Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
Nuevas tecnologías en zonas urbanas prometen mejor movilidad, servicios eficientes y consumo sostenible. Pero incrementar su impacto local y social es la propuesta de Agnes Sheehan, una periodista con una reflexión alternativa. En Bogotá, desde septiembre del año pasado, el proyecto Buen Ciudadano (alianza de CÍVICO y Bancolombia) está concentrado en lograr lo segundo.
En un artículo publicado en ZDNet*, Agnes Sheehan cuestiona el enfoque actual de las llamadas smart cities, ciudades que atacan sus problemas estructurales implementando soluciones tecnológicas, infraestructura avanzada, sensores, big data y open data.
Según ella, esta tendencia sería tecnocentrista e insuficiente, pues excluye de sus beneficios a comunidades enteras.
En Bogotá, sin embargo, la convocatoria digital Buen Ciudadano prueba que lo contrario es posible y se puede dar protagonismo a las personas cuando la tecnología está en función de las ciudades.
Pero la visión de Sheehan pide ir más allá: exige un cambio de mentalidad política y económica que permita a iniciativas como esta multiplicarse y alcanzar su máximo potencial.
Su anhelo es que la aplicación costosa y compleja de tecnologías masivas como el internet de las cosas, las conexiones hiperveloces y los grandes volúmenes de datos, dé beneficios directos en salud, seguridad, movilidad y bienestar a esferas locales de ciudadanos, comunidades excluidas y minorías.
Este ideal sería la evolución de las urbes ‘con sesos’ a las “ciudades buenas”, un anticlímax para los tecnócratas que creen en que todo se soluciona y se gobierna con un iPad.

Pero, ¿acaso no lo son ciudades como San Diego, Singapur, o Helsinki, que gracias a esfuerzos del sector privado, ingenieros geniales, y gobiernos comprometidos en abrazar el potencial tecnológico, se han transformado en metrópolis con modelos inteligentes en medio ambiente, educación y civismo?
Lo serían si,-además de instalar sensores para recolectar los datos de semáforos y cruces peligrosos, de las canecas públicas para saber cuándo hay que limpiarlas, del alumbrado de calles y barrios para que detecten la ausencia de personas y ahorren energía, o los de ríos y cuerpos de agua para alertar sobre inundaciones y hacer monitoreo en tiempo real a través de aplicaciones, entre otros avances- estas ciudades trabajaran por asegurarse de que los procesos involucran directamente a sus habitantes y fomentan, de alguna forma, su participación en toda la cadena.
¿Y cómo hacer realidad esta utopía? Sheehan no da ejemplos concretos. Su reflexión, antes que una praxis, es una filosofía cercana al pensamiento de Alan Dregson sobre la “tecnología apropiada”, aquella que, previa a su implementación, vela por buscar el desarrollo humano**.
Esto, en últimas, es un llamado para que la tecnología se use en beneficio colectivo y evite promover servicios que solo ofrecen la reafirmación del ego, o la satisfacción de alguna necesidad personal o privada.

A pesar de la retórica, imaginarnos que esto es posible nos motiva a pensar en un futuro en el que la tecnología no nos aplaste como seres humanos, más aun cuando la población urbana del mundo es más de la mitad de la rural, y la de Colombia, según Unicef, será de casi el 80 por ciento en el año 2020.
Conviene, entonces, comenzar a preguntarnos: ¿Qué sucederá en una ciudad como Bogotá cuando lleguen los carros autónomos, si ni siquiera hemos solucionado el tema de Uber (empresa que en Estados Unidos ya entró en el negocio del transporte pesado con camiones sin conductor)?, ¿o cómo es que vamos a implementar esquemas inteligentes de recolección de basuras cuando no tenemos cultura de reciclaje? ¿Acaso estaremos listos para la revolución, tanto en los hogares como en las calles, de la inteligencia artificial, los asistentes de voz como el Amazon Echo, y los robots que se enseñan solos y “sienten”? Y por último, ¿entenderemos cómo manejar las disrupciones sociales que nuevas aplicaciones al estilo AirBnB causen en el transporte, la salud, o el comercio?
Si la respuesta es “no tenemos idea”, es nuestro deber hacer ruido y pedir desde ya que estos y otros temas relacionados sean tenidos en cuenta por quienes tienen el poder.
Por fortuna, en temas locales y comunitarios -base de las “ciudades buenas”-, miles de personas trabajan por su cuenta en mejorar Bogotá, sin mayor poder que su voluntad. Y qué bueno que la tecnología esté aportándoles un grano de arena para hacerlo.
Este el caso del proyecto Buen Ciudadano:

Las “ciudades buenas” necesitan buenos ciudadanos
‘Buen Ciudadano’ es una convocatoria digital, abierta y libre, que busca personas comunes y corrientes en las 20 localidades de Bogotá, cuyas acciones sean orientadas a la construcción de una vida más digna para los habitantes de sus barrios.
Se han postulado personas, grupos, fundaciones, entre otros, que abogan por la superación de la pobreza; el fomento a la educación y la diversidad; la solución de problemas urbanos -como la recuperación del espacio público-; y más iniciativas de impacto directo en las comunidades. (Conozca las historias de estos buenos ciudadanos).
Con el Buen Ciudadano, CÍVICO y Bancolombia están dándole visibilidad a sus acciones, incentivando la participación ciudadana, y liderando una cultura de apropiación de la ciudad. Este es un ejemplo de impacto en territorio de manera directa, como propone Sheehan.
De hecho, al final de la convocatoria por cada localidad, los ganadores harán parte de talleres de innovación social y tendrán la posibilidad de lanzar iniciativas concretas que solucionen algún problema de la ciudad, con una propuesta viable.
Las puertas están abiertas para hacerlo y la tecnología lo posibilita. Por esto, las postulaciones a este proyecto son y serán la forma de hacer de Bogotá una “ciudad buena”, sin dejar de ser “inteligente”.
Postúlese aquí, vote aquí o conozca más de esta iniciativa que nos compete a todos.
* “We need good cities, not just smart cities‘“
** Los requisitos de una “ciudad Buena”, según Sheehan, adaptados por el autor de esta nota, son:
- Romper las barreras entre la comunidad y los servicios gubernamentales, evitando la ineficiencia
- Crear ambientes tecnológicos donde la salud, la seguridad y el estilo de vida de los ciudadanos se incremente
- Crear soluciones específicas y personalizadas para estos, no solo masivas
- Medir el éxito de una tecnología o servicio “inteligente” por los beneficios que le da a las personas
- Aumentar la accesibilidad de comunidades excluidas y empobrecidas a servicios tecnológicos como el carro compartido
- No dejar a nadie atrás en la apropiación de los avances, sea cual sea su origen social, posición económica, raza, cultura, sexo, u otros.
- Fortalecer el sentido comunitario y participativo
- Fomentar la colaboración entre ciudadanos