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Un mes después de la puesta en marcha de las medidas para evitar los colados en Transmilenio, en ProBogotá Región reflexionamos sobre sus implicaciones y alcances.
Se cumple un mes de la instalación de las ‘puertas anticolados’ en algunas estaciones de TransMilenio. También se han puesto algunas barreras entre los carriles mixtos y el carril de buses, y se han reforzado las multas a los colados. Solo durante la primera semana se impusieron 590 sanciones. Según el gerente del sistema, Sergio París, las medidas han resultado efectivas, con aumento de las validaciones en 4%. En este contexto es útil analizar la situación de forma integral y hacer algo de historia.
Cabe recordar que el diseño inicial de las estaciones de TransMilenio no tenía barreras entre la entrada de la rampa y el cruce con cebra peatonal. La idea del diseño era generar la mayor transparencia urbana posible, en oposición de la odiosa Troncal Caracas de los años noventa, llena de chuzos y macetas altas. La falta de cultura vial hizo necesaria la implantación de barandas entre la cebra y la rampa.
Pare reducir el efecto barrera de las estaciones, las barandas entre vagón y vagón eran bajas, pero los practicantes de la ley del atajo vieron que ese era un punto débil de las estaciones y se empezaron a colar saltando las barandas. A medida que el número de colados comenzó a crecer, en lugar de fortalecer y hacer permanentes las medidas de educación y las de control, se decidió subir la baranda, instalando vidrios encima de ellas.
¿Y qué pasó cuando se tomaron estas medidas?
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Los del atajo se las ingeniaron para colarse forzando las puertas desde afuera, metiéndose por detrás de los buses que paran en una estación, o saltándose los torniquetes.
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La pérdida por pasajes no recaudados se disparó a una cifra que puede superar los $170 millones diarios.
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El costo se incrementó para todos los ciudadanos por la reparación de las puertas; según el diario El Tiempo, en 2014 ese rubro ascendió a $6.199 millones, “…el equivalente a lo que el Distrito invierte al año para darles educación gratuita a 4.000 niños en el sistema distrital de colegios públicos”.
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En vez de rechazo social, los colados encontraron validación de su actuación como “protesta” contra el sistema y contra la administración distrital. El deterioro físico de estaciones y carriles de buses, la alta ocupación, el carrusel de la contratación, y el mensaje de “enriquecimiento desmesurado” de unos operadores privados se convirtieron en excusa para mal comportamiento. La creciente actuación en masa de los colados intimidó a los pocos ciudadanos que se atrevían a protestar.
Los expertos coinciden que en que no es posible enfrentar el tema de los colados y la problemática general del TransMilenio sólo infraestructura. Para reducir los efectos no deseados hay que partir de una visión integral y no parcial. Para esto es necesario aprender de las experiencias de otras ciudades.
A comienzos de los ochenta el metro de Nueva York estaba al borde del colapso por el creciente número de colados (170.000 diarios), la suciedad, los graffitis en los vagones y la proliferación de pandillas que atemorizaban a los usuarios. Dado el costo del pasaje (US$1.25), la policía no consideraba prioritario dedicarle esfuerzos a capturar los evasores, cuando habían delitos mayores en las calles.
Un director del metro se impuso la tarea mantener limpias las estaciones y pintar los vagones cada vez que sufrían el menor ataque de los grafiteros; luego pusieron policías de civil en los torniquetes y a los colados que capturaban y los reunían sobre un andén para demostrar a los usuarios que en adelante se iban a hacer cumplir las normas. También se hicieron grandes inversiones en mantenimiento y se hizo un control más efectivo de la oepración.
En Bogotá se pueden retomar y adecuar algunas lecciones de ese caso para aplicarlas a TransMilenio. Las medidas que hoy comienza a funcionar, y aunque necesarias pueden no ser suficientes. Habría que complementarlas medidas con intensas y continuas campañas cívicas que devuelvan a los ciudadanos la confianza y fortalezcan el sentido de pertenencia.
Se trata de poner en práctica el creciente consenso entre los analistas, apuntando a tres aspectos: fortalecimiento y cuidado permanente de la infraestructura y de la operación; implementación de campañas cívicas, y ejercicio de la autoridad, ampliando su presencia.