Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
Hay una enorme oposición al POT de Peñalosa. Éste retrocede en 20 años los logros ambientales alcanzados por tantas personas, ONG’s y fallos de las Altas Cortes.
Agua, aire, tierra y vida silvestre son elementos fundamentales de los ecosistemas que pueden estar presentes las ciudad y mejoran la calidad de vida de sus habitantes. Pero solo en la medida en que se conserven de la mejor manera y se integran con la malla urbana de forma armónica, preservando sus funciones naturales.
En este momento, en Bogotá se está viviendo un conflicto ambiental entre una tendencia institucional, en cabeza de la actual administración distrital, quien busca intervenir de manera invasiva con obras de urbanismo, los ecosistemas naturales de la ciudad, y otra, que busca que esa intervención sea mínima, de bajo impacto pero que garantice su conservación y la permanencia de la vida silvestre que alberga, permitiendo además que los ciudadanos disfruten de esa naturaleza pero con restricciones en zonas específicas.
Esta última premisa es compartida por ambas tendencias, la diferencia está en que para la Alcaldía Mayor ese disfrute sólo se garantiza con obras duras, oferta de servicios, apertura sin control a humedales cerros y quebradas, y un afán desmedido para que además allí se genere plusvalía (decreto 552 de 2018).
En la crisis ambiental que sufre el planeta por el calentamiento global, la pérdida de especies; la contaminación del agua, aire y el suelo; la invasión de residuos sólidos; mas alternativas de paisajísmo invasivo, son factores que disminuyen la posibilidad de alcanzar el uso racional del patrimonio natural de las ciudades y evitar la pérdida de muchos de sus atributos.
La propuesta de Plan de Ordenamiento Territorial-POT presentada ante el Concejo de Bogotá, está plagada de buenas intenciones ambientales, las cuales se aterrizan sólo en la oferta de servicios, la construcción de mobiliario urbano y su administración con fines de lucro.
No se define en detalle y con el rigor que se necesita para sacar a Bogotá de su compleja crisis, plagada de pasivos ambientales, cómo se debe atender la alta contaminación del agua y del aire; la pérdida de ecosistemas de humedal, bosque y páramo; la desaparición de fauna y flora endémica y de importancia ecológica; el control del despilfarro de materias primas enterradas en el relleno de Doña Juana; la falta de cultura ambiental; el calentamiento global y una creciente pobreza que agudiza todas estas problemáticas.
Para dar un ejemplo concreto, con relación a la contaminación del agua se proponen las plantas de tratamiento de aguas residuales, las Ptar Canoas y Salitre, sin embargo, estas solucionan parte del problema sólo aguas abajo. Aguas arriba, por el sistema de drenaje pluvial, canales, quebradas y humedales, que atraviesa toda la ciudad, discurren aguas servidas a cielo abierto debido a conexiones erradas y vertimientos ilegales que están generando un problema de salud pública aún no dimensionado, a pesar de sus costosas implicaciones.
Por lo tanto, además de las Ptar Canoas y Salitre se requiere de una estrategia compleja para eliminar las conexiones erradas y los vertimientos existentes, evitando además la aparición de otros, lo cual implica coordinación institucional, presupuesto y la intención de hacerlo. Contrario a lo anterior, el POT no plantea en su articulado nada relacionado con esta problemática, condenando a sus habitantes a seguir viviendo entre los malos olores y las micro partículas contaminantes (Pm 2.5) que de esa agua se desprenden y afectan la salud.
Un POT que privilegia lo artificial sobre lo natural y que no es capaz de seguir los buenos ejemplos que a lo largo del planeta existen, con relación al manejo en equilibrio del patrimonio natural y las necesidades de sus habitantes, es un instrumento de planeación condenado al fracaso y que pone en riesgo la buena salud de la vida humana y silvestre.
Hay una enorme oposición con relación a esta propuesta de POT, que retrocede en 20 años los logros ambientales alcanzados por tantas personas, ONG’s y fallos de las Altas Cortes, y que es contraria al clamor de las nuevas generaciones por el derecho a disfrutar de un ambiente sano.