante la infancia.
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Fuente: Tomado de Heckman 2008 con datos de Anda (2006) y Felitt (2002).
La razón por la cual los ACE tienen un efecto nefasto sobre la salud y el comportamiento durante la adultez está relacionada con los efectos fisiológicos y neurológicos del estrés. Una sobreexposición a eventos adversos y estresantes satura el eje Hipotalámico-Pituitario-Adrenal, mediante el cual el cuerpo responde a los requerimientos ambientales y regula el estrés. Como resultado, el estrés tóxico tiene efectos físicos que se traducen en el futuro en una serie de problemas de salud.
El estrés tóxico, además, también afecta distintos procesos neuronales; en particular, afecta la corteza pre-frontal, la cual regula todas las habilidades emocionales y cognitivas, y deteriora el cuerpo calloso que ayuda a regular la interacción entre los dos hemisferios del cerebro. De esta manera, la exposición a adversidades o eventos traumáticos durante los primeros cinco años de vida, en donde el cerebro está en pleno desarrollo, tiene consecuencias neurológicas negativas e interrumpe el correcto desarrollo de habilidades físicas y socioemocionales. Las ACE generan un legado que compromete la vida de las personas.
Más allá de los efectos sobre la salud, la evidencia reciente encuentra que las ACE y el estrés tóxico son los factores que explican el efecto negativo que tiene la pobreza sobre el desarrollo de habilidades cognitivas y socioemocionales. En un estudio de 2009, Gary Evans y Michelle Schamberg analizaron el efecto de la pobreza sobre las funciones ejecutivas, un conjunto de habilidades cognitivas que son importantes para la formulación de metas y la autorregulación de emociones. Sus resultados iniciales indican que el tiempo que un niño en la pobreza durante su primera infancia está asociado con un peor desempeño en una prueba de memoria. Pero al controlar estadísticamente por los niveles de estrés, encontraron que el efecto de la pobreza desaparecía por completo. Esto quiere decir que la pobreza por sí sola no es la responsable del peor desempeño de los niños; es el estrés derivado de las circunstancias adversas de pobreza lo que explica la aparición de las brechas en el desarrollo a una edad temprana.
La discusión anterior es importante en el caso Colombiano, no sólo por los niveles de pobreza y desigualdad del país, sino también por la exposición de millones de menores de edad a la violencia y al desplazamiento. De acuerdo con los datos de la Unidad de Víctimas, alrededor de 2,5 millones de menores de edad se encuentran en condición de desplazamiento y, de ellos, cerca de 500 mil tienen entre 0 y 5 años de edad. Muchos de estos niños fueron testigos de los actos de violencia en contra de sus padres, y experimentaron el proceso de desplazamiento hacia las ciudades. Otros nacieron luego del desplazamiento en entornos de pobreza extrema y exclusión.
¿Qué está pasando con estos niños? ¿Cómo se han visto afectados por la exposición a la violencia y al desplazamiento y por los entornos de pobreza en los que nacieron? ¿Cuáles son las consecuencia de largo plazo para ellos y para el país? Desafortunadamente, es poco lo que conocemos sobre el desarrollo de la primera infancia en condición de desplazamiento en el país, sobre la incidencia de trauma y afectaciones psicológicas en éste segmento de la población, o sobre los impactos de la violencia en las habilidades cognitivas y socioemocionales.
Uno de los trabajos pioneros en este campo es el estudio Bogotá: huellas del conflicto armado en la primera infancia el cual realizó una caracterización de las afectaciones de los niños que residen en la capital del país y que están en situación de desplazamiento, o son hijos e hijas de desmovilizados, desaparecidos o secuestrados. El estudio ofrece una primera mirada a las consecuencias negativas del desplazamiento y la violencia sobre el desarrollo físico, social, emocional de la primera infancia. En este vínculo ustedes pueden ver tres videos en donde los niños que participaron en el estudio expresan sus visiones sobre la violencia y el conflicto.
De la misma forma, con Leidy Riveros, estudiante de maestría de la Facultad de Economía de los Andes, y Arturo Harker, profesor de la Escuela de Gobierno, estamos analizando el papel que tiene la exposición a la violencia sobre el desarrollo cognitivo y socioemocional en la primera infancia. Utilizando los mismos datos de la ELCA, observamos que el puntaje medio para niños expuestos a distintos choques es menor que para aquellos que no lo estuvieron, y que los choques que más parecen afectar el desarrollo son los de violencia o el de la muerte del jefe del hogar (Ver Figura 3). Nuestro análisis indica, además, que si bien la pobreza tiene un efecto negativo y significativo sobre el desarrollo de los menores, los efectos de la exposición a la violencia parecen ser más severos y median en cierta forma el efecto de la pobreza. Así, nuestro análisis está encontrando las mismas tendencias de las del estudio de Evans y Schamberg, en el sentido en el que no es la pobreza en sí misma la que está explicando las brechas en el desarrollo infantil en Colombia, sino la exposición a hechos violentos y los efectos del estrés crónico que aparecen como resultado.
Figura 3. Choques y desarrollo cognitivo.
Fuente: CEDE (2014)
Aunque nuestros resultados son todavía preliminares, permiten observar un panorama desolador pues sugieren que el desplazamiento forzado y la violencia están dejando un legado de heridas psicológicas y mayores obstáculos para que millones de niños desplazados puedan tener un mejor futuro. En este sentido, el desplazamiento forzado y la violencia se convierten en otra semilla más para la perpetuación de la pobreza y la desigualdad en el país. Esto pone de manifiesto un reto enorme para el diseño de políticas públicas que permitan mitigar el efecto nocivo del desplazamiento, la violencia y el estrés tóxico en la primera infancia, y una prioridad de cara a una eventual etapa de postconflicto. En la próxima entrada les contaré sobre algunas iniciativas públicas y privadas que se están diseñando e implementando para proteger el desarrollo de los niños en este contexto de extrema adversidad.