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Uber y otras plataformas para conectar oferentes y usuarios de servicios de transporte están para quedarse. No es transporte sostenible, aunque si conveniente. Los taxis por su parte, tampoco son sostenibles, pero son cada vez menos convenientes. 

Como bien ha escrito Rodrigo Díaz, Pedestre, Uber y sus pares Cabify, Lyft entre otros, son transporte conveniente pero no sostenible. Es conveniente porque está a un “click” de distancia, el pago se hace directamente a la tarjeta de crédito, el tratamiento de los conductores es respetuoso (generalmente), el registro electrónico de todo el proceso genera confianza de seguridad por su trazabilidad y no se demoran tanto.  Los promotores de Uber los saben, y se le miden a aprovechar resquicios de la ley, o a incumplirla de frente, porque hay una demanda insatisfecha. No importa que cobren tarifas dinámicas, basadas en oferta y demanda, que a veces resultan en cobros bastante altos. Su expansión global parece imparable. La innovación no le tiene miedo a las crucetas.

Uber no es transporte sostenible porque implica más viajes, más kilómetros en vehículo, que resultan en más congestión, contaminación y accidentalidad. Tal vez un poquito menos que los carros y las motos, pero no muy lejos de ellos.  Si todos vamos en Uber, los líos graves de la movilidad no son distintos a los que enfrentamos actualmente.  

Los taxis por su parte, tampoco son sostenibles y son cada vez menos convenientes. Las quejas por inseguridad, mal trato, “para allá no voy”, y la conducción agresiva y peligrosa de algunos taxistas, crecen al tiempo que Uber se expande.  La solución de los taxistas es exigir la prohibición de Uber;  en Alemania, España, Francia, lo han logrado, independiente de las necesidades de los usuarios. Aquí, hasta ahora, parece que el pulso va a favor de los amarillos, que siguen protestando por sus derechos (no los derechos de quienes los usan).  

Tal vez son más inteligentes las respuestas de México y Sao Paulo al nuevo fenómeno que está aquí para quedarse.  En México exigen el registro de las plataformas y luego a el 1.5% de cada viaje al “Fondo del Taxi, la Movilidad y el Peatón”. Los vehículos que presten el servicio son de alta gama, cuentan con elementos de seguridad y son de menores emisiones que los vehículos convencionales (convertidor catalítico, filtros de partículas  y alta eficiencia energética). Ganan los usuarios con más alternativas de servicio; gana la ciudad porque algo del lucrativo negocio se puede usar en mejor movilidad.   

En Sao Paulo, por su parte, ha propuesto el cobro por kilómetros de servicio (algo parecido a un cobro por congestión que generan los vehículos) y compartir información con la ciudad (muy útil en procesos de gestión y planeamiento de la movilidad).  La norma propuesta no es ley todavía, y el pulso con los taxis convencionales sigue. Mientras tanto Rio de Janeiro prohibió Uber, pero el servicio sigue funcionando (como aquí).

En beneficio del usuario, es mejor abrir el mercado a nuevas ofertas, así no sean tan sostenibles, y generar recursos a la ciudad para mejor infraestructura para peatones, bicis y transporte público masivo. Ignorar, prohibir, disfrazar las autorizaciones de “servicio de lujo” sin que exista contraprestación, es simplemente ignorar los avances de la tecnología y las nuevas necesidades de movilidad. 

Y los amarillos ¿podrán compartir algo del alto costo de los cupos con el estado, o seguirá siendo un negocio privado entre privados? ¿Por qué no se subasta ese derecho, como las placas de todos los carros en Singapur

Es profesor de transporte y logística en la Pontificia Universidad Javeriana. Se ha desempeñado como asesor de gobiernos locales, nacionales y organismos internacionales de desarrollo en América Latina, Asia y África. Fue subgerente de TransMilenio (2000-2003) y gerente del proyecto Metro de Bogotá...