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Nuestras ciudades no van a sobrevivir si no tenemos todos una concientización colectiva que nos permita vislumbrar una nueva manera de coexistir.

Uno de los grandes atractivos de las ciudades está en que son caóticas, desordenadas e impredecibles. Hasta en su ocasional peligro se encuentra un tipo de aliciente que nos mantiene alerta y lúcidos cuando en ellas nos encontramos.

Pareciera como si por arte de magia las cosas funcionaran, a pesar de que cada uno, en su anonimato e individualismo, anda sin reparar en el resto de la humanidad. Es en ese pegante invisible, o contrato social urbano, en donde ocurren cosas interesantes.

Sin planearlo, los residentes de toda ciudad construyen día a día el teatro urbano, que consiste en una cadena de eventos espontáneos que conllevan a nuevas experiencias y dinámicas.

Aun así, es importante reconocer que nuestras ciudades no van a sobrevivir si no tenemos todos una concientización colectiva que nos permita vislumbrar una nueva manera de coexistir.

En otras palabras, moldear ciertos eventos de manera deliberada podría ayudarnos a movernos en la dirección deseada, sobre todo en temas de movilidad (valga la redundancia), que es sin duda uno de los mayores dolores de cabeza en las grandes y pequeñas ciudades del mundo.

Globalmente, el tema abarca desde la adaptación de tecnologías de recursos renovables e inteligencia artificial hasta el diseño urbano que permita que la gente pueda re-habituarse a caminar y a montar en bicicleta.

En Colombia hemos tenido la fortuna de contar con una tradición ciclista de vieja data, sobre todo en los pueblos y áreas rurales.

Actualmente, Bogotá tiene fama internacional de ser una meca de las bicicletas y eso es en gran parte gracias a la Ciclovía así como también a la infraestructura que con el tiempo ha venido evolucionado y creciendo. Sin embargo, aún nos falta mucho por realmente convertirnos en la capital ciclista que creemos tener.

El desafío no es simple, por supuesto y sobre todo en los países del sur global, querer implementar un sistema en donde todo el mundo pueda moverse con libertad y seguridad por las calles es un objetivo de gran envergadura.

Los últimos siete años los dediqué a trabajar sobre ese tema en la Ciudad del Cabo, en Sudáfrica y la experiencia me dejo algunas enseñanzas:

 

1. Cada “evento” es una oportunidad para generar cambio:

Uno de los desafíos más grandes que enfrentábamos cómo fundación no gubernamental en un ambiente de alta reglamentación, era convencer al gobierno, a los medios y al público en general, que cerrar las calles al tráfico motorizado (para emular lo que logra la Ciclovía en Bogotá) no era un evento cómo tal y que por ende no se deberían requerir tantos permisos.

Este era un argumento importante ya que el obtener permisos implicaba costos para nuestra organización; no obstante, lo que entendimos con el tiempo es que el realizar ‘eventos’ con todas las arandelas que eso requería, nos daba una oportunidad para comunicar algo que en el día a día no se lograba fácilmente.

Efectivamente, los días que cerrábamos las calles y creábamos una mini Ciclovía (Open Streets), resultaban ser motivo de gran cubrimiento mediático, festejo y conversación pues era una ruptura de la rutina a la que la gente estaba acostumbrada. De hecho, con el tiempo, uno de los retos se convirtió en mantener la atención de los medios, ya que ‘el evento’ empezó a normalizarse y el mensaje se volvió un poco repetitivo.

De allí nacieron ideas para otros eventos e intervenciones.

 

2. En cada crítico hay un discípulo en potencia:

Cuando empecé a involucrarme en el tema de las bicicletas, conocí a varias personas con una pasión contagiosa, pero también me encontré con escépticos absolutos. Una de ellas fue una colega quien me veía llegar a la oficina en bicicleta después de un viaje corto de 5 km pero que me llevaba por Main Road, una de las calles más congestionadas en las mañanas.

Ella decía que nunca sería tan irresponsable de subirse a una bicicleta en semejante tráfico a arriesgar su vida. Esto fue en el año 2012.

El año pasado, me la encontré, embarazada y montada en una bici camino al trabajo, y le recordé lo que me decía en ese entonces. Las dos nos reímos y me decía con un entusiasmo casi irreconocible, que desde que empezó a montar bici, su vida había cambiado y que quería que su bebe sintiera esta magia desde antes de nacer.

 

3. Entre más simples los ejercicios, mejor:

Una de las campañas que iniciamos durante ese entonces se denominó ‘diario de movilidad’.

Reclutamos a 100 personas quienes se comprometieron a documentar cada uno de sus movimientos en un diario por 14 días. El ejercicio era simple y en realidad no muy académico pero las respuestas que obtuvimos después de las dos semanas fueron realmente interesantes.

Al escribir las distancias y las formas de transporte, las personas empezaron a darse cuenta de que habían alternativas para hacer los viajes cortos y empezaron a implementar cambios minúsculos pero que a largo plazo pueden tener un alto impacto.

Por ejemplo, el organizar el viaje al trabajo con un compañero es dispendioso al principio, pero una vez se convierte en costumbre, no implica mucho y a largo plazo ahorra dinero, polución y congestión.

 

4. Hay que trabajar con lo que se tiene:

La Ciudad del Cabo tiene un sistema de transporte público deficiente y el tren, a pesar de ser el medio que usa la gran mayoría, ha estado en un estado deplorable por muchos años.

No obstante, la gente que no tiene opción los sigue usando, así que diseñamos una campaña para que las personas, en lugar de ir en auto, o caminando de sus casa  a la estación usara bicicletas.

La campaña titulada, “Bike2Train”, fue una intervención pequeña pero arrojó enseñanzas muy valiosas.

Nos ayudó a entender que las barreras de las personas para subirse a una bicicleta no son tan obvias. Por ejemplo el tema de la seguridad en términos de crimen, el estigma social, sobre todo para las mujeres y en otras instancias, el hecho de que mucha gente no sabe como montar en bicicleta.

Por un lado, nos dimos cuenta de los muchos retos que existen, y por otro logramos confirmar que mucha gente tiene el deseo de cambiar sus patrones de movilidad, pero el sistema no ofrece suficiente apoyo o alternativas, y es allí por donde se debía empezar.

 

5. Las relaciones interpersonales son claves y a largo plazo:

Trabajar con el gobierno del distrito allá no era una tarea sencilla.

Por un lado, los últimos tres años coincidieron con una crisis de agua extrema, y por el otro el departamento de transporte no era una unidad estática. En los últimos tres años pasó por procesos de transformación que resultaron en un rotación de prioridades casi constante.

Sin embargo, aprendimos que invertirle a las relaciones era clave y después de tres años de hacer experimentos e intervenciones de escala menor, la organización logró entablar diálogos con personas no solo en el gobierno sino también con empresas privadas con problemas serios de congestión, parqueadero y horarios.

Una de las campañas que se está expandiendo en este momento, por ejemplo, es el concepto de ‘buses o trenes de ciclistas’ por medio de los cuales grupos de personas viajan al trabajo en bicicleta en conjunto para crear visibilidad y un nivel de seguridad más alto. Y así, cuando se establecen relaciones que generen confianza, líderes de entidades pueden promover iniciativas nuevas y explorar el potencial de expandirlas y replicarlas.

Claro que estas campañas no van a resolver el problema del transporte en su totalidad.

En las ciudades Sudafricanas, así como en Bogotá, los problemas son de talla mayor y requieren altos niveles de inversión, planeación y administración que al final del día recae sobre el gobierno.

Aún así, el usuario, tiene la posibilidad de impactar ese ecosistema y por medio de experimentos, podemos todos contribuir de alguna manera al mejoramiento o por lo menos al imaginario de soluciones innovadoras y participativas a nivel de nuestro barrio, empleo u hogar.

Como dicen por ahí, el cambio empieza en casa.

 

Me apasionan las ciudades y el espacio público. Después de recibir un par de maestrías en Administración Pública y Asuntos Internacionales de la Universidad de Syracuse me mudé a Johannesburgo en 2006 y trabajé en Zimbabwe, Swazilandia y Kenia antes de hacer de la Ciudad del Cabo en 2011 mi hogar...