Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
Son muchas las preguntas que nos circundan cuando pensamos en cambio climático, intentamos definir acciones individuales, locales o nacionales orientadas a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y buscamos con urgencia adaptarnos a los efectos de este fenómeno que ya estamos viviendo. Este debate sin embargo es uno de los temas más complejos que enfrenta la sociedad contemporánea, vemos a los jóvenes manifestándose permanentemente y exigiendo acción oportuna, también oímos a muchos Jefes de Estado evadiendo el tema, otros intentado dar algún paso hacia la acción climática, y vemos en general al sector privado y a la sociedad civil en medio de una tormenta de argumentos que les divide en un mar de información difícil de asimilar. En esta oportunidad quisiera tratar solamente una parte del problema, abordar en esta columna uno de los temas que más preocupa a la comunidad del cámbio climático y es el de las emisiones de la aviación civil. Es decir, la contaminación por el uso de combustibles en el transporte aéreo de pasajeros. Este sector en particular tiene unas cifras contundentes que lo define y que presento a continuación: 1.La aviación civil emitió en 2018 aproximadamente 900 millones de toneladas de CO2-equivalente, esto es un poco más de 4 veces las emisiones de Colombia en 2014 (México emitió 683 millones de toneladas en 2015). Es decir que en un año el transporte de pasajeros emitió más que un país de 45 millones de habitantes o más que una de las economías más grandes de nuestra región en el mismo periodo de tiempo. Dicho de otra manera, esta industria emite un equivalente al 2.4% del total de las emisiones de CO2 por consumo de combustibles a nivel global. (Ojo con confundir CO2 con CO2-equivalente).2.Las proyecciones de incremetno en las emisiones de esta industria indican que para 2040 es posible llegar a 1.800 millones de toneladas de CO2-equivalente al año. Así es, se espera duplicar la cifra en 20 años. 3.El ensamblaje de aviones es una industria que crece año a año. Por ejemplo en 2017 los dos fabricantes de aviones más importantes en el mundo (esto es un duopolio integrado por Airbus y Boeing, en adelante A y B) entregaron al mercado 763 (B) y 718 (A) nuevos aviones para un total de 1.481 aeronaves entrando a operar en 2018, y para ese año se encargaron 1.109 (A) y 912 (B) lo que indica que esperamos tener 2.021 aviones nuevos volando en 2019. La flota aérea global se estima en 24.000 aviones y esta cifra se duplicará para 2040. Así es que a medida que sustituimos los aviones que gradualmente van entrando en el margen máximo de 25 años en operación y cubrimos las nuevas necesidades, tendremos que construir aproximadamente 42.000 nuevos aviones en los próximo 20 años. De estos números tres conclusiones importantes: i) la industria de aviones es una fuente de empleo calificado y de la cual dependen importantes capitales europeos y norteamericanos, con compromisos financieros que se miden en décadas ii) muchos de los nuevos aviones entran a volar en aerolíneas de bajo costo, a cubrir nuevas rutas en países en desarrollo y como ya se dijo, en algunos casos a sustituir aeronaves que entran en obsolescencia y iii) ninguna de las cifras presentadas es compatible con el Acuerdo de París el cual exige estabilizar las emisiones para la mitad del siglo y si o si, tener un cero neto de emisiones para la segunda mitad del mismo.Pero bueno, más allá de exponer números de un sector que crece sostenida y decididamente quisiera reflexionar sobre el motor detrás de este crecimiento y dejar a su consideración la pregunta de: ¿Qué hace que nuestro apetito por volar sea cada vez más voraz?Acá entramos en un área sensible y difícil de entender, es común encontrar en textos científicos que analizan nuestra conducta versus nuestras emisiones contaminantes frases como: “esto se ve agravado por el problema general del factor contrafactual y multifacético no observable en el que influye el comportamiento humano”. Básicamente que nuestras decisiones y las condiciones que las determinan nos hacen difíciles de analizar y que son, en gran medida, nuestras decisiones emocionales y económicas las que terminan impactando los ecosistemas con una altísima incertidumbre respecto de lo que podemos esperar a futuro de esta relación de egocentrismo, idea de progreso y desapego por la naturaleza. En términos muy generales, se evidencia una sociedad cada vez más proclive a los viajes de placer pues tenemos mayores oportunidades económicas de emprender un viaje por vacaciones y es usual oír a nuestros amigos y amigas hablar de los viajes por: “terminar los estudios”, “como recompensa por un año de arduo trabajo”, “se necesita una pausa”, “celebro un aniversario”, “cumpleaños”, “boda”, “divorcio”, “separación”, etc. En realidad, creo que hoy cualquier cosa es una buena razón para viajar. Ahora bien, en mi caso personal la intensidad de emisiones por viajes aéreos se ha triplicado en los últimos tres años, esto principalmente debido a mi trabajo el cual exige que viaje permanentemente y desde el ámbito personal, porque mi forma de entender el progreso en una parte considera que la realización personal se alimenta viajando en búsqueda de nuevas experiencias y el conocimiento de otras culturas. Desde lo observable puedo decir que es una situación a la que están expuestos una gran mayoría de colegas del sector (gente trabajando para reducir emisiones y adaptarse a los efectos del cambio climático). Puedo decir que no consumo carne intensivamente, no tengo vehículo particular, intento moverme en medios activos o compartidos, no tengo hijos, me preocupa el tema climático y dedico la mayor parte de mi tiempo a trabajar en este tema. Muy a pesar de todos esos esfuerzos y decisiones que puedo decir: contribuyen a resolver en algo el problema o por lo menos me dejan una sensación de tranquilidad frente a la situación, sigo siendo un consumidor activo y en incremento de los viajes aéreos. Ahora entrando en una “mea culpa” y buscando relacionar la conducta individual con la conducta de la sociedad en su conjunto, quisiera dejar algunas preguntas en relación con el vínculo que este debate tiene con las cuestiones de la adicionalidad de nuestras acciones frente al clima, la integridad ambiental de las mimas y finalmente de nuestra contribución real al desarrollo sostenible y la preservación de los medios de vida para las generaciones futuras. ¿Cómo deben ser las decisiones de los individuos y los Estados frente al Acuerdo de París?, ¿En qué medida esas decisiones son libres y autónomas? ¿Qué medida están influenciadas por las inversiones de grupos empresariales? ¿Cómo se pueden identificar los intereses legítimos para balancearlos frente a la realización individual en el marco de un interés colectivo y futuro? ¿Es acaso este un problema que le toca a la ética ambiental y pone contra la pared a una sociedad contemporánea carente de moral estructurada al respecto? Y qué tal si: ¿empezamos a viajar menos y viajar mejor? ¿Cómo se puede seguir viajando localmente usando otros medios de transporte? ¿Y si privilegiamos las opciones de turismo con propósito en donde además del merecido descanso se contribuye al desarrollo de comunidades vulnerables o en situación de pobreza? ¿Qué puede hacer la tecnología de realidad virtual o aumentada para evitar viajes por trabajo o cómo las aplicaciones tecnológicas nos pueden evitar trayectos aéreos? ¿Qué vamos a hacer con las sensuales tarifas de bajo costo, el turismo todo incluido y la masificación del turismo autónomo?