basurasbogota.jpg

No se ha dado la discusión sobre la gobernanza de la basura y el alcalde actual no parece tener la capacidad política para darla.

Bogotá y su basura son como uña y mugre. Decisiones de “grandes gerentes” y “alcaldes visionarios”, en este caso Enrique Peñalosa, provocan la reacción de los empleados de Aguas de Bogotá que defienden su derecho al trabajo, al respeto y al reconocimiento.

La ciudad se atrasa en la recolección de basuras por más de 6 días ya. Todo es parte de la transición entre un modelo predominantemente público de gestión y recolección a uno 100 por ciento privado. Modelos pensados en oficinas y según la perspectiva ideológica del alcalde de turno. Pero también modelos que generan ganancias, pues la basura también es negocio.

Bogotá existe y crece sobre su propia basura. La crisis actual da la oportunidad de evidenciarlo (y olerlo) en cada esquina. Normalmente, esos acumulados de desechos reciclables y no reciclables se van, en su mayoría, a un gran cerro de basura al sur de la ciudad. Para los habitantes de ese sur periférico y relegado, especialmente en Mochuelo, la convivencia con la basura y sus hedores es cotidiana. Para el resto de la ciudad, es una crisis que pasará. Para los que queden con el negocio, es una oportunidad. Para los que se quedan sin trabajo, es un grito desesperado. Para los políticos, es un ingrediente más de campaña. Para los que venden bolsas de basura y los recicladores, es una posible prima extraordinaria.

“¡Bolsas para la basura!”, grita el vendedor que pasa frente a mi ventana. Me pregunto si cobrará el impuesto a las bolsas plásticas, $20 pesos por bolsa, aumentando $10 cada año hasta llegar a $50 en 2020 según la Ley 1819 de 2017. Con ese impuesto el Estado quiere desincentivar su uso. Me pregunto qué querrá incentivar la Alcaldía de Bogotá con el paso a un modelo 100% privado de recolección de basuras.

Mientras tanto, esta coyuntura nos da la oportunidad de ver una cantidad aproximada de la basura que producimos a diario. Mientras la recogen, aprovechemos para admirar nuestra capacidad de ensuciar, y la capacidad de los trabajadores de la basura para limpiar, reciclar y evitarnos ver nuestra cochinada acumulada. Son muchos, aproximadamente 3.700 que podrían quedarse sin empleo.

También son muchos empleos los que podría generar una política de reciclaje seria, estructural y de largo plazo. Una que se basara en entender lo público como una responsabilidad colectiva, y no sólo como un andén de paso, “limpio” de trabajadores informales que conforman la economía popular.

La basura es un asunto público, por tanto requiere de una política pública y no de decisiones de gerencia de corto plazo que cambian cada 4 años. La basura es un asunto de gobernanza, porque en torno a ella confluyen múltiples actores cada uno con intereses particulares y colectivos. La gobernanza la puede ayudar a construir un gobernante, facilitando espacios de diálogo y concertación entre esos actores. No la construye un gerente, es decir, un administrador de empresas. Se construye en lo político, que es el espacio colectivo de decisión y deliberación en el que debe participar la ciudadanía.

La llamada “crisis de las basuras” es en realidad un estado permanente en Bogotá, aunque lo ocultemos acumulando desechos en Doña Juana, como el que barre su cuarto y mete el polvo debajo de la cama o del tapete. Lo que está ocurriendo en estos días es una democratización de la crisis permanente de las basuras en Bogotá. Las protestas de los trabajadores de Aguas de Bogotá es un reflejo de la crisis, no es la causa.

El problema es profundo, pues involucra a toda la sociedad bogotana y la cuestiona sobre la esencia del problema de las basuras: es un asunto público.

Lo primero que sobresale es la necesidad de reducir la producción de basura. Reciclaje, reutilización, reducción. ¿Es necesario producir tanta basura? El reciclaje es una decisión a muchas escalas: en el hogar, en el barrio, en la política pública, en la actividad privada. Sin incentivos, sensibilización, campañas pedagógicas, e infraestructura adecuada, no habrá reciclaje.

Lo segundo es pensar quién debería prestar el servicio. ¿Privados o públicos? ¿Ambos? La pregunta se vuelve estéril si no existe una política pública para el manejo de las basuras. Independientemente de quién preste el servicio, si no hay regulación a los precios del mismo, si no hay regulación a las responsabilidades de los prestadores del servicio, si no hay decisiones sobre Doña Juana y el uso a gran escala de los desechos que llegan ahí sin ser separados y clasificados, entonces la crisis de las basuras seguirá conviviendo con una ciudad que crece sin ver el barranco que la espera al final del camino.

Lo tercero es pensar en la sostenibilidad del modelo de gestión de las basuras en el marco de la sostenibilidad general de la ciudad. ¿Cuáles son los actores involucrados en el tema desde la generación de basura hasta su desecho en el botadero de Doña Juana? ¿Cuál es la cadena total de la producción de basura? ¿Están cumpliendo los actores de esa cadena con sus responsabilidades? ¿Cómo incentivar a que las cumplan?

La acumulación visible de basuras en las calles de Bogotá es un recordatorio de que ningún actor de la cadena está haciendo su trabajo y cumpliendo su responsabilidad. Ni los habitantes en sus hogares, ni los operadores públicos y privados, ni los gobernantes. No se ha dado la discusión sobre la gobernanza de la basura, y el alcalde actual no parece tener la capacidad política para darla.

Nos sigue gobernando la basura…

Economista ecológico. Investigador en temas socio-ambientales, de gobernanza, desarrollo rural sustentable y de agroecología.