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La semana pasada se conocieron las cifras de pobreza y desempleo del año 2016. Los resultados para la capital fueron desoladores. Los aúlicos de la administración distrital no tardaron en salir a salvar a Peñalosa con todo tipo de argucias. Al revisar un poco más de cerca las cifras la realidad les niega la razón.
La semana pasada se conocieron las cifras de pobreza y desempleo del país y sus principales ciudades en el año 2016. Los comentarios desde todos los frentes de la sociedad no se hicieron esperar. Pero lo que más llamó la atención, dejando de lado la discusión metodológica, fue que la pobreza monetaria aumentó en el país después de 14 años de reducción incesante y que el desempleo se volvió a posicionar por encima de los dos dígitos, límite que supuestamente ya era parte del pasado. Si bien la imagen nacional es preocupante, la situación para la capital colombiana, Bogotá, en coincidencia con el primer año de gobierno de Enrique Peñalosa, es alarmante.
Primero, repasemos rápidamente los absurdos metodológicos de la medición de pobreza. Una persona no es pobre en 2016 si sus ingresos mensuales son superiores a $241.673, aproximadamente 8 mil pesos diarios (¡absurdo!). Esto es así porque en 2010 se cambió la metodología de medición. Por este cambio, 3 millones de colombianos salieron de la pobreza, ya que la cifra cayó automáticamente de 44.1% a 37.2% en 2010.
Ahora miremos los absurdos metodológicos de las mediciones de desempleo. Las estadísticas oficiales consideran ocupada a aquella persona que trabaja al menos una hora a la semana y recibe alguna remuneración por ello. Es casi imposible no hacer parte de la población ocupada. En el mismo sentido, el DANE considera que alguien es desocupado si no tiene empleo alguno pero ha buscado conseguir uno en las últimas cuatro semanas. Con estas definiciones, por ejemplo, las personas que recurren al rebusque, típico de la economía colombiana, y muchas veces por desespero, son consideradas ocupadas.
Al margen de la metodología, la pobreza en Bogotá se disparó con la llegada de Peñalosa. La pobreza medida por ingresos pasó de 10.4% a 11.6% y la pobreza multidimensional, que mide las condiciones de vida de los bogotanos, pasó de 4.7% a 5.9%. En resumen, 101 mil bogotanos entraron a engrosar las cifras de pobreza en 2016. Los temas que más contribuyen a la pobreza en Bogotá son, en su orden, la educación (32%), el trabajo (28%) y la salud (21%). Si bien el empleo depende en mayor medida del comportamiento de la economía a nivel nacional, ralentizada por cuenta de las políticas de Santos, en materia de salud y educación las políticas distritales son casi todo. Las políticas de Santos y Peñalosa han empobrecido a los bogotanos.
Una medida mucho más precisa de la pobreza surge de conocer las personas clasificadas en los niveles 1 y 2 del Sisbén, sistema que determina qué colombianos son elegibles para los distintos subsidios estatales. Nadie se atreve a plantear que las personas pertenecientes a esta clasificación del Sisbén son parte de la “clase media boyante”. La pobreza en Bogotá, así medida, es de 29%, o, lo que es lo mismo, algo más de 2’400.000 bogotanos se encuentran en esta condición. La pobreza sigue siendo un problema fundamental en la capital.
Si en materia de pobreza las cifras no son alentadoras, el panorama en materia de empleo es mucho más oscuro. Para el último trimestre, el desempleo en Bogotá aumentó del 11% al 11.5%. Adicionalmente, el mercado laboral se encogió, pues la tasa global de participación, que lo mide, pasó del 71.6% al 70.2%. Es decir, en 2016 no solo hubo más desempleados en Bogotá sino que además hubo más personas que renunciaron a buscar empleo, que salieron del mercado laboral. En la historia quedó la época en que Bogotá tenía tasas de desempleo por debajo del promedio de las 13 áreas metropolitanas y estaba en el top 3 de más bajo desempleo. Acá, nuevamente, Peñalosa y Santos, ambos, han dejado su impronta.
Sin importar las mediciones que se usen, en el primer año de gobierno de Peñalosa Bogotá se hizo más pobre y desempleada (valga decir que esta situación también coincide con el reconocido fracaso de la locomotora minero-energética de Santos). Lejos de afrontar esta problemática, con políticas como el aumento en la tarifa del transporte público, que golpea con más fuerza a las capas medias y pobres de la población, el recorte de más de 90.000 apoyos alimentarios para 2017 y la disminución real del presupuesto del Plan de Alimentación Escolar para los niños en los colegios, Peñalosa hará que se agrave. Impedir que este escenario se concrete solo será posible si la ciudadanía decide hacerlo. Hace parte, como muchos otros temas, del pulso ya casado en el proceso de revocatoria al alcalde.