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Bogotá y sus habitantes cumplen más de 480 años de historia. La memoria de sus vidas se dinamiza en un paisaje urbano que ha sido descuidado y olvidado. Recuperar el paisaje es un ejercicio de resistencia al olvido.
En su cumpleaños número 480, Bogotá merece que la entendamos no sólo como una combinación de proyectos de vivienda, infraestructura vial y medios de transporte, sino también como un paisaje único. Bogotá no es sólo un proyecto físico, también es la confluencia de mundos inmateriales, resistencias y memorias.
Cada proyecto de construcción humana debería considerar su efecto en el paisaje, como un elemento no sólo estético y de calidad de vida sino también un libro abierto que narra la historia de nuestro paso por la ciudad. El paisaje urbano es el reflejo de esos 480 años de historia: es transformado por acciones y fenómenos sociales espontáneos, decisiones planeadas, coyunturas y disputas políticas y económicas, transformaciones y fenómenos ambientales. Es nuestra huella en el territorio que la ciudad ocupa.
Las decisiones políticas que influyen en el paisaje bogotano tienden a tomarse por obligaciones burocráticas de ejecución presupuestal, oportunidades de ganancia privada, o simplemente necesidades inmediatas.
Pero el paisaje cuenta historias diversas: barrios que ocuparon espacios vitales de antiguos cuerpos de agua, edificaciones que escalan los cerros que a duras penas logran contenerlas, avenidas que atraviesan humedales y parques, edificios que aparecen y desaparecen, el patrimonio arquitectónico irrespetado.
Más recientemente han proliferado edificios de más de 15 o 20 pisos construidos aleatoriamente, basados en planos estandarizados que no diferencian un barrio de otro ni sus historias arquitectónicas. Esos mismos edificios que se estiran en zonas de los cerros orientales, ocultándolos a la vista de los habitantes de los barrios de más abajo. Logran una vista envidiable desde arriba, pero a la larga son un monumento a la desigualdad y al egoísmo.
Foto: Stefan Ortiz, 2018.
La ausencia de una sensibilidad paisajística deteriora el patrimonio material e inmaterial de Bogotá. No se da visibilidad a los monumentos y a la arquitectura. Las calles son oscuras y despobladas en las noches.
También en los parques y lugares seminaturales como los bosques, humedales y quebradas sufren el olvido. Predomina el miedo y la desconfianza respecto a estos espacios. Faltan políticas permanentes de apropiación social del espacio público y del paisaje urbano, más allá de eventos puntuales como conciertos, ferias, festivales y tarjetas postales.
Hay que entender el paisaje urbano como un espacio de vida cotidiana. Los graffitis y murales han sido un experimento social de avanzada en ese sentido, dando valor humano a espacios olvidados. La historia de Bogotá también se cuenta en sus muros.
Foto: Stefan Ortiz, 2018.
Los 480 años de Bogotá se podrían narrar en su paisaje. Respetar la visibilidad de los cerros. Darle voz a los muros, a los barrios, parques, plazas de mercado y espacios naturales. Graffitis, alumbrado, monumentos, museos y placas conmemorativas, arbolado, naturaleza y biodiversidad urbana. Todo acompañado de políticas de apropiación social del espacio público.
Podemos contar la historia del bogotazo a lo largo de la carrera 7ª, la historia de los barrios, los personajes que los habitaron, los eventos que los marcaron, los orígenes de sus nombres. Podemos iluminar sus monumentos y dotarlos de significado (como el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación), promover arquitecturas entrelazadas con los paisajes (como las Torres del Parque, el Parque de la Independencia y la Biblioteca Virgilio Barco). Podemos recuperar los hallazgos arqueológicos de Usme, Bosa y Soacha, y recordar que en realidad tenemos mucho más de 500 años de historia.
Foto: Civico
Foto: Centro de Memoria Paz y Reconciliación
Existen decenas de barrios silenciados en Bogotá, ricos en historia social, política, cultural, económica y ambiental. Existe una estructura ecológica principal, con cerros, bosques, quebradas y humedales. Bogotá y sus habitantes tenemos mucho que contar, y apropiarnos del paisaje urbano es una forma de hacerlo y resistir al olvido.
Celebrarle el cumpleaños a nuestra ciudad es celebrarnos a nosotros mismos, sus habitantes y su territorio. Generar memoria y unirnos en la historia es una forma de reivindicar lo público y lo colectivo por encima de las fragmentaciones históricas que son también el reflejo de nuestro país y nuestra sociedad. Es también una forma de reconocernos y esforzarnos para que el olvido no predomine.
La memoria y los paisajes se diseñan y dinamizan mutuamente. Somos un país de paisajes olvidados y memoria perdida. No es un asunto menor, pues tanto la memoria como los paisajes transforman la realidad cotidiana y le pertenecen a la sociedad como espacios colectivos y bienes comunes. En el paisaje apropiado está la oportunidad de reencontrarnos y redefinirnos colectivamente sin esperar a que lo hagan por nosotros.
Foto portada: Pacifista (http://pacifista.co/el-mural-de-la-reconciliacion/)