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A lo que hay que temer, tratándose de Peñalosa, es a la pasión que tiene por TransMilenio y a que, por cuenta de esta obsesión, Bogotá se quedará sin un sistema de metro.
Un líder político, según Max Weber, debe tener tres características: pasión, carisma y responsabilidad. Weber le teme a la responsabilidad de los apasionados y carismáticos que prometen lo que saben que no van a cumplir y se gastan lo que no tienen. A lo que hay que temer, tratándose de Peñalosa, es a la pasión que tiene por TransMilenio y a que, por cuenta de esta obsesión, Bogotá se quedará sin un sistema de metro.
Lo que hay como metro es una “línea prioritaria”, a secas, heredada del gobierno anterior y modificada para ser “lo mejor posible”. Lo cual significa que tendrá tres variaciones: tres kilómetros más para empalmar con la ALO y llegar a Mosquera, cuatro kilómetros menos para que llegue a la 80 en lugar de la 127 y menos kilómetros subterráneos. Con tres estaciones para conectarse con TransMilenio y dos con el tren de cercanías. ¡Y ninguna con otras líneas del metro!
Parece chiste pero es lo que nos espera a la vuelta de la esquina, especialmente ahora que Medellín acaba de ganarse el Nobel del urbanismo.
Para no pasar por la vergüenza de que Bogotá se quede sin algo equivalente, la medalla se podría nombrar Medalla Oscar Wilde, en atención a la coincidencia entre la autoevaluación de Peñalosa para su sistema y la evaluación que hace Wilde de la belleza: “Sólo hay un niño más hermoso del mundo y cada mamá lo tiene”.
Una versión completa de este artículo fue publicada en Torre de Babel.