Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
Fortalecida con US$220 millones, es difícil creer que Rappi disminuirá su impacto en Bogotá. Con esa plata y algo de imaginación, sin embargo, podría. Les propongo 6 ideas.
*El título original del artículo fue cambiado el 5 de noviembre para hacer precisión sobre el modelo en cuestión.
Una de las premisas de la Economía del Bien Común es que las empresas no cedan el control de sus intereses a accionistas que no tienen nada que ver con el día a día de sus operaciones.
En respuesta a las obligaciones que adquieren al recibir millonarias sumas de capital de poderosos inversionistas, las compañías priorizan la productividad y la generación de dividendos sobre sus impactos laborales, sociales o ambientales.
Luego, al expandirse por el mundo, abandonan sus lazos con los mercados y comunidades que apoyaron su crecimiento inicial.
Este parece ser el caso de Rappi. Luego de recibir 220 millones de dólares en su última ronda de inversión -un año después de los 105 millones que le dio Delivery Hero (la dueña de Domicilios.com) y otros aportes de Sequoia Capital y Andreessen Horowitz, entre otros-, es difícil creer creer que el “unicornio” colombiano (del que también es dueño el Grupo Bolívar), pondrá las preocupaciones de Bogotá o las de sus mensajeros por encima de los intereses de sus accionistas, en pro del bien común.
De hecho, la exitosa app de pedidos “cada tres segundos en hora pico”, que vale mil millones de dólares, anunció una estrategia de crecimiento aún más agresiva para “dejar de ser un intermediario de domicilios y convertirse en un gigante de la tecnología” que “en dos años cotizará en Nasdaq“.
No hubo un pronunciamiento semejante sobre cómo evitará que el incremento exponencial e inevitable de sus ‘rappitenderos’ (son 20 mil, dice Bloomberg, en todas las ciudades donde opera) cause más problemas de invasión de espacio público y privado, infracciones de tránsito, riesgos de seguridad para los ciudadanos o sus mensajeros, y presión adicional a la (falta de) movilidad bogotana.
El problema es la ‘uberización’ del modelo de intermediación digital de Rappi (Jason Radisson, quien trabajó para Uber, es asesor ejecutivo de su junta directiva), que la llamada ‘gig economy’ celebra al promover, entre otros, negocios tecnológicos sin importar las consecuencias de su expansión agresiva, o lo que hoy se llama “capitalismo de algoritmos”.
#DuqueEsElQueEs. En Colombia necesitamos más emprendedores como Simón Borrero, cofundador y CEO de @RappiColombia para generar una mayor cantidad de empleos formales. Por eso impulsaremos la #EconomíaNaranja para que más jóvenes puedan hacer sus sueños realidad. pic.twitter.com/SUbn05qtFm
— Iván Duque Presidente (@DuquePresidente) April 14, 2018
No se trata de satanizar a nadie. El desarrollo de nuevas tecnologías para actualizar y mejorar servicios anticuados, estancados o desgastados en beneficio de miles de personas -en tiempo, costo y practicidad- es muy positivo.
Pero así como los modelos innovadores y disruptivos se vuelven masivos por su facilidad de adopción por medio de teléfonos celulares, y crece como espuma su valor en los mercados financieros, al mismo tiempo generan dificultades “colaterales” que sus promotores evaden fácilmente ante los vacíos legales y las debilidades de países y estados paquidérmicos donde operan.
Bajo estas condiciones una startup como la colombiana se da el lujo de operar en varias ciudades del mundo en simultánea, aun sin generar ganancias en el corto o mediano plazo, pues tiene una caja menor gigante y no asume los costos de una fuerza laboral formalizada. Y tal como como sucedió con Uber o Cabify, sus “colaboradores” freelance verán reducciones en los beneficios y condiciones con las que se engancharon inicialmente.
Así lo demuestra uno de los primeros colaboradores de Rappi en Bogotá, quien pasó de ganar 120 mil pesos diarios “a unos 40 mil si me va bien. Ahora mandan los pedidos desde 2.500 pesos en adelante. Además, ya no hay recargos ni incentivos para cuando está lloviendo”, explicó. (El Tiempo señala que las pérdidas son del 70 por ciento por ‘rappi’).
De todas formas, “En el caso de Rappi, por ejemplo, se trata más de un tema de resultados que de directrices particulares y en ese caso no hay subordinación”, explica Asuntos Legales.
Es claro, creo yo, que tener a miles de jóvenes humildes ocupados, más si son inmigrantes venezolanos, es mejor que meterse al rancho de Rappi. Esto sería una mala señal para las inversiones extranjeras en ’emprendimientos naranja’ y exportaría el mensaje de que en Colombia las nuevas empresas digitales deben responder a “normas anticuadas”.
Por eso, creo que lo ideal en este complejo escenario socioeconómico -del que algunos ciudadanos nos beneficiamos, hay que decirlo- es seguir apoyando empresas de este tipo. Es imperativo exigirles, no obstante, que suspendan su expansión hasta que sean responsables por los impactos negativos de sus tecnologías.
Si Rappi no lo hace, perdería una oportunidad única de mostrarse diferente y de actuar frente a un escenario que ella misma creó y que causa problemas de convivencia y civismo por cuenta de quienes, con esfuerzo, cargan en la espalda el logo de los bigotes por las calles (y andenes) de Bogotá. Tiene que acabarse eso de que me desentiendo de lo que hagas y dónde, pero lleva mi logo a todas partes.
Reconozco que hay intención de mejorar. La app trabaja en ocasiones con Movilidad. Pero más allá de operativos policiales dispersos y capacitaciones internas, poco se ve de acciones contundentes. Solo es cuestión de pararse frente a cualquier intersección de la carrera séptima para sorprenderse con las maromas en las que incurren los ‘rappitenderos’ para llegar cada vez más rápido a sus destinos. Uno de ellos atropelló hace un tiempo a la hija de la periodista María Jimena Duzán, por ejemplo.
Confieso que, de todas formas, me parece bien ver a los mensajeros de Rappi, de origen popular en su mayoría, interactuar en las zonas y restaurantes favoritos de la clase alta bogotana (claro, cuando no ocupan zonas que no son para ellos por largas horas y le quitan a otros la oportunidad de sentarse o descansar). Es un choque cultural interesante.
Además, la transformación que Rappi está causando en el negocio de los restaurantes, desde los proveedores de alimentos, pasando por pedidos que no dan abasto, hasta la forma en que la gente consume, es una innovación de destrucción creativa, a lo Schumpeter, que todavía no tenemos claro hasta dónde podría mejorarnos la vida.
El ‘rappihipster’. Sus estándares de calidad no le cumplen a la ciudad.
Seis ideas para que Rappi reduzca su impacto en Bogotá
No puedo negar que soy usuario frecuente de Uber y Rappi. Aplaudo sus cosas buenas y las facilidades que nos han dado a los ciudadanos frente a servicios incluso peligrosos y tan marcados por el “sálvese quien pueda” colombiano, al mismo tiempo que comparto mi responsabilidad indirecta, como usuario, por las malas que he enunciado hasta ahora. No estoy de acuerdo con frenar su crecimiento o convertirlas en chivos expiatorios. Sin embargo, pienso que deben hacer conciencia sobre una ética de negocio diferente, una que, por ejemplo, propone el cooperativismo de plataformas.
“Una de las tareas más urgentes a las que nos enfrentamos hoy en día es tener plataformas positivas: plataformas en línea que no solo maximizen las ganancias de sus propietarios, sino que también proporcionanen medios de vida dignos y sostenibles para quienes trabajan en ellas”. (Tomado de: ‘Ours to Hack and to Own: The Rise of Platform Cooperativism’).
Asumiendo que por ahora primará el éxito económico de sus dueños sobre todo lo demás, propongo seis mejoras simples a su app, y al margen de su modelo de negocio, para que Rappi se solidarice con la ciudad y con quienes apoyamos su servicio, pero que esperamos se responsabilice por las consecuencias negativas que ha traído para el tránsito bogotano.
Dejo por fuera lo obvio: si las autoridades son incapaces en hacer cumplir la ley, Rappi debe tener personal que supervice a sus mensajeros. Además, le corresponde buscar, comprar o negociar lugares para que estos puedan esperar, descansar y trabajar, bien sea en la calle o dentro de los centros comerciales, y exigirles conocimiento de las normas de tránsito. Asimismo, Rappi y sus ‘rappis’ tienen que atenerse a todos los requerimientos de la policía y la movilidad de Bogotá. (El tema de los beneficios a sus mensajeros que le está costando titulares negativos cada mes, es otra historia)
Finalmente, estas propuestas no son para atacar a los colaboradores del app o hacerles la vida imposible. Mi intención es que Barrero, Mejía y Villamarín, los fundadores de Rappi (Ralf Wenzel, fundador de Foodpanda y CSO de Delivery Hero, es integrante de su junta) vean que hay alternativas simples y en pro del bien común que, implementandolas en su app, podrían reducir el impacto del servicio de Rappi en Bogotá y mejorarían las condiciones de los ‘rappitenderos’.
(Si tiene problemas para ver la imagen haga clic encima de ella)
