Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
No es posible que sigan matando gente en bicicleta en Bogotá. Hay que reaccionar para evitar que se vuelva una epidemia triste y evitable.
Hace dos semanas Bogotá no transcurría en días sino en muertes de ciclistas. El 12 de septiembre murió un ciclista en el inicio a la subida a la Calera arrollado por una persona conduciendo un Volkswagen sin frenos, el 13 de septiembre murió otro atropellado por un conductor de un camión en la Boyacá. El 14, una persona en bicicleta cayó por un hueco en la vía y murió (y el 17 otro por Transmilenio…y así hasta los 41 que llevamos este año).
Todas fueron muertes evitables, ninguna culpa de esos ciclistas sino de causas ajenas a su voluntad, a pesar de cualquier cosa que diga el formato del informe policial (IPAT). Después de esos tres días, los ciclistas que aún seguíamos vivos no podíamos respirar muy bien, y tampoco concentrarnos en lo que hacíamos. Ir y volver de la casa en bicicleta se sentía como montarse en un aeroplano de Corea del Norte o botarse al agua gélida de una cascada sin saber si íbamos a caer encima de una roca.
No obstante el horror de saber que día tras día tres personas en bicicleta murieron en tres lugares distintos de nuestra lúgubre ciudad, nos volvimos a acostumbrar progresivamente a que quienes usamos transporte sostenible (peatones, ciclistas) vivimos en medio del peligro inminente de morir e intuimos que es ocho veces más probable en Bogotá morir atropellado al caminar que dentro de un carro.
Dejamos de imaginarnos el momento de nuestra muerte y los minutos después en que alguien tendría que encontrar una manera de contactar a nuestra familia para decirles que tienen que ir a reconocer nuestro cadáver. Y nos tranquilizamos porque seguimos vivos a pesar de todo. A veces nos dicen Kamikazes urbanos y en eso tienen la razón: tenemos un contexto cultural que nos obliga a morir y nunca sabremos si es intencionalmente o por orden de otros. Andar en bicicleta en Bogotá es ahora una forma extraña de muerte asistida.
Pero no, esas tres muertes seguidas no parecen haber sido suficientes. Ayer, en la víspera del día mundial sin automóviles que supuestamente celebramos hoy, un conductor de camión mató a un niño de 12 años que iba andando en bicicleta en Bosa mientras “se desplazaba con su abuelito por una vía en mal estado” (según comunicado del colectivo “Bósate la Bici”).
Por favor no más. No nos sigan insistiendo que estamos en Cundinamarca y no en Dinamarca, dejen de decir que el casco nos va a salvar o que tengamos cuidado porque “la bicicleta es peligrosa”. Si conducen un vehículo motorizado, no sigan conduciendo como bestias, miren el velocímetro y si están en una vía residencial o escolar no sobrepasen los 30 kilómetros por hora, denles espacio en la vía a los ciclistas y frenen cuando vean peatones, manden a revisar su carro para que no se quede sin frenos.
Si son policías de tránsito, impongan comparendos por falta de mantenimiento de los vehículos, lleven a los vehículos mal mantenidos a los patios. Si trabajan aprobando diseños de ciclorrutas en una oficina del distrito, apruébenlos si son buenos y no armen líos porque están reduciendo el carril de automóviles (sí es permitido, lean bien la norma). Si es el Ministro de Transporte, firme por fin la Resolución que hace legal la “Guía de ciclo-infraestructura para ciudades colombianas” que tiene literalmente en su escritorio desde el 29 de abril de 2016 y desde hace dos ministros.
Si usted es un abogado que dice que esa “guía de ciclas no es legal” y que por eso no se puede firmar la resolución, caiga en cuenta que obviamente la cosa es al revés: la guía no es legal precisamente porque no han firmado la resolución que le permite serlo. Si son ciclistas, no se dejen matar, respeten las normas de tránsito (pero las de la ley 1811 de 2016). Y a todas las personas de este país: no convirtamos a la bicicleta en un instrumento de eutanasia bogotana ni colombiana.