Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
La muerte de Julián Gómez el 18 de julio de 2021 es tristemente familiar para quienes trabajamos promoviendo la bicicleta y la usamos cada día para movernos. No es solamente porque estemos atentos a las noticias de los asesinatos en la vía, sino que tenemos amigos, conocidos y sabemos de casos de desconocidos que han muerto o quedado gravemente heridos después de haber sido atropellados.
Algunos hemos tenido la horrible experiencia de perder nuestra capacidad mental por varios días o semanas después de haber sido víctimas de un atropello. Otros no han sobrevivido. Julián, que no tenía por qué siquiera entender la magnitud de estos eventos, murió después de que un camionero le pitara incesantemente hasta ser atropellado. Al parecer para quien conducía el camión era más importante pitar para que se quitaran de ahí que frenar para preservar su vida.
Hemos escrito sobre las soluciones a estos problemas desde hace décadas. Incluso hemos escrito libros enteros describiendo las causas, factores de mayor importancia, soluciones y hasta listas de costos unitarios para resolver el problema. Hemos demostrado que todo esto es posible evitarlo, que las muertes en la vía no son accidentales y que las responsabilidades son claras a nivel institucional,individual, de diseño y de política pública.
A pesar de que tenemos los datos, la información, el conocimiento, el presupuesto y la capacidad institucional para implementar las soluciones, no hay una voluntad clara para implementar las soluciones. Peor aún, los dos funcionarios de Gobierno de más alto nivel que deberían responder con acciones concretas a la muerte de Julián Gómez enviaron oraciones (al mejor estilo “trumpiano” ante las muertes por balaceras en colegios gringos).
A cualquiera que no tenga una posibilidad de incidir en lograr una solución a un problema de estos le queda bien enviar oraciones. Que un presidente y una ministra lo digan sin plantear soluciones concretas es un insulto. Ojalá que pronto complementen sus oraciones con propuestas de acciones para resolver los problemas estructurales de nuestras ciudades y sistemas viales. De otro modo, esto será muy desesperanzador.
Ya que es evidente lo inútil que ha resultado presentar todo el conocimiento respecto a cómo evitar las muertes en las vías, es claro que el problema de acción decidida en torno al problema es resultado de unos supuestos errados sobre nuestras ciudades y vehículos. Es decir, una mayoría de las personas en posición de poder asumen que: primero, las ciudades y sistemas viales son máquinas; y, segundo, que los vehículos deben verse como desastres naturales. Hasta que no cambiemos esos dos supuestos, no vamos a avanzar de ninguna manera y seguirán alargándose las listas de personas asesinadas en las vías por vehículos que solo pitan y no frenan.
Me tengo que explicar, y trataré de hacerlo sin recovecos teóricos.
Existe un supuesto fuertemente establecido en el imaginario de nuestro país según el cual nuestras ciudades y sistemas viales funcionan (y deben funcionar) como máquinas. Es decir que el propósito de las vías es mover vehículos motorizados a altas velocidades para llegar a sus destinos y que cualquier cambio en ese flujo es catastrófico para la economía del país. Por esto, el progreso está representado en el asfalto liso de las vías de alta velocidad por donde solo pueden pasar vehículos motorizados que transportan personas y cosas hacia los lugares donde deben estar.
Cualquier disrupción, como un niño en una bicicleta, es culpable de interrumpir ese flujo. Por esto, el culpable, o en riesgo de morir atropellado, es el que va en la bicicleta y hay que pitarle, y, si no se quita terminará muerto definitivamente. Fue una disrupción inaceptable del orden de las cosas. Hasta cierto punto, esto no es tan difícil de entender aunque uno no comparta esa visión del mundo. Es una horrenda tergiversación de lo que llega a ser importante en una sociedad. Esto está bien documentado.
Existe un segundo supuesto que solo pude formular hoy, después de pensar incesantemente en la muerte de Julián, y es que los accidentes vehiculares son vistos como desastres naturales. Es decir, al igual que es mi culpa si no me escondo cuando pasa un huracán por mi casa, o si salgo en la lluvia cuando hay una tormenta eléctrica, parece que también es mi culpa si estoy caminando o andando en bicicleta cuando pasa un vehículo motorizado a mi lado. Yo creo que esto resulta de la coexistencia de los caballos con los peatones en los siglos anteriores, donde sí tenía algo de lógica tener cuidado con las bestias de cuatro patas que podrían aplastarnos si había un desliz.
Pero en un momento en que los vehículos motorizados tienen todas las herramientas para frenar a tiempo y sus conductores tienen la responsabilidad moral de cuidar de los actores vulnerables en la vía, que un camionero responda con pitos en lugar de frenar cuando ve a un niño en bicicleta por la vía no tiene presentación, lógica ni razón de ser. Si seguimos pensando que los vehículos motorizados simplemente van a pasar como huracanes desenfrenados por las vías (y olvidamos que los conductores son responsables de qué tan rápido y a dónde van), la responsabilidad va a seguir cayendo sobre quienes “se atraviesan” o “no se ven”.
Es desesperanzador tener que escribir esto y saber que, por lo pronto, no tenemos soluciones concretas a problemas que tenemos a toda hora en todas partes cuando salgamos a caminar o andar en bicicleta. Para quienes no usan estos medios de transporte puede ser difícil imaginar una situación en la que uno sabe que si sale de su casa en la mañana no tiene plena certeza de si va estar de vuelta en la noche. Peor aún, ser plenamente consciente de que la responsabilidad de nuestra muerte no está en nuestras manos sino en el azar que resulta del mal diseño vial, las malas prácticas de conducción y las oraciones sin efecto de nuestros gobernantes.
Pd. No pierdo de vista la carga simbólica de todo esto: una foto esperanzadora de un niño que ve en un ciclista a su ídolo y rompe en llanto se ha vuelto en una referencia directa del mismo niño que llora por su propia muerte. Es un reflejo de un país sin esperanza.