Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
Esta columna hace parte de la campaña #VolverAlCampo, en alianza con Bancolombia.

En lugar de discutir si Colombia debe firmar, o no, nuevos contratos de exploración de hidrocarburos, el debate que debemos dar, y con urgencia, es alrededor de cómo conseguir los recursos para asegurar la sostenibilidad agropecuaria y garantizar la seguridad alimentaria en el marco del cambio climático.
Negar la amenaza del cambio climático es un juicio que oscila entre la ignorancia y la estupidez. El cambio climático es el mayor reto que enfrenta la humanidad, y por eso es un tema que cada vez se impone con mayor presencia en las agenda pública, privadas y mediática, y al que cada vez se le asigna más presupuesto.
Por poner solo un ejemplo, recientemente Joe Biden, el presidente de Estados Unidos, aprobó subsidios verdes de 369 mil millones de dólares, principalmente para estimular la generación de energía limpia. Pero que sea una amenaza para la humanidad no implica que todos los países la deben enfrentar del mismo modo.
En el Gran Foro Perspectivas Económicas, la ministra de Agricultura, Cecilia López, declaró: “A mí me enfurece que nosotros, los países en desarrollo, adoptamos el discurso de los países ricos. Entonces nosotros estamos en este momento que hay que proteger el mundo, etcétera, y no se dan cuenta que lo que nos están exigiendo a nosotros fue exactamente lo que ellos no hicieron”.
Comparto esta visión, y por ello considero que en Colombia se debe cambiar el enfoque, o mejor, cambiar la ponderación del enfoque: la política pública debe concentrarse y priorizar medidas de adaptación, antes que en reducción de emisiones. Y en este cambio de enfoque, la prioridad en la política rural es vital.
Colombia es víctima y no causante del cambio climático. Acá nuestros campesinos están pagando las consecuencias de la contaminación de los países desarrollados. Para decirlo coloquialmente, recogemos los platos que otros rompieron.
Quien mejor lo ha explicado es Jorge Enrique Robledo: “Emitimos poco porque somos subdesarrollados; tanto, que ni siquiera contaminamos en grande”. La evidencia es contundente: Colombia apenas emite el 0,32% de los gases efecto invernadero del total del mundo. Por eso, insisto, debemos concentrarnos en la adaptación antes que en reducir la emisión.
En este enfoque de reducir la emisión para combatir el cambio climático, Petro y Duque tienen más en común de lo que se cree.
Por un lado, en gran medida respondiendo a los compromisos internacionales (como el Acuerdo de París), Duque impulsó la Ley 2169 de 2021 en la que se busca cumplir el compromiso de reducir nuestras emisiones en un 51% en 2030, y de convertirnos en un país carbono neutro en 2050.
Petro va más allá de los compromisos internacionales, y en su visión y su discurso buscan descarbonizar la economía, pues considera que la energía fósil es un tóxico, un enemigo a vencer. Por eso, hace poco en la cuenta de Twitter de @infopresidencia pusieron un video donde un joven Petro exclama: “¡O Petróleo o humanidad!”. De ahí su justificación para imponer su política de detener nuevos contratos de exploración de hidrocarburos.
Tengo una propuesta: continuemos la exploración de hidrocarburos y con los recursos que nos traigan nuevos hallazgos de yacimientos petroleros y gasíferos financiemos un gran fondo agropecuario para la adaptación al cambio climático.
Invertir en el campo para adaptarnos a la crisis climática
El reto del cambio climático en la agricultura colombiana desborda la institucionalidad y la asignación de presupuesto. Los sistemas agroalimentarios cada vez son más susceptibles de sufrir los distintos flagelos del cambio climático, como sequías, plagas, inundaciones, ciclones y aumento de la temperatura.
El calentamiento atmosférico trae como consecuencia la impredictibilidad de las lluvias, lo que afecta la planeación y los rendimientos de los distintos cultivos, así como la aparición de nuevas plagas y enfermedades.
Adicionalmente, el calentamiento hace que zonas que hoy son aptas para la agricultura dejen de serlo en las próximas décadas y, asimismo, que zonas que hoy no son aptas lo sean en el futuro (ya está ocurriendo; en el sur de Italia, hoy, se están sembrando frutos tropicales).

Miremos un ejemplo puntual con la cadena del arroz. Un incremento de dos grados de temperatura nocturna podría disminuir hasta en un 40% la germinación de este cultivo, y estamos hablando del cereal más sembrado en Colombia.
Ante este panorama, es evidente que desde ya se deben invertir todos los recursos posibles en investigación de material genético para encontrar una variedad que se adapte a estas circunstancias sin sufrir la pérdida de rendimientos.
Afortunadamente esto está empezando a ocurrir. Fedearroz, con recursos de las subastas del TLC con EE.UU., ha transferido recursos al Fondo Latinoamericano para Arroz de Riego (Flar) para avanzar en esta investigación. Pero, ¡ojo!, estos son recursos coyunturales —que no volverán a tener— para resolver un problema estructural que seguirá imponiéndonos nuevos desafíos.
¿Y qué va a pasar en otras cadenas, que no cuentan con un gremio fuerte ni con centros de investigación? Hoy existe Agrosavia, una entidad técnica y eficiente, en la medida de sus capacidades. Pero su presupuesto y su capital humano es insuficiente para abordar los retos del cambio climático desde el campo en un contexto como el colombiano.
De por sí, el presupuesto del sector agropecuario siempre ha sido insuficiente. Se estima en 1,9 billones de pesos el presupuesto de inversión que se planea asignar al sector agropecuario en 2024. Con este presupuesto, el Ministerio de Agricultura y Desarrollo Rural y sus entidades adscritas tienen la titánica tarea de:
- cumplir el acuerdo de paz con respecto a formalización de la propiedad y restitución de tierras
- impulsar la transferencia de conocimiento en el campo colombiano
- mejorar el acceso a crédito de los trabajadores y habitantes del campo
- incentivar el aseguramiento de los cultivos
- proveer infraestructura agropecuaria (como distritos de riego)
- promover la asociatividad
- promover el mejoramiento de la comercialización de los productos agropecuarios
- velar por el cumplimiento de normas de sanidad
- aprovechar los mercados externos, entre otras.
Adicional a todo lo anterior, tienen que ejecutar estrategias para la adaptación y la mitigación del cambio climático.
La conclusión es dura y sencilla. Frente a la crisis climática, la tarea prioritaria de Colombia no es dejar de emitir gases, sino invertir los recursos necesarios para adaptar al sector agropecuario y prepararlo para los desafíos del cambio climático.
En otras palabras, cuando se trata de abordar los desafíos del cambio climático, Colombia debe pensar en Colombia. Y si no nos tomamos en serio el papel que tiene el campo para enfrentar esta crisis, el resultado puede ser desastroso.