En estos días volvió a aparecer una alerta que se ha vuelto cotidiana en mi celular: el aviso de que estoy subiendo el volumen por encima de los niveles recomendados y puede ser dañino. En esta ocasión iba caminando hacia el supermercado mientras intentaba oír un podcast, pero estaba volviéndose misión imposible. Ni siquiera las calles del barrio estaban lo suficientemente calladas como para que pudiera escuchar claramente lo que sonaba en mis audífonos.

El ruido es una de esos problemas urbanos a los que parece que nos hubiéramos acostumbrado, a pesar de las graves consecuencias que puede tener para la salud, tanto física como mental. La Organización Mundial de la Salud indica que el exceso de ruido puede producir trastornos del sueño, problemas cardiovasculares, mal desempeño en el estudio y trabajo y, por supuesto, pérdida auditiva.

En ambientes urbanos, el exceso de ruido está relacionado con dos acciones: transportarse y divertirse. El ruido nocturno relacionado con la diversión lo conocerán muy bien los vecinos de ciertas zonas en Bogotá, pero no es el que me interesa hoy. En el quequiero enfocarme es en el ruido relacionado con el transporte motorizado que recorre diariamente las calles de la ciudad. 

El ruido de los vehículos se deriva del roce de las llantas contra el pavimento y el funcionamiento de los motores a combustión. Estos componentes varían según el tipo de vehículo (los motores diésel son más ruidosos) y se exacerban con comportamientos como retirar el silenciador a las motos o instalar motores artesanales sin ningún control de ruido en las bicicletas para volverlas ciclomotores.

Según este mapa, disponible a través del visor geográfico de la Secretaría Distrital de Ambiente (que está maravilloso, por cierto), los mayores niveles de ruido durante el día se presentan en las calles principales y secundarias, con niveles por encima de los 75 dB. Estos niveles superan ampliamente la recomendación de la OMS de 53 dB para ruido relacionado con tráfico vehicular.

Es decir, las personas que vivimos en Bogotá estamos constantemente expuestas a niveles de ruido que nos causan estrés, afectan nuestra salud, nuestro desempeño laboral y el desarrollo de los niños y niñas que crecen en la ciudad. Lo más triste es que no hay mucho que esté haciéndose para mejorar esta situación.

La Secretaría Distrital de Ambiente lleva a cabo controles de ruido a diferentes establecimientos comerciales, pero indica que “a la fecha no existe una normatividad específica que permita a la autoridad ambiental ejercer un control sobre la emisión de ruido por fuentes móviles y su respectiva operación (uso de pito, alarmas, sistema de amplificación de sonido, accionar del motor, mecanismos del vehículo, entre otros)”. Mejor dicho, no hay manera de controlar a los vehículos ruidosos porque no hay una norma que lo permita.

¿Qué hacer?

A diferencia de otros problemas ambientales, en cuanto a control de ruido no hay muchas prácticas exitosas reconocidas. Pero sí hay algunas ciudades que están poniéndole cuidado al tema y trabajando para disminuir la contaminación auditiva. 

París, por ejemplo, tiene en marcha un plan de mejoramiento del ambiente sonoro, que incluye controles de velocidad y mejora de la infraestructura, pero también experimentar con radares sonoros que impongan multas a los vehículos más ruidosos. 

En Bogotá, para empezar, se necesitaría definir una normativa que indique cuánto ruido es mucho ruido y que le permita a la Secretaría de Ambiente ejercer un control efectivo sobre la emisión de ruido por fuentes móviles. No es claro si esto es competencia de la ciudad o de la nación, pero seguramente tiene que empezar desde el nivel nacional y ahí se complica más la cosa.

Por su parte, el programa de gobierno de Carlos Fernando Galán, alcalde electo de Bogotá, no menciona el ruido ni la contaminación sonora por ninguna parte. Sin embargo, aún está a tiempo de incluir algo de esto en su plan de desarrollo y potenciar los efectos que las políticas de movilidad tengan sobre la disminución de ruido.

Imponer multas seguramente será muy difícil, sin la reglamentación adecuada y con la resistencia que ya hay a las multas por velocidad, pero hay otras acciones que se pueden fortalecer para tratar de mejorar esta situación. En últimas, la disminución del ruido por fuentes vehiculares pasa por las mismas acciones que tanto se hablan de transporte sostenible y seguro: facilitar el transporte no motorizado (caminar y montar en bicicleta), reducir los límites de velocidad y promover la transición energética hacia vehículos eléctricos.

Es consultora e investigadora en movilidad urbana sostenible. Estudió ingeniería ambiental y economía en la Universidad de los Andes y una maestría en urbanización y desarrollo em la London School of Economics. Sus áreas de interés son fortalecer la formulación de política basada en datos, lograr...