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Mi generación creció con las guerras mundiales (pasadas y futuras) como un asunto de películas. Llegó el momento de enfrentar nuestra propia guerra y asumir nuestro momento en la historia.

El 7 de mayo de 1945,  una semana después del suicidio del Führer durante la batalla de Berlín, Alemania se rendía militarmente ante las fuerzas aliadas. El día siguiente, hace exactamente 75 años, se  firmaron las actas de capitulación final.  El primer ministro británico proclamó por radio ese día, 8 de mayo,  el final de  la Segunda Guerra Mundial en Europa. Las celebraciones en la calle no se hicieron esperar.

Celebración del fin de la guerra en Picadilly Circus, 1945.

Hoy, en lugar de la fastuosa celebración que ameritaría el 75 aniversario de este hito histórico, los líderes de los países se limitarán a unos cuantos discursos (televisados y pregrabados) comparando ese momento con el que vivimos ahora. En lugar de detenernos a rendirle uno de los últimos homenajes que podremos hacerle a la “Generación Grandiosa”  y a su victoria  ante  obstáculos que parecían imposibles, tendremos que encerrarlos en hospitales y hogares de asilo, rezando para que este aislamiento logre protegerlos de la pandemia.  Esas  calles, atestadas de gente en una euforia colectiva hace 75 años, estarán vacías.

 A falta de grandes celebraciones, sea este un  momento de reflexión acerca de como se compara la crisis global que vivimos hoy con las dos Guerras Mundiales, particularmente en lo que se refiere a la desastrosa respuesta de los líderes  de ayer y hoy. El pasado se convierte, una vez más, tanto en una guía como en una inmensa señal de advertencia de los peligros a los que nos enfrentamos y cuáles pueden ser las consecuencias de actuar sin pensar en el futuro.

Hay que aprender rápidamente de los errores… o morir en el intento

El 10 de septiembre de 1914, durante la que se conocería después como la primera Batalla de Les Marnes,  el Príncipe Guillermo de Prusia ordenó una avance masivo de infantería. Decenas de miles de soldados alemanes, que se movían siguiendo la doctrina militar que había funcionado maravillosamente durante las guerras del siglo anterior, avanzaron con  bayonetas caladas en formaciones compactas y ordenadas. Este avance los convirtió en un blanco ideal para la artillería y las nuevas ametralladoras de las tropas francesas. Los relatos de los soldados huyendo y tropezando con los restos de sus compañeros son espeluznantes. La batalla duró menos de una semana y resultó en más de medio millón de soldados muertos.

Infantería alemana avanzando con bayonetas. 1914.

Tristemente, este no fue un hecho aislado en la guerra. Los comandantes de ambos bandos, ansiosos de obtener resultados y lograr una victoria rápida, repitieron una y otra vez los mismos errores, gastando vidas humanas en objetivos inalcanzables.   Oír a los líderes mundiales y nacionales hablando de “un pronto retorno a la normalidad”‘ o de “estrategias probadas para reactivar la economía” recuerdan demasiado a estos comandantes, incapaces de entender la escala de la situación y  tratando de superar la crisis a punta de “berraquera”.

La guerra de mañana no se gana con las estrategias de ayer

En el primer día de la invasión a Polonia, que marcó el inicio de la Segunda Guerra Mundial, la máquina propagandística Nazi difundió la falsa historia de como el ejercito polaco había cargado a caballo con sables y lanzas contra los modernos tanques alemanes. El que la noticia se haya creído entonces (y aun hoy haya quien la tome por cierta) habla de la poca confianza que tenemos en la preparación de nuestros líderes ante situaciones nuevas.

Cuando se oye a los opinadores y economistas hablando sobre la estrategia óptima para reanudar  actividades normales en, digamos, la Liga Profesional de Fútbol, los vuelos comerciales o el transporte masivo, no puedo menos que imaginarlos como hombrecitos a caballo cargando a toda velocidad contra  tanques de 9 toneladas de acero. El mundo cambió y esas actividades (como muchas otras) jamás volverán a ser las mismas. Hacer planes para un retorno al status quo es solo soñar despierto.

No se puede pelear mal equipado

Al comienzo de la Primera Guerra Mundial  ninguno de los bandos esperaba tener que enfrentarse a gases venenosos  y, en consecuencia, ninguno estaba preparado. Cuando el gas se consolidó como arma, las protecciones iniciales no pasaban de ser bolsas que cubrían la cabeza o, en algunos casos, trozos de tela humedecidos con agua u orina.

Soldados británicos usando un rudimentario casco antigás PH.

Los testimonios  que hemos tenido que oír del personal sanitario de varios países atendiendo a los enfermos de coronavirus con protección personal improvisada e inadecuada son escalofriantemente similares a los de las tropas  enviadas a morir mal equipadas en la “Guerra para acabar con todas las guerras”. Por el bien de todos, esperemos haber aprendido de los errores pasados.

Marcas del equipo de protección en los rostros de personal sanitario español.

“Es la economía [de guerra], estúpido”

Así como la exitosa respuesta de Estados Unidos al verse involucrada en la Segunda Guerra Mundial no se hizo a pesar de la economía, sino gracias a ella, la respuesta a la actual crisis no se debe enmarcar en un falsa dicotomía  entre la economía y la lucha contra el COVID 19: Hoy la lucha contra el virus es  la economía.

Al igual que EEUU, hay que entender que en este momento la economía no debe estar enfocada a generar valor/capital sino a proveer los recursos necesarios para ganar la guerra. Estos no se deben ver como pérdidas, sino como inversiones necesarias.

La palabra clave durante la Segunda Guerra Mundial fue “conversión”, es decir, el paso de las industrias que habitualmente producían bienes civiles a insumos militares, e.g. algunos fabricantes de automóviles pasaron a construir aviones. En este momento debemos hacer un largo y concienzudo análisis de cuáles son las prioridades para controlar la expansión del virus y fomentar las industrias que estén dispuestas a adaptarse. De nuevo, la industria del automóvil brinda un buen ejemplo con el diseño y fabricación de ventiladores por parte de la escudería de Fórmula 1 Mercedes.

La siguiente crisis será peor (si lo permitimos)

La muerte y destrucción de la Primera Guerra Mundial  fueron  de una magnitud y violencia que la humanidad nunca había visto. Al terminar, se pensó que sería “la Guerra para acabar todas la guerras”. Esta miopía hizo que muchos pronosticaran, incluso desde la firma del tratado de paz de Versalles y  las duras condiciones que le impuso a los países derrotados,  las semillas de lo que sería la devastación aún mayor de la Segunda Guerra Mundial.

La presente crisis está evidenciando las desigualdades sociales y distorsiones económicas que pueden resultar en crisis futuras peores que la actual. La globalización, vendida durante años como una panacea, empieza a mostrar su lado más oscuro.  Así mismo, estos meses de obligada ralentización, nos lleva a  replantearnos el papel del estado y los mercados en nuestra vida diaria.  Esto debe verse como una oportunidad (tal vez la última que tengamos) de frenar y corregir nuestro rumbo. 

Merece atención especial lo que implica este momento para la que sin duda será una de las grandes crisis futuras: La crisis climática global. La presente situación nos muestra que cosas que creíamos esenciales y que contribuyen de manera desproporcionada al calentamiento global (como los alimentos importados o los viajes en avión para asistir a reuniones o presentaciones) son muy secundarios y de valor relativo. También nos está enseñando como reaccionamos ante las emergencias: A pesar de tener consecuencias aún más letales para nuestra vida, la magnitud de la respuesta al calentamiento global no se ha acercado remotamente a la respuesta al COVID-19 o, para ser más preciso, a la respuesta cuando se empiezan a tener casos cercanos. La respuesta efectiva al desastre climático ha tardado demasiado ya, ojalá lo que vivimos hoy nos convenza de la importancia de actuar temprano.

En lugar de preguntarnos “por qué no contuvimos el virus cuando había pocos casos” o “por qué no cerramos los aeropuertos a tiempo”, este es el momento de preguntarnos que debemos hacer para evitar lo peor de la crisis climática que vendrá.

Más problemas: “Me alegraré cuando todo esto pase…”. Caricatura de @statisticallycartoon

Conclusiones

Dicen que quien no conoce su historia está condenado a repetirla. Aunque la historia, las grandes crisis globales anteriores y la respuesta de quienes nos precedieron nos pueden dar alguna guía acerca de como actuar, somos nosotros los que en este momento debemos decidir colectivamente nuestro futuro como especie. Las decisiones que tomemos serán nuestro legado y la base sobre la cual nos juzgará la historia. Decidamos con sabiduría y prudencia, pues no tendremos una segunda oportunidad para volverlo a intentar.

Bogotano. Ingeniero Eléctrico. Tengo un doctorado en inteligencia artificial (¡en serio!). Aún me maravilla ver como las bicicletas son capaces de transformar personas y ciudades. Tratando de entender mi entorno a través de datos, así esté cada vez más convencido que Bogotá no es para entenderla...