Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
Porque la empresa, las autoridades y Bogotá son en sí mismas “un caso de intolerancia”.
“La empresa no me perdona nada”, dijo el conductor del bus del Sitp al hombre que lo estrelló con un jeep rojo el pasado miércoles 7 de agosto, en la carrera séptima de Bogotá.
“Ese golpe me lo cobran”, le explicó también el chofer, Isaías Vargas, a Mauricio Gil, el dueño del campero Toyota “carevaca”, antes de que este intentara fugarse por segunda vez de la escena del accidente, según contó en una entrevista en El Tiempo.
En un video de Juan Pablo Otero, publicado en Twitter, que muchos periodistas calificaron con el eufemismo “caso de intolerancia”, se ve a Vargas medio sentado e incrustado entre la viga de metal del jeep y el frente de motor, impidiéndo su avance, mientras pide ayuda a su jefe desde un celular que parece propio.
Claro, no hay un solo policía alrededor, y, tras unos segundos, se ve como una versión criolla de un monster truck le pasa por encima, con sus llantas gigantes, en plena calle 82.
¿Qué pasa en Bogotá, en el Sitp, en la policía, o en la Sectretaría de Movilidad si un chofer, por miedo a una sanción económica, prefiere acomodar su cuerpo entre el mataburros de un campero, que ya iba a la fuga, después de pedirle ‘una pisca’ de empatía al conductor, así como arriesgar su vida, mientras hace una llamada a un superior con un teléfono personal, para ver si lo apoya en una tarde de miércoles festivo, antes que confiar en “las autoridades”?
Si por temor a que le cobren, lo echen, o lo maltraten -quién sabe-, un conductor del Sitp tiene que “pedir cacao”, o rogarle al que lo estrella que no se vuele, y poner en peligro su integridad en la calle, esa empresa es en sí misma “un caso de intolerancia”.
Y no solo eso: ¿No existe acaso un protocolo en Bogotá para casos como estos? ¿Por qué el conductor no llamó a la policía desde el bus cuando se supone que en este hay un radioteléfono? Y si lo hay, seguramente no creyó que la policía le resolviera algo, menos en festivo, aún en un lugar tan transitado.
Los conductores del Sitp no son ángeles. Incluso cuestiono el acto de sentarse sobre el carro de otro solo porque este huye de un accidente. Sin embargo, Vargas expuso su vida porque, precisamente, a nadie le importa lo que suceda con él: ni a la empresa, ni a las autoridades, ni a las personas con las que comparte la vía.
Ahora, Gil quedó libre porque “falló la cadena de custodía” del video. El asunto ahora es un problema de la justicia. Pero, ¿acaso el Sitp no tiene nada que decir?
La ciudad del sálvese quien pueda
“Intolerancia” podría ser describir el jeep de Gil de la forma en que lo hice arriba y lo hago abajo. Segundo, un “caso de intolerancia”, que incluso alguien cierre al tipo en la vía y le discuta porque no le gusta el color de su “carevaca” de Trump supporter.
Pero que un tipo como Gil, con un jeep engallado, no responda por un choque simple a un vehículo de transporte público -de todos, en teoría-, y decida que le va mejor atropellando a otra persona, que solo se le para al frente del carro por miedo a que la empresa para la que trabaja abuse de él, pero termina como carne de cañón, es mucho más que eso.
La miopía de nuestra sociedad frente a su propia falta de ciudadanía, así como la incapacidad de reconocer la violencia cuando es violencia, por parte de quienes la interpretan en los medios a diario, es soprendente.