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En las ciudades la solución a los problemas desde la jerarquía y autoridad, como parte de un pensamiento lineal y monolítico, generan transformaciones con efectos repetitivos y previsibles. Hace falta pensar de una forma diferente si se quiere que los resultados no sean los mismo de siempre. 

Como los monocultivos, las ciudades pretenden crecer estandarizadas desde una planeación centralizada y jerárquica. Esa visión de ciudad asume que los problemas urbanos aparecen como plagas o “malas hierbas” y deben ser tratados bajo una conceptualización monolítica y lineal que contempla causas y efectos mono-dimensionales.

Por ejemplo, según esta lógica la causa de la inseguridad en un sector determinado sería la aplicación de una dosis demasiado baja de autoridad. Así como en la agricultura industrial heredada de la “revolución verde”, la plaga se trata con una dosis adecuada de plaguicida hasta que desaparece. Esto corresponde a una mentalidad lineal: si la causa es la falta de autoridad, el efecto de una mayor dosis de autoridad hará desaparecer el problema.

La agroecología, por el contrario, ha logrado poner en evidencia la multi-dimensionalidad de los problemas. En el monocultivo, la aplicación de plaguicidas (herbicidas, fungicidas y demás) genera una reacción diversa, caótica e impredecible en el tiempo, por parte de los elementos que interactúan con la plaga que se quería eliminar. Esas interacciones propias del agroecosistema generan transformaciones diversas en su funcionamiento, y uno de los posibles efectos podría ser el fortalecimiento de los elementos que se pretendía controlar – hierbas espontáneas, hongos, insectos, enfermedades, etc.

La persistencia de la lógica lineal y monolítica llevará entonces a deducir que se requiere una mayor dosis de “remedio”, generando una espiral y posiblemente el agotamiento de la estabilidad del agroecosistema a medida que se desequilibra su funcionalidad basada en las interacciones de los elementos que lo componen. A mayor diversidad en el sistema, mayores posibilidades de interacciones y por tanto menor probabilidad de colapso en su funcionamiento. Esa es la esencia de la resiliencia en la agroecología.

 
Bogotá: ecosistema urbano. Google Maps 2016.

En las ciudades – ecosistemas urbanos – la solución a los problemas desde una alta dosificación de jerarquía y autoridad también genera transformaciones caóticas en las interrelaciones que constituyen su funcionamiento. En Bogotá, en una muestra de persistencia de la mentalidad lineal y simplista en las políticas, se pasó del “Cartucho” al “Bronx”[1], se han canalizado ríos uno tras otro mientras se ven volver las inundaciones una tras otra, se han hecho cambios en el pico y placa sin que la movilidad mejore sustancialmente, se ha expandido la ciudad con la colonización permanente de espacios rurales – bajo la promesa de la “ciudad del futuro” – sin pensar en otros modelos de habitar la sabana.

Y así, como un adicto, la ciudad va necesitando dosis cada vez mayores de sus propias adicciones, y su metabolismo va reconstruyendo interacciones que nunca fueron contempladas en las soluciones monolíticas. Y esas interacciones emergentes son unas más resilientes que otras. De una “olla” eliminada surgen dos, tres o más ollas nuevas. De un carro que se pretendía sacar de circulación con el “pico y placa”, surgen dos o más carros nuevos en circulación. De un edificio al que se le da una licencia excepcional de construcción en una zona rural o de protección, surgen barrios enteros que amplían la frontera urbana. Por ello, cuando una mentalidad monolítica presenta la urbanización de una reserva protegida como solución a la expansión descontrolada de la ciudad en la Sabana, las alarmas suenan.

En agroecología, la resiliencia del agroecosistema depende de la diversidad de interacciones y de elementos que lo componen. La gestión de un sistema diverso pasa por el fortalecimiento de redes más o menos jerarquizadas, en las que la multiplicidad de funciones relacionales permite un metabolismo equilibrado. Esto no significa que no existan problemas dentro del sistema, sino que por su propio metabolismo es capaz de absorber los impactos negativos manteniendo su funcionamiento. El caos y la incertidumbre siguen existiendo en los sistemas resilientes, y controlarlos es una tarea estéril, pero sí se pueden generar las condiciones para que del mismo caos emerjan soluciones gracias a la interacción de la diversidad.

Fotografía: http://www.enlaceveracruzano.com/blog/?p=2944

Así como una telaraña es más resistente en la medida en que tenga mayor diversidad de nodos interconectados en red, la ciudad se fortalece si la toma de decisiones es el resultado de las interacciones cada vez más densificadas entre las diversidades de: colectivos locales, asociaciones, iniciativas barriales, juntas de acción comunal, barrios, parques, ecosistemas[1], localidades, zonas, gobiernos, políticas. La idea de construir diversidad urbana pasa por la gestión descentralizada, la planificación, la arquitectura, la biodiversidad en la ciudad, la infraestructura, los servicios públicos y sociales, los espacios, la gente, la fauna, la flora.

Como las telarañas, la ciudad será más resiliente en la medida en que logre una mejor densificación de su red metabólica. Todas esas interacciones, o la mayoría, deberían verse reflejadas en planes de ordenamiento territorial y de desarrollo, pero también en las intervenciones más puntuales. Sin embargo la superación de la mentalidad lineal y la acogida de la diversidad, del pensamiento sistémico y colaborativo, no requiere esperar a que lleguen automáticamente transformaciones desde las políticas públicas. Por el contrario, se construyen simultáneamente desde la cotidianidad de la vida urbana.  

 


[1] http://www.humboldt.org.co/es/component/k2/item/865-naturaleza-urbana-030516

Economista ecológico. Investigador en temas socio-ambientales, de gobernanza, desarrollo rural sustentable y de agroecología.